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VENEZUELA

Cristo nos primerea también en un hospital en crisis

Redacción
24/03/2015

En Venezuela el 95% de los insumos médicos y medicamentos son importados y no se encuentran; la gente muere en listas de espera por una operación; los médicos son amedrentados por delincuentes que ajustician a sus víctimas en las salas de espera. Dentro de este caos, el testimonio de una joven médico en el Hospital Clínico Universitario que reconoce que, antes que todo lo demás, Cristo está allí y es fuente de esperanza.

¿Cómo es un día en el Hospital Universitario de Caracas?
Yo tengo 25 años y en enero de 2015 comencé el postgrado de Pediatría y mis clases y prácticas son en el hospital. Me había estado preparando para el postgrado prácticamente desde que terminé la carrera de Medicina, ya que siempre ha implicado una carga académica intensa, y con un horario sacrificado por las guardias que nos toca hacer. Sin embargo, no había considerado la mayor carga: la crisis hospitalaria que vive Venezuela. Elementos básicos e indispensables como son los guantes, algodón, gasas e inyectadoras escasean en el hospital. Ni hablar de los medicamentos; los antibióticos de primera línea que son básicos para las infecciones más comunes no se consiguen y los pocos que quedan ya se están agotando. En la emergencia pediátrica ha ido desapareciendo lo esencial: termómetros, acetaminofén o algún otro antipirético en suspensión para bajar la fiebre o inclusive mascarillas para aquellos pequeños que llegan con dificultades respiratorias. Los pacientes los tenemos que enviar a otros centros hospitalarios (que están bajo las mismas circunstancias) o pedirles a los padres que traigan los medicamentos aunque sabemos que en las farmacias también escasean.

En una situación así, ¿cómo se puede vivir y ejercer tu profesión?
Aprender a vivir día a día bajo estas circunstancias es muy agotador; tan solo escuchar las palabras “Doctora, no hay” basta para ponerme de mal humor y cuestionar sinceramente qué hago yo en este lugar. Por lo que definitivamente debo tener bien claro cuál es mi función en el hospital, y en general en mi país, ya que es muy fácil derrumbarse ante todo esto. Solo puedo decir que es un camino con muchos obstáculos y muy sacrificado, pero que en medio de todo puede llegar a ser muy reconfortante. Para ello debo estar atenta ante cada circunstancia, estas son las que al final me enseñan a valorar este difícil camino.

¿Puedes contarnos experiencias de eso que nos dices?
Una tarde mientras estudiaba en el cuarto de residentes escuché a unas colegas de un año superior a mí hablar sobre un tema que me pareció muy interesante. Discutían sobre los casos que más les habían conmovido en el último año; niños con VIH positivo transmitido por los padres, niños maltratados, con desnutrición crónica que los familiares pueden dejar de alimentar inclusive hasta su inminente muerte, violaciones, y así incontables casos que arrugaban mi corazón de solo escucharlas. Lo que más me llamó la atención fue la pregunta final que unas colegas se hicieron: ¿Dónde está Dios cuando pasa todo esto? A lo que otra respondió: ¡Por esto es que yo no creo en Él, ni en todo lo que se predica!
Primero me impactó, porque no pude defender y argumentar nada en ese momento y, segundo, me dio mucha tristeza ver sus miradas cargadas con tanta desesperanza. ¿Cómo, siendo católica, perteneciendo a Comunión y Liberación, estando rodeada de personas tan significativas en la comunidad y escuchar testimonios tan impresionantes, no pude ser capaz de responder a una pregunta así? ¿Cómo pude quedarme petrificada sin decir nada? Tan solo bajé la mirada y me decepcioné de mí misma.
Dos horas más tarde, en ese mismo cuarto pasó algo que definitivamente me dio una bofetada. Una de mis colegas decidió organizar una fiesta de cumpleaños para uno de los pequeñitos con cáncer, que pudiera ser el último que celebrara en su vida, y pidió ayuda a todos los médicos residentes, inclusive a las enfermeras. El cuarto quedó adornado con las caricaturas preferidas del pequeño, tortas, golosinas, bebidas, gorros, regalos, globos y un sinfín de detalles hicieron de este particular cumpleaños un momento muy hermoso. A pesar de que los invitados debían usar mascarilla, a todos se les notaba la alegría desbordaba en sus ojos, sus acciones, sus gestos, sus sonrisas escondidas por las mascarillas no hacía falta verlas. Las fotos quedaron hermosas, el cumpleañero y sus familiares jamás se hubieran imaginado este día tan especial. Y justo durante ese momento lo comprendí, en ese momento lo sentí vivo, en ese momento pude ver a Cristo respondiendo la pregunta de mis colegas. Jamás lo había visto tan claro antes; allí estaba Él y era obvio que siempre había estado allí, estaba en cada uno de nosotros, en cada mirada, en cada gesto que hacíamos todos juntos por el cumpleañero. Yo no podía dejar de sonreír, y sobre todo mi corazón estaba desbordado de tanta alegría y agradecido por permitirme vivir esto, que no quería que terminara. Desde ese momento he estado el doble de atenta, porque sé que en mi hospital, a pesar de la crisis por la cual estamos pasando, que las circunstancias sean tan fuertes que me pueden derrumbar en cualquier momento, Él está allí conmigo, con todos, y nos tiene una tarea mucho más grande de lo que podemos imaginar; quisiera verlo tan claro todos los días como aquel día, pero sé que debo estar más atenta ante esos pequeños detalles que seguro pasan justo por delante de mis ojos, y no me doy cuenta.

Debe ser muy duro estar frente a los pacientes en estas circunstancias, viviendo un poco la impotencia de no poder dar respuesta. ¿Cómo es tú relación con ellos, y de dónde nace la esperanza para seguir haciendo tu trabajo?
Usualmente me llegan a la emergencia niños cuyas madres dejan mucho que decir, tan solo con ver el estado físico del niño, y jamás me había preguntado qué había detrás de sus vidas. Cuando comparto con mi comunidad lo que me pasa en el día a día, por lo general surgen muchas preguntas que yo no había tomado en cuenta antes, sobre todo relacionado con el entorno y los problemas de los padres y no de los pacientes directamente. En una de mis guardias una señora joven nos trajo a la emergencia a su hijo de 6 meses con tos de 3 días de evolución. Al examinarlo nos damos cuenta que su peso no corresponde con su edad (estaba muy por debajo de los percentiles estándares), su constitución general se correlacionaba con la de un niño con desnutrición crónica, se le notaba que apenas tenía fuerza para llorar, e inclusive olía tan mal que asumimos que tenía días sin bañarse, por lo que decidimos hospitalizarlo para estudiarlo mejor.
Al ver a un niño en este estado lo primero que hacemos es juzgar a la madre, humillarla aún más de lo que ya puede sentirse, motivado por la impotencia de ver a un niño indefenso en tal situación. Pero en este caso fue diferente, no me quedé con lo que tenía frente a mí y decidí acercarme poco a poco a la mamá, lo que permitió que ella confiara y se abriera para contarme un poco sobre su vida, y eso me entristeció aún más. Ella es una joven de 23 años con 4 hijos, con una pareja que la maltrata tanto física como psicológicamente, sin servicios básicos en su vivienda, tiene agua solo cada 15 días, actualmente está desempleada, no cuenta con el apoyo de su familia y no tiene amigos. Una situación bastante crítica influenciada también por la crisis por la que está atravesando el país. ¿Cómo una madre bajo estas circunstancias puede por sí sola sacar adelante a un niño? Por eso llegan a los hospitales solo cuando ya no pueden dar un paso más. ¿Cómo yo puedo juzgar a una madre que sobrevive de esta manera?
Esta mamá había pasado días sin comer pues le avergonzaba decirlo, ¿y cómo alguien puede confiar en ti si lo primero que haces cuando llega es juzgar? Aun con lo poco que yo podía ofrecerle, lo que de verdad necesitaba esa joven era compañía y básicamente fue lo que hice. Mirándola a los ojos, le hablé sobre la importancia de vivir la vida en compañía, de hablar sobre todo de sus problemas, poner en las mesa sus necesidades. Busqué ayuda con trabajo social, con el servicio de nutrición e inclusive le entregué una leche especial que necesitaba el niño y le dije: “comenté tu problema con mi comunidad y entre todos colaboraremos para ayudar con la pronta recuperación de tu hijo”, haciendo énfasis en que Él actúa a través de nosotros, que jamás está sola, pero que debe aprender a buscar ayuda y que hay otro camino.
Me doy cuenta de que puedo aprender mucho de cada uno de mis pacientes y sus familiares, no solo académicamente, sino abriéndome con ellos. Preguntándome cada día sobre lo que pasa a mi alrededor, puedo aprender a ver las señales que Él nos manda. Toda esto y muchas otras circunstancias me llenan de esperanza para seguir con mi trabajo. Me motivan a seguir en mi país y me han permitido ver más allá de lo que tengo frente a mis ojos.

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