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COLOMBIA

«Hoy la salvación ha entrado en mi casa»

12/09/2017

Miércoles 6 de septiembre, el Papa Francisco va a aterrizar en Bogotá. No quito la vista del ordenador. No quiero perdérmelo. Habría podido ir hasta la avenida del Dorado para “verlo pasar”, pero las masas aquí son siempre exageradas y después de una jornada de trabajo no me atrevo a ir caminando hasta allí… así que me conecto desde casa.

Ya lo veo. Me conmueve cómo mira a la gente que le rodea. Del presidente Santos para abajo, no parece que haya una gran diferencia para él. No importa lo que hayamos hecho o dicho hasta un segundo antes, para él todos somos hombres necesitados del abrazo de la misericordia. Me conmueve ver cómo abraza a un soldado que perdió los brazos en la guerra contra los grupos rebeldes armados, cómo sonríe a los niños, cómo acaricia y escucha a cada uno. Él sabe escuchar, escucha de un modo distinto, él escucha de verdad a quien le habla y hace suya la necesidad del otro. Al terminar, apago el ordenador.

Jueves 7 de septiembre, cuatro de la mañana. Nos juntamos un grupo de amigos para ir al Parque Simón Bolívar, donde a las cinco de la tarde se celebrará la misa. Los días previos hemos discutido mucho: ¿pero qué decís?, ¿vamos a entrar en el parque a las cinco de la mañana?, ¿pero es que estamos locos? Pero todas las vacilaciones se esfuman ante su presencia. Allí por donde pasa, es Cristo que pasa. Es tan evidente que llena el corazón y te hace sentir “cómodo”, por fin en casa.

«Mi carne tiene ansia de ti, como tierra reseca, agostada, sin agua» y «por eso te buscaba en el santuario». El Papa nos sacó de nuestro sopor, de la comodidad en la que nos asentamos, como si bastara en la vida con “estar cómodos”, no tener problemas. Nos hizo ver que «mi alma tiene sed de ti» y que Cristo ha venido hasta Bogotá para salirnos al encuentro, para salirme al encuentro. Ha llegado hasta mi carne.

Delante del sitio en que estuve parada casi doce horas esperándole, había un árbol que no nos permitía ver bien la pantalla gigante por la que aparecería su rostro. Poco antes de que el Papa subiera al escenario, me di cuenta: aquel árbol era el árbol de Zaqueo, puesto allí para mí, para que pudiera verme provocada a darle de nuevo toda mi disponibilidad, sin reservas, sin las medidas que tan a menudo me oprimen, quitándome la posibilidad de verlo pasar.

Al día siguiente, de vuelta desde Medellín, llegando a la nunciatura, Francisco se detuvo a saludar a la gente que le esperaba. Allí donde fuera, por todas las calles, siempre había muchísima gente esperándole. Yo vuelvo a seguir la visita en directo para poder recibir su bendición, y le oigo decir con gran energía ciertas palabras ya conocidas: «Recordad que el protagonista de la historia es el mendigo». ¡Qué impresión oír en él la misma fuerza que don Giussani ante san Juan Pablo II en la plaza de San Pedro!

Un amigo escribió en nombre de todos los amigos del movimiento de CL en Colombia una carta de agradecimiento para Francisco, que esperamos que llegue a sus manos. «Queridísimo Santo Padre, su presencia aquí ha despertado en nosotros la tarea misionera que Cristo anunció: “Id al mundo entero a anunciar la buena noticia de Cristo presente”. Por eso es posible la salvación para nosotros los hombres y en consecuencia el amor, la justicia y la paz. ¿Qué ganará un hombre si gana el mundo entero pero pierde su vida? ¿O qué podrá dar un hombre a cambio de su vida? Estas preguntas marcaron la vida de nuestro gran amigo, Siervo de Dios don Luigi Giussani, y nosotros reconocemos el mismo mensaje que usted grita insistentemente al mundo a través de su pobreza y fe en Cristo Jesús. Rezamos siempre por usted, que el Señor le siga dando esta belleza en el anuncio porque necesitamos su ejemplo de vida».
Chiara, Santa Fe de Bogotá

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