Estimados sargento y cabo:
Mi carta se escribe con motivo de la frase que T le escribió al sargento I: Ya estamos viviendo en el mundo deseado. Es impresionante lo que solamente una pequeña frase es capaz de generar, y deseaba escribirles porque en estos últimos días en la trinchera me ha sucedido algo parecido.
Primeramente, debo decirles que esta guerra ha causado en mí muchos momentos de fatiga y de cambios, como les habrá causado a ustedes y a todos mis camaradas. Pero en mí particularmente, porque desde el principio he decidido coger mis armas y marcharme solo como francotirador. Siempre he confiado en mis posibilidades y en mi habilidad para la lucha, y por ello creía que serviría mejor a la causa yendo libremente, para disparar al enemigo desde la retaguardia. Después de la segunda gran batalla caí en la cuenta de que los resultados fueron satisfactorios, pero notaba que la guerra no podía consistir en esto. De hecho, el simple hecho de haber cumplido con mi trabajo no me hacía estar contento. Sin embargo, la semana pasada fui descubierto en mi pesar por otros dos soldados rasos, un cordobés y nuestra aliada sudamericana, que enseguida me propusieron ir al día siguiente de expedición al campo enemigo para acabar de una vez con los dichosos Números. Recuerdo que esa noche me costó dormir, no sé bien por qué, pero me invadía el deseo de enfrentarme cara a cara con el enemigo, junto a otros dos con quienes lo compartía todo. No sé si finalmente lo conseguimos (habrá que esperar a las notas) pero ese día ya fue un bien inmenso. Sobre todo, porque he empezado la semana en la trinchera con una mirada nueva, con unas expectativas totalmente nuevas. Ahora la causa es una causa real, presente, está hecha de carne y hueso, tiene rostros concretos y cercanos. Y todo esto gracias a estos dos...
Sí cabo, estoy de acuerdo con usted: el mundo deseado está ante nosotros, aunque muchas veces dos extranjeros tengan que levantarnos la mirada para verlo.
CA
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