La alegría de esta semana fue que al comprar queso y jamón en la panadería nos permitieron comprar pan recién hecho sin hacer fila. Luego de meses (porque no quiero hacer una fila de una hora para comprar pan), pude darme el gusto de comer la punta del pan de camino a casa y al llegar preparar unos súper sándwich que mis hijas anhelaban. Suena trivial para cualquiera, pero no en Venezuela, donde poder vivir un momento así es para unos pocos privilegiados.
Pero la situación de violencia, intolerancia, injusticia, crisis económica y social que vivimos nos ha quitado no solo el pan y las medicinas, también nos reduce la posibilidad de vernos y encontrarnos. Los pocos días de la semana que se puede trabajar y moverse en Caracas los aprovechamos para trabajar, reuniones y temas urgentes, pero dejamos de lado la importancia de vernos con los amigos.
Además de poder comprar el pan, últimamente ocurrieron tres hechos significativos para mí. El primero es que con sorpresa he sido testigo nuevamente del espíritu pacífico y democrático del pueblo venezolano. Con una organización totalmente ciudadana y pacífica (salvo algunas excepciones de violencia generada por paramilitares) todos los venezolanos en el mundo manifestaron su deseo de un cambio el pasado 16 de julio a través del voto. En las condiciones que vivimos eso no es algo obvio y tiene un valor increíble. Venezuela quiere democracia, quiere paz y manifestarse a través del voto.
En segundo lugar está el hecho de que con el cambio de agenda de cada día, por protestas, represiones, etc. había dejado de proponer el momento semanal de Escuela de Comunidad, reduciéndolo a un trabajo personal. Es algo que me ayuda y de hecho estos meses me pone en una postura adecuada para estar frente a los desafíos, encontrar gente nueva y hacer propuestas sociales, etc. pero al final existe una pequeña grieta que me separa de vivir más intensamente el fenómeno comunitario. No basta ayudar con los gestos solidarios que hacemos: encontrar y apoyar con medicinas a los amigos, o buscar comida para quienes más lo necesitan; que son todas actividades justas y útiles pero que no terminan de satisfacerme por completo. Es por ello que luego de re-programar varias veces propuse hacer la Escuela de Comunidad justo el pasado 20 de julio, que era un día que se produjo un gran paro nacional histórico en Venezuela. Un grupo de seis amigos nos conectamos por un antiguo servicio de audio-conferencia, porque el internet está pésimo en el país, e hicimos la Escuela de Comunidad.
El valor de ese encuentro me impactó mucho y tiene que ver con el tercer aspecto que quería compartir. Porque, trabajándolo con los amigos, el texto parecía que nos hablara a cada uno de nosotros con esta cita del Papa Francisco: «Pensemos un poco, que cada uno de nosotros piense en los problemas cotidianos, en las enfermedades que hemos vivido o que alguno de nuestros familiares tiene; pensemos en las guerras, en las tragedias humanas y, simplemente, con voz humilde, sin flores, solos, ante Dios, ante nosotros, decimos: “No sé cómo va esto, pero estoy seguro de que Cristo ha resucitado y yo he apostado por esto”».
Todo se juega con nuestra libertad: si decidimos quedarnos con nuestro límite, la interpretación que hacemos de la realidad, lo incidente de nuestras capacidades o fuerzas para llevar adelante nuestros proyectos, el poner la esperanza solo en los cambios políticos o determinados por el poder que nos aplasta moral y físicamente; o por el contrario el punto de partida de nuestra jornada es la certeza de que Cristo ya ha resucitado y entonces introduce, a través de quienes lo seguimos, una novedad.
Y esa libertad no solo se expresó en escribir en el grupo de Whatsapp para proponer hacer la Escuela de Comunidad el día del paro nacional, sino en el adherirme el día siguiente a la jornada de oración y ayuno que propuso la Conferencia Episcopal Venezolana.
Porque frente a tantos gestos aparentemente más contundentes y realistas como movilizaciones y votaciones, los obispos en su comunicado del 12 de julio hacen un llamado muy claro y valiente a todos los sectores del país para que cada uno cumpla su responsabilidad, nos ocupemos de los más necesitados e hiciéramos el viernes 21 de julio una jornada de ayuno y oración por la libertad, la justicia y la paz en Venezuela. Parecería tan frágil y poco efectivo rezar, pero no es así, porque te conecta con el Ser y permite ofrecer y agradecer todo lo que Dios puede hacer con nuestras pocas fuerzas. Y además parecería una ironía de los obispos pedir ayunar en un país donde la gran mayoría pasa hambre, pero a mí me sirvió mucho; porque gracias a Dios yo soy afortunado y no paso hambre, pero haberla pasado por un día me ayudó a entender en carne propia el valor del sacrificio y conectarme aún más con las persona que trato de ayudar con mi trabajo cada día. Ha sido un gesto de obediencia a mis pastores y a la vez totalmente libre.
Es por ello que todo se juega en nuestra libertad. No solo se trata de estar fuera de una cárcel, poder salir sin que te maten, escoger el alimento o marca que más te guste, o decir lo que piensas sin que te persigan, sino que adicionalmente y sobre todo consiste en el hecho de dejarte definir por el mundo o partir de la certeza de que Cristo ya ha resucitado y vencido todo el mal.
Alejandro, Caracas
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