Cuando me dirigía hacia la presentación del libro de don Gius, me llenaba un sentimiento de alegría semejante al que tenía cuando era niño en la vigilia de Navidad. Llegar al lugar de la presentación fue una odisea, dada mi dificultad para ubicarme en la capital. Finalmente llegué, muy emocionado, un poco perdido y bastante temprano, por lo cual pude tener mi mirada despierta hacia lo que iba a ocurrir un poco más tarde. Me encontré con rostros concretos que, al igual que yo, venían al acto. A pesar de la noche lluviosa, ninguno de los que entraban podía sustraerse a la calidez de los que allí recibían a los invitados que, tal vez sin conocerlos, eran esperados con toda la ternura que alguien le pueda demostrar a un amigo. Pero no me refiero a esa homogeneidad de carácter que muchas “asociaciones” tienen o a lo que Nietzsche llamaba la “embriaguez dionisiaca” donde todas las excitaciones narcóticas hacen que los individuos se sientan uno solo. Era algo más. Era un pueblo que se reunía con otros para proponer la vida de un hombre que no solo vivió con intensidad, sino que se encontró con Aquel que es la intensidad misma en la vida. El salón estaba perfectamente dispuesto, las sillas ocupadas por desconocidos y por amigos, esperando a que los panelistas, personas bien conocidas en el país, hablaran sobre el libro y sobre don Gius.
Primero don Armando Vargas, historiador y periodista, nos presentó a Luigi Giussani como teólogo y hombre ecuménico, quien con sus aportes presentaba el cristianismo totalmente ligado a las necesidades del hombre y mostraba su actualidad para la sociedad. Luego Vicky Ross, reconocida por nosotros los ticos en su lucha contra el cáncer, hizo una hermosa intervención presentando a don Giussani como el iniciador de un movimiento que es totalmente nuevo también en el contexto eclesial. Terminó Julián de la Morena, responsable del movimiento en Latinoamérica, explicando que Giussani fue además un sacerdote que estaba enamorado de Cristo, la plenitud de lo humano.
Al terminar y compartir un refrigerio con los amigos, no pude dejar de preguntarme quién era Giussani para mí, qué había significado para mí. Ante un acontecimiento como este, es imposible no arder en preguntas, como decía Artaud, y tener que explicarme qué había pasado esa noche y por qué mi corazón se había sentido extremadamente vivo.
Para mí, la vida de don Giussani es como la garantía de que no existe nada destinado a caer en el olvido y que nada de lo que conforma mi humanidad debe ser descartado. Con sus palabras y su vida, Giussani evita que las preguntas del corazón del hombre se apaguen. Cuando se leen sus escritos, se siente que el corazón se convierte en un crisol que destella alegría.
Pero don Giussani no es como esos líderes actuales que son maravillosos exponentes de ellos mismos y que hacen honor a la frase de Borges en la que culpa a los espejos y a la cópula de aumentar el número de los hombres. Es auténtico porque sabe remitir a Aquel que es la autenticidad misma y presentarlo como alguien atrayente y presente, no como los proselitistas de ayer, hoy y mañana, sino como un testigo que no se impone sino que propone a mi libertad.
Recuerdo, y me parece interesante, la vida de don Giussani porque él me remite a uno que es más grande y que responde a los anhelos de mi corazón. Soy muy joven, pero después de mis padres la suya es la vida que más me ha impresionado conocer y creo que es un hombre que tiene palabras para todos. La presentación del libro es una señal del camino que nos espera en Costa Rica y de lo que el Misterio pueda realizar para acompañarnos, como lo hizo en ese hombre herido por la belleza, que tanto bien hace a nuestras vidas.
Y aunque don Gius se fue, nos dejó unos amigos que, como él enseñaba, saben que Jesucristo es atrayente para todos los corazones y que Dios no se queda indiferente al que pregunta ¿dónde vives?, como hicieron aquellos palestinos que entendieron que ese hombre era lo que habían buscado toda su vida.
El Papa afirma que en la época actual abunda la indiferencia, pero todos lo que han ido a la presentación de este libro se han sentido provocados. Yo, como testigo feliz, puedo decir que me he encontrado con unos amigos que me invitan a ver la vida con una mirada diferente, con corazones que, al igual que el mío, buscan «esa nota que desde el principio hasta el fin domina y decide sobre el significado de la vida, “la gota” de Chopin: la sed de felicidad».
James, estudiante universitario de Costa Rica
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