Víctor Primc es un bioingeniero argentino que desde hace algunos años colabora con los curas villeros, los sacerdotes de las favelas de Buenos Aires que se volvieron “famosos” gracias a Bergoglio. La vida de Víctor no tenía nada que ver con la gente de las villas. Como la mayoría de los argentinos, influenciado por los medios de comunicación, pensaba que “allí adentro” todos eran ladrones, personas violentas y drogadictos. La primera vez que entró en una, estaba atento a todo y sólo buscaba un motivo para no volver nunca más. Hoy dice: «No sabía que yo era como ellos me hicieron ser ». El descubrimiento de él mismo a través de los “últimos”: los últimos en el mundo de quienes él hubiese esperado algo para su vida. «Y, en cambio, me salvaron».
Recientemente contó su experiencia en el Punt Barcelona, en una mesa redonda sobre el tema de la “pobreza”, siguiendo la profundidad del camino que el Papa está haciendo recorrer a la Iglesia. Hay un dicho en Argentina: «Dios está en todos lados. Pero atiende sólo en Buenos Aires». Solamente si llegas hasta ahí, tienes la posibilidad de vivir tu vida. «La cuestión, sin embargo, es si Buenos Aires te recibe», precisa Víctor. Para millares, cientos de miles de personas, llegadas de otros lados en busca de un destino mejor, no fue así y, ya desde los años ’50 , en el medio de la ciudad empezaron a crecer villas donde el tiempo se ha detenido. «Es un problema de todas las grandes ciudades de hoy: la gente de esos barrios es rechazada. Si sale, es un cuerpo extraño, invisible. La vida los trajo allí y, aunque sea feo y violento, en ese lugar ellos existen».
Víctor es voluntario desde hace unos años en el Hogar de Cristo, originado en 2008 como propuesta de la parroquia de la Villa 21, donde el padre "Pepe" Di Paola y los demás sacerdotes hicieron escuelas, comedores, jardines de infantes, radios... La parroquia es el centro de la vida, inclusive, de la vida civil. Con el pasar del tiempo, cada vez más chicos terminaban en la droga. Un problema antiguo que explotó con la crisis del 2001: los narcotraficantes encontraron en el vacío dejado por el Estado un espacio donde comercializar más fácilmente la cocaína, “cocinarla” para venderla en la ciudad y también para elaborar el paco –la pasta base– mucho más barata y mucho más tóxica, hecha con desechos de cocaína, kerosene o nafta, veneno para ratas…Pero la raíz del «flagelo», como lo llaman ellos, no es la droga de por sí: es estar al margen.
«No se trata de combatir la drogadicción», explica Víctor, «sino de responder a un problema muy complejo». Y el Hogar nació para estar al servicio de esta complejidad, cambiando siempre, creando una red formal e informal de acogida, llegando también a otras ciudades argentinas. El núcleo esencial es el Centro barrial, que recibe toda necesidad: «En su mayoría no vienen porque quieren dejar la droga», cuenta Víctor, «sino porque tienen hambre, tienen frío, están enfermos de tuberculosis, de Sida...».
El primer Hogar lo quiso inaugurar el cardenal Bergoglio, dejando a los curas dos indicaciones, sobre las que ellos apostaron todo: «Tomar la vida como viene» y el «cuerpo a cuerpo». Estas dos indicaciones se transformaron en los principios del Hogar, un método que surge totalmente de la relación, irrepetible, con la persona particular. «No hay una respuesta predefinida, sino el camino de cada uno», continúa Víctor: «Abrazar la vida del otro quiere decir estar a su lado, así como se puede y como él lo permite. Y solo para que pueda ser feliz». Quiere decir que hay también personas que pasan por el Hogar no una, sino cuatro, diez, veinte veces sin decidir cambiar.
Víctor sabe que la decisión no es automática. Tuvo que tomarla también él. «Antes que nada, dejar mis prejuicios» hacia aquella gente e inclusive hacia aquellos curas que él pensaba que estaban haciendo política.
Un día, invitado por una amiga, fue a un asado en la parroquia de la villa y encontró a aquellos sacerdotes: «Eran hombres, hombres verdaderos que, al contrario de mí , no poseían nada. Y eran felices, como yo no lo era». Son muchos los flashes que Víctor todavía conserva grabados en la memoria después de años: el padre Pepe que al final de la misa saluda a todos, uno por uno, como un padre con sus hijos. «Pensé: hace bien, esta gente lo necesita. Pero cuando fue mi turno, me saludó de la misma manera. Sin conocerme». O una frase en la homilía: «Hay mucha gente que viene acá para ayudar, y hace bien, porque tenemos muchas necesidades. Pero nosotros tenemos necesidad, antes que nada, de Cristo».
Al final de la tarde, tímidamente, Víctor se propuso para ayudar a controlar el texto de un proyecto para buscar fondos. Pepe le dijo : «Te agradezco. Pero entonces tienes que venir a ver el Hogar. Porque yo quiero que cada palabra sea real. No quiero dinero para algo que no hacemos». «Y yo, que no quería ir, le dije que sí», cuenta Víctor: «Porque tenía necesidad».
Lo dijo con sinceridad al padre Charly Olivero cuando se encuentran para hablar de eso: «Yo no creo en vuestro proyecto. Vosotros sois unos enanos que queréis aplastar el pie de un gigante: el narcotráfico está ganando en todos lados. Pero decidí ayudaros. Porque vosotros no tenéis nada y estáis muy contentos. Y yo quiero entender por qué». Charly le contestó: «Tienes razón. Quizás no podamos hacer mucho, pero si una sola de esas personas se salva hemos hecho más de lo que podemos. Y tienes razón también en el resto. Yo estoy cada vez más contento».
Víctor empezó a ir al Hogar, temblando, porque no sabía qué hacer ni qué decir. Todo era tan lejano a él. E incluso los muchachitos le daban miedo. Los veteranos le dijeron : «Tú no hables y no juzgues a nadie. Escucha». Él siguió el consejo, y mientras tanto se involucró cada vez más, hasta que le tocó hacer su primer encuentro con los que están en la granja, la finca donde pasan algunos meses alejados para desintoxicarse. Lo único que logró preguntar es: «¿Qué os ha pasado para estar aquí?». Y ellos empezaron a contarle todo el mal que habían visto y hecho. «Habían sido violados, habían robado, habían matado... Yo los escuchaba y pensaba: pero, ¿cómo puede haber una salvación para ellos? Hasta se me cruzó otro pensamiento: no se la merecen. Bien, en aquel momento tuve miedo de mí mismo». Sintió la nada que lo aferraba. «Después, de golpe, me di cuenta de algo, ya no los estaba juzgando más: yo existo, ellos existen. Estamos acá porque queremos ser felices porque ha sucedido un hecho, en su vida como en la mía. Un hecho. La salvación ya aconteció». ¿Qué es esta salvación para ti? «Reconocer a Cristo que se me presenta».
Un día llegó a la granja con los zapatos todos embarrados, porque había llovido mucho y él había recorrido a pie un trecho del camino. Cuando se sentó para el encuentro con los chicos, se le acercó Pablo, una cara que da miedo y una sola pierna. «Me mira y me dice: “Estás todo sucio. Quítate los zapatos, yo los voy a lavar”. Yo le contesté: “No, Pablo, hacemos la reunión, siéntate que ya empezamos. Y además después voy a salir y me ensucio otra vez”. Él insistió: “No, tú de acá sales con los zapatos limpios”». Empezaron a discutir. Víctor estaba convencido de que Pablo no tenía ganas de hacer el trabajo de grupo. «En un determinado momento, me mira directo a los ojos y me dice: “Tú, ¿sabes quién soy?”. Me incorporé. “Yo soy una persona agradecida porque tú dejaste tus cosas para venir a acompañarnos”». Víctor piensa cada día en este hecho: «¿Quién me estaba haciendo esa pregunta? Yo sabía quién era Pablo. Y sabía también que tenía necesidad de ser abrazado. Pero no me lo esperaba allí, por él. Cristo es una carne que viene a tu encuentro».
De aquella chica flaquísima, toda mal maquillada, con un aire de locura, en cambio, nunca supo siquiera el nombre. Llegó un día al Centro barrial. Después de haberle hablado, el psicólogo se dirigió a Víctor: «¿Tienes un poco de tiempo? Ella está muy mal, tiene Sida, por favor llévala al hospital y hazla internar». Era un viernes a las cinco de la tarde. Fueron , pero mientras esperaban en la Guardia ella quiso irse. Víctor la convenció de que se quedara, después llegó el médico y la chica entró, sola. «Sale y me dice: “Voy a mi casa. Los médicos no pueden internarme”. Yo empecé a agitarme. No le creía y, sobre todo, tenía que hacer lo que se me había pedido. Entonces llamé al psicólogo y se la pasé en el teléfono. Luego de haber hablado, ella volvió a decirme: “Voy a mi casa”. Yo insistí: “pero, ¿se pusieron de acuerdo así? ¿Estás segura? Pero, te llevo yo a tu casa...” Llegados a ese punto, ella me mira: “Señor, yo le agradezco, pero me voy. Usted quédese tranquilo, y Dios lo bendiga”. ¿Quién me estaba diciendo así a mí? Y yo que estaba totalmente preocupado por el resultado...».
El día después, le contó al psicólogo lo que había pasado, y él le dijo : «Víctor, tú hiciste todo. No sé si aquella chica volverá alguna vez, pero ella ahora sabe que cuando quiere se la recibe. La cosa más importante de la vida es ser acogidos».
Carlitos, la primera vez que Víctor lo encontró, tenía 22 años. Cuando salió de la granja volvió a caer en la droga, volvió a robar, inclusive a su mamá y en el Hogar. «Pero un día lo encuentro allí afuera. Los demás me dicen que tiene prohibición de entrar. Me explican que quizás el único modo para que deje de consumir es que la policía lo detenga». Entonces Víctor salió se le acercó totalmente seguro de sí («cuántas veces se hace el mismo error»), y le dijo : «Ven Carlitos, que te llevo a la cárcel». El joven sabe bien qué es la prisión, y se niega. «Nos ponemos a discutir un rato largo. En un momento pasa un chico y le dice: “Carlitos, ¿dónde duermes esta noche?”. “En la calle”. “Pero, ¡hace frío!”. Aquél se quita su bufanda y se la da. Yo me sentí mal. Proponer la cárcel a un chico que tiene frío».
Nunca más lo vio. Después de unos meses, se enteró que había fallecido. Fue al velatorio y descubrió que Carlitos había conocido a una chica y se había ido a vivir con ella, y que había empezado a trabajar en una pizzería y así se había comprado una bici... Fue embestido por un camión. Cuando lo llevaron de urgencia al hospital, le dijo a su novia: «Quiero sólo una cosa, que digas a la gente del Hogar que les agradezco mucho por cómo me han acompañado».
El mundo propone un camino que va hacia lo alto, y es para muy pocos. «El camino de Jesús es hacia lo bajo», dice Víctor: «Él lo ha recorrido y se ha quedado ahí. Por esto Lo encontramos en los pobres». Y no porque hoy está a la moda con el Papa. «El motor de todo es la necesidad vivida hasta el fondo, mi necesidad». Para él es el camino empezado por la Gracia ocho años atrás y que continúa: «Me permite ser yo mismo como no me imaginaba. Y me enseña a aceptar lo que me es dado: no me permite ser teórico. Es fácil pensar en Cristo como si no estuviese en la realidad: en las personas, en la carne de quienes tienes delante. Pero, cuando no Lo veo, soy yo el que está fuera de la realidad».
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