No esperamos un milagro ni de los que saldrán elegidos el 6 de noviembre, ni del posible cambio de estatus de Puerto Rico. Nadie tiene la fórmula mágica para reducir la deuda pública y aumentar la productividad, para crear un sistema fiscal justo y eficiente, para vencer la criminalidad y el narcotráfico, para crear oportunidades de trabajo y restituir a la gente el gusto de trabajar, para mejorar los servicios educativos y de salud, para contrarrestar el deterioro social provocado por la progresiva desaparición de la familia con sus tradicionales formas de solidaridad. La crisis en la que estamos sumergidos tiene raíces profundas no sólo en la economía del país y del mundo, sino en la mente y el corazón de cada persona.
La próxima cita electoral puede constituir un momento importante si se vuelve la ocasión para preguntarnos qué es lo que puede dar consistencia, energía creativa, espíritu de sacrificio y de solidaridad a las personas, es decir, al sujeto humano llamado a responder a estos desafíos apremiantes. Es a este nivel que la experiencia cristiana puede dar su contribución.
En la Encíclica Caritas in Veritate, de manera provocadora, Benedicto XVI escribe: “el anuncio de Cristo es el primero y principal factor de desarrollo” (n. 8). ¿Qué quiere decir? Podemos reducirla a una bonita frase piadosa o aceptar el desafío que representa, ante todo para nosotros los católicos. El cristianismo, cuando no ha sido reducido a rito, sentimiento o moralismo, ha introducido en la historia maneras nuevas de comprender los problemas y de usar la razón, ha creado formas de vida más humanas y respuestas originales a los desafíos del tiempo, utilizando criterios impensables como la gratuidad, hasta en el ámbito de la economía.
Generaciones de hombres y mujeres han sido educadas en la certeza de que la realidad es creada con un destino bueno, que cada ser humano tiene un valor infinito porque pertenece al Infinito que todo lo ama hasta el sacrificio del sí. Esto les ha permitido vivir con un sentido de dignidad y de libertad que está por encima de cualquier poder y circunstancia. Ahora, en tiempo de crisis, necesitamos de esta educación de manera particular: para formar una familia que encara sin temor los sacrificios, para trabajar con un sentido, para crear empresas que arriesguen, para ser solidarios con todo el que necesita, para levantar un país del abismo de la violencia y de la confusión en que ha caído.
Por eso, frente a las próximas elecciones, más allá de líneas partidistas, proponemos apoyar a los candidatos que comprenden y respetan la libertad de expresión pública de la Iglesia y que se muestran sensibles a sus propuestas en defensa de aquellos temas que nos afectan a todos: el matrimonio, la libertad de educación, la familia y la vida misma.
Comunión y Liberación Puerto Rico, octubre de 2012
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