Al llegar a Roma lo primero que hice fue pasar la Puerta Santa en la basílica de San Pedro, porque cada vez soy más consciente de la necesidad de ser perdonado. Dios había predispuesto todo para que llegara de rodillas: la situación de mi país, la salud en mi familia y algunos acontecimientos en mi trabajo me ponían en una postura donde no había mucho espacio para mis ideas, sino para la rendición frente a la potencia con la que Dios actúa en mi vida. Como si fuera poco, antes de llegar a Roma tuve muchos encuentros formidables en Italia con viejos y nuevos amigos, creyentes, ateos, adolescentes, universitarios, familias, presos, empresarios, banqueros, en fin un verdadero concierto de acontecimientos.
Estaba en Roma porque me habían invitado a dar un testimonio en el Congreso Internacional para celebrar los 10 años de la encíclica Deus caritas est del Papa Emérito Benedicto XVI. Este es un primer punto que no es obvio: me invitaron, me llamaron. Alguien pensó en mí antes de que yo pudiera imaginar nada de lo que pasaría. Así pasa con Dios, él siempre nos toma en cuenta antes de lo que podamos imaginar, él siempre nos antecede y somos objeto de su amor antes de poder amar nosotros. La preparación de mi intervención en el congreso fue un proceso de reflexión y síntesis importante para mí, porque en ella intenté plasmar cómo había sido objeto del amor de Dios en mi vida, desde la educación de mis padres hasta el trabajo que hago hoy. Allí pude contar cómo el trabajo que hago nace de seguir el mismo método que Dios usa conmigo, porque su primera caridad es ir a mi encuentro, donándose. Eso es capaz de tocar el corazón del hombre de una manera tan profunda como ningún poder o ideología es capaz de hacerlo.
Una de las personas que conocí y que hicimos muy buena relación fue Saeed Ahmed Khan, un profesor musulmán de Detroit, del cual me sorprendió su apertura y disponibilidad frente al hecho cristiano. Luego me precedió en mi intervención el cardenal Tagle de Filipinas, actual presidente de Cáritas Internacional, y en sus palabras se veía toda la sensibilidad humana de un hombre de fe que vive la caridad como un don. Me conmovió su relato en un campo de refugiados en Grecia y su encuentro con los más necesitados. Luego de mi intervención pude hablarle más de lo que hacemos en Trabajo y Persona, y me invitó a ir a Filipinas, otro imprevisto que me toca entender.
Luego nos tocaba encontramos con el Papa Francisco y fue una espera bellísima, llena de emoción y curiosidad. Estaba en primera fila y a mi lado estaba Saeed que igualmente estaba nervioso, yo había llevado unos chocolates para regalarle al Papa y él llevo una bolsa llena de rosarios de sus alumnos y amigos católicos para que Francisco los bendijera. Entonces le pregunto qué significa ese momento para él y me dice que es como encontrar a quien más se asemeja a la tradición de Mahoma. Eso me deja pensando porque es lo máximo que alguien como él pudiera expresar.
Estar frente al Papa Francisco fue para mí una revelación de método que explicaba mucho mejor lo que dije en mi intervención en el congreso. Se borraron todos mis discursos frente a la imponencia y ternura de su mirada. Recuerdo haber dicho mi nombre y luego habló él. Me expresó una gran sensibilidad y preocupación por lo que está pasando en Venezuela y cómo todos estamos en sus oraciones. Le regalé por supuesto los chocolates de la Colección San Benito, pero lo más impresionante fue su mirada. Son encuentros que superan las angustias, miedos e incertidumbres y nos dan una certeza capaz de movernos mucho más que cualquier estrategia. Podría incluso decir que por una mirada así, por un encuentro así es por lo que puedo entender más de mí mismo, moverme con más inteligencia, mirar a otros de una manera más adecuada.
Salí del encuentro no solo emocionado, sino con mayor certeza de mi vida y de la misión que Dios me ha encomendado, para vivir mi vocación de esposo, padre, amigo y emprendedor social.
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