Nuestras vacaciones comunitarias han sido para mí, desde que las hacemos en Venezuela, uno de los momentos en que más evidente se ha hecho el acontecimiento de Cristo en nuestra historia. Ver cómo año tras año crece el pueblo de CL, pueblo cristiano, en mi país, llena mi corazón y me recuerda aquel 20 de agosto, hace justamente 25 años, cuando viajé a conocer el Movimiento en el Meeting de Rímini.
Pero este año de 2016, cuando la situación de aguda crisis económica venezolana nos forzó a organizar las vacaciones por regiones, ha resultado un hecho de significación aún mayor. Porque he visto agotarse rápidamente unas reservas que temíamos no fuesen copadas, también en Mérida somos un pueblo numeroso y ferviente, animados en Cristo, viviendo su comunión en respuesta al desafío de la dureza de las circunstancias. Que, además, mi familia acuda a este llamado y seamos tal entusiasta grupito en la “ilógica alegría” de la comunidad es, digamos, la guinda de mi pastel de bodas de plata en CL.
Mi corazón recuerda aquellos primeros encuentros, entonces embargado por una mezcla de alegría de recibir la desproporcionada respuesta del Espíritu a mis ruegos con aprehensión de no llegar jamás a vivir algo así en mi tierra. Este corazón se vio pleno de conmoción al participar en nuestra sencilla pero hermosa convivencia de dos días enmarcados en la belleza arrolladora de las montañas.
Doy gracias a san Bernardo de Claraval, en cuya fiesta coincidentemente empezó mi camino de un cuarto de siglo, llevado por la amorosa invitación de sus hijas trapenses de la Coromoto en Humocaro, y a mi Mérida por haber acogido y custodiado este carisma para dicha mía, para bien de Venezuela y de la Iglesia.
Bernardo, Mérida (Venezuela)
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