Querido Julián, a veces me siento esclava de los pesos que la sociedad implícitamente me impone: las etiquetas, los prejuicios, todo aquello que hace que uno se tape los ojos frente a una verdad que está y “es”. Algunos días en la Gran Sabana con un voluntariado que ofrece mi universidad, me ayudaron a descubrir el valor que tienen los encuentros que se nos presentan en la vida. Cada día guardaba consigo alguna nueva sorpresa: desde los paisajes y sus hermosos colores, hasta las personas que nos encontrábamos. Personas de tercera edad con una sencillez única y niños alegres jugando por todas partes.
Los primeros momentos compartidos fueron muy tímidos: iba al pueblo y me encontraba con pequeñas cabezas y miradas curiosas que se asomaban por detrás de las casas, siempre atentos a esa novedad que llegaba a su pueblo. Me llegué a preguntar si esta mirada la había perdido en mi día a día, no solo con la novedad, sino con mi gente: mis amigos, familiares y conocidos; en fin, con mi cotidianidad... Luego todo fue cambiando, estas cabecitas asomadas se fueron convirtiendo en rostros concretos, que requerían de mí no solo un ¡hola!, sino una relación más atenta, más compenetrada. Llegué a pensar en Gaby (mi hermanita menor), llegué a pensar si ella era feliz, si era feliz en este lugar de locura, en esta presión de hacer tareas, de cumplir con un montón de responsabilidades; de ir delante, corriendo para que el tiempo no te alcance y te consuma. ¿Seremos realmente felices así? ¿O es que ni siquiera nos lo hemos preguntado? Si el tiempo era el mismo, ¿por qué parece que el día pasaba tan lento?
Pasaba lento pero bien vivido, con ganas de más y más. Creí entonces entender el valor del silencio, lo importante que es un tiempo a solas conmigo misma y con aquella Presencia que hace distintas las cosas, tal vez con esa Belleza que lleva escrito “más allá”, como escribía Montale. Decidí entonces que, al volver a Caracas, no podía dejar pasar mis días a lo loco y corriendo como los demás caraqueños, perdiéndome las cosas que sucedieron en el día (de hecho, aquí estoy, intentando escribir). Mientras, me fui dando cuenta de que aquellas personas no eran tan diferentes a mí. Definitivamente eran personas sensibles, atentas, curiosas y también “necesitadas”, como luego entendí en los Ejercicios del CLU que tuve recién llegada del viaje.
En algunas conversaciones creí entender que esta juventud de la que soy parte necesita siempre de alguien a quien seguir (que en este caso era mi amigo Leonardo), que nos ayude a mirar la realidad de verdad, entendiendo que todo lo que nos preguntamos tiene respuestas claras; y que si queremos, podemos seguir siempre buscando, siempre movidos por la realidad, siempre intranquilos, como decía don Gius. Ahora puedo entender un poco más que la vida es un encuentro –siempre–, un encuentro que me aclara los ojos y me hace vivir mejor que con mis prejuicios y ataduras. Entender que la vida es una novedad continua. Porque el Misterio se nos muestra mediante signos en la vida que no son meras coincidencias, sino sus maneras de manifestarse. Llegué a casa con el corazón contento, viviendo esta memoria que cargo en mi día a día: intentando estar más atenta, incluso en los momentos donde parece que todo se nubla. Deseo que muchos de mis amigos, familiares y cualquiera que me conozca pueda participar de esta Belleza que he vivido (que ha salido a mi encuentro) en estos días.
Janeth, Caracas (Venezuela)
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