En las últimas semanas, como todos, nos hemos quedado desconcertados delante de las informaciones que se multiplicaban acerca de la destitución de dos obispos peruanos, Mons. Gabino Miranda y Mons. Guillermo Abanto, que la Santa Sede ha reducido al estado laical por graves razones. La primera reacción ha sido el dolor y la aparente imposibilidad de responder a estos hechos.
Finalmente han llegado las palabras del Cardenal Cipriani y de la Conferencia Episcopal a indicar el criterio para juzgar estos hechos: para los obispos destituidos, la invitación a asumirse la responsabilidad de sus actos; para las víctimas, la expresión de la solidaridad, y para todos, la llamada a no perder de vista la dedicación y el trabajo de tantos sacerdotes y a orar por su santidad.
Percibimos en estos hechos un desafío que nos toca personalmente; nuestra fe, ¿es capaz de llenar tanto la vida para resistir a la debilidad de nuestra humanidad herida por el pecado?
Si no encontramos respuesta a estas preguntas entonces también nuestra fe, nuestros compromisos de vida cristiana o se apagarán o se vivirán en una duplicidad farisea, que acepta como normal que los ideales cristianos sean, de hecho, imposibles de vivir.
Nos indica el camino el Papa Francisco cuando, en diálogo con un periodista no cristiano responde a la pregunta sobre cómo nació su fe, dice: «La fe, para mí, nació del encuentro con Jesús. Un encuentro personal, que tocó mi corazón y dio una nueva dirección y un nuevo sentido a mi existencia. (...) Sin la Iglesia no hubiera podido encontrar a Jesús, siendo consciente de que este inmenso don que es la fe lo guardan las frágiles vasijas de barro de nuestra humanidad» (Francisco, Carta a los no creyentes. La Reppublica, 11 de septiembre de 2013).
Siendo sinceros, no podemos quitar de nuestra experiencia la belleza que continuamente encontramos en la Iglesia. El Papa Francisco nos ha recordado también en estos días la dimensión paradójica de la Iglesia, santa y pecadora en el mismo tiempo: «¿En qué sentido la Iglesia es santa, si vemos que la Iglesia histórica, en su camino a lo largo de los siglos, ha tenido tantas dificultades, problemas y momentos de oscuridad? ¿Cómo puede ser santa una Iglesia hecha de seres humanos, de pecadores? (...) Cristo ha amado a la Iglesia y se ha dado a sí mismo por ella, para hacerla Santa. (...) La Iglesia es santa, porque procede de Dios que es santo, le es fiel y no la abandona en poder de la muerte y del mal» (Francisco, Audiencia General, 2 de octubre de 2013).
La Iglesia, con su humanidad frágil, es el lugar del encuentro con Jesús aquí y ahora, contemporáneo, y entonces es posible siempre ser arrancados de la debilidad, «salvados» no por nuestras capacidades, sino por una misericordia que nos alcanza, que hace florecer nuestra humanidad, ¿Cómo podríamos vivir sin Cristo presente?
En segundo lugar, estos hechos nos impulsan a comunicar a todos la belleza que hemos descubierto y que nos permite vivir, incluso en las situaciones más difíciles, con una alegría capaz de ponernos siempre de nuevo en camino después de los errores. Sentimos con más urgencia lo que el Papa está pidiendo a todos y que ha pedido a nuestro movimiento en la audiencia con Julián Carrón, presidente de la Fraternidad de Comunión y Liberación: «Lo que necesitamos especialmente en estos tiempos, son testigos creíbles que con su vida y también con sus palabras hagan visible al Evangelio, despierten la atracción por Jesucristo, por la belleza de Dios… no hay que perderse en cosas secundarias o superfluas, sino concentrarse en la realidad fundamental, que es el encuentro con Cristo, con su misericordia, con su amor y amar a los hermanos como El nos ha amado» (Carta de Julián Carrón a la Fraternidad de Comunión y Liberación, 16 de octubre de 2013).
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón