Anna Bonaiti llegó a Lima, Perú, el pasado mes de febrero, después de graduarse en Ciencias de la Educación en la Universidad Católica de Milán con una tesis sobre el método pedagógico de Luigi Giussani. «Un verdadero desafío para el hombre como tal, válido para todos, en cualquier parte del mundo», cuenta Anna: «Que uno puede crecer, llegar a ser protagonista de su vida. Eso es lo que estoy aprendiendo aquí, al otro lado del Océano».
Con ella está Daniela, una compañera de estudios, y juntas están trabajando en la escuela infantil “Don Luigi Giussani”, en el barrio de Chonta. El instituto acoge a cuarenta y cinco niños de entre cuatro y cinco años, y tiene previsto construir un nuevo espacio que permita el acceso a niños a partir de los dos años de edad.
«El primer día no sabía qué me iba a tocar hacer», explica Anna: «Yo no soy maestra». Pero le bastó con mirar a las personas que trabajaban allí y contemplar la propuesta educativa de la guardería: «Inmediatamente percibí un punto de novedad interesante en su modo de mirar a cada niño en su integridad, sin dejar fuera ningún aspecto, empezando por la familia. Para conocer a un niño, tienes que saber cómo vive y en qué contexto». Ese es el espíritu de la escuela: «Pero nos dimos cuenta de que ese principio no era algo “estructurado”. Era algo casi implícito. Sin embargo, era necesario profundizar en las razones, en el origen, y así comenzó un diálogo con los profesores y con la coordinadora, teniendo siempre como punto central el interés por el niño y su crecimiento».
Para Anna y Daniela poco a poco el trabajo se ha ido convirtiendo en la relación con las familias. Invitan a las mamás algunas tardes para hacer juntas algunos trabajos: «Es una ocasión para charlar, ver si tienen algunos problemas que podamos mirar juntas». A veces van directamente a casa del niño. Como pasó con Eduardo. «Llevaba unos días sin venir, así que fuimos a ver qué le pasaba». Se encontraron al niño jugando en la arena y a su madre en la cama, tras haber sufrido un aborto espontáneo y ebria. «La casa estaba hecha un desastre», cuenta Anna: «La coordinadora se puso a ordenar la ropa y la cama donde estaba acostada la madre. Daniela y yo nos unimos a ella y nos pusimos a limpiar los platos. Al terminar, la casa estaba ordenada y resultaba mucho más acogedora. Fue bonito ayudar a la mamá de Eduardo, pero sobre todo lo más importante fue hacerle ver la diferencia entre el antes y el después, mostrarle una manera distinta de tratar las cosas. Antes de irnos, le insistimos en la necesidad de que buscara un trabajo porque, aunque fuera pobre, ella tenía dignidad. Entonces me di cuenta de lo útil que es provocar al otro, porque así yo empiezo a tratarle como lo que es, con toda su humanidad, respetando siempre su libertad para moverse o no». Y las provocaciones continuaron después de aquella visita. «Le habíamos dicho muchas veces que viniera a la escuela, pero nunca venía. Yo pensaba: “Pobrecilla, no tiene dinero, la pobre no puede moverse”. Pero tratar así al otro es reducirlo porque no le permite crecer».
Un día del mes de mayo, poco antes del encuentro organizado en la escuela sobre los temas tratados por Benedicto XVI en la Jornada Mundial de las Familias, Anna y Daniela se cruzaron con aquella madre y la invitaron. Ella les dijo que antes tenía que pasar por casa para lavar y cambiar al niño, pero que luego volvería. «Pensé que era una excusa para escabullirse. Sin embargo, al poco rato volvió, limpia y aseada, y con Eduardo. Y yo que ya la había encasillado… Las personas te sorprender siempre, son un misterio, no puedes saber qué sucede en sus corazones».
La razón por la que se implica tanto en la “Luigi Giussani” es precisamente la mirada que allí ofrecen a los padres, una mirada que reclama a su responsabilidad. Algunos no pueden permitirse pagar la escuela, y a cambio se les pide que colaboren de alguna manera, por ejemplo, en la limpieza. «Aunque no tengas dinero, tienes la capacidad de trabajar, les decimos a estas madres», afirma Anna: «Luego ellas vienen y se sienten útiles. Al final se van contentas por poder colaborar, porque se encargan de mantener en orden el lugar en el que se sientan sus hijos». Y es ocasión para crecer ellas mismas. Porque el hombre crece en la relación con uno que le deja pasar ni una. Así fue con Lázaro. «Su hija Ruth tenía un problema de corazón. Fuimos a su casa para ver si eran conscientes de la situación y si necesitaban ayuda. Lázaro y su mujer aceptaron y empezamos a acompañarles en el hospital. Al principio, él se colocaba en fila pero no sabía qué hacer… No sabía, pero tampoco preguntaba, ni siquiera a los médicos. No hablaba con ellos, éramos nosotras las que hacíamos de intermediarias». Así fue como Anna y Daniela empezaron a explicar mejor a su padre en qué consistía la enfermedad de Ruth y cómo debía moverse en el hospital. «Poco a poco, aprendió. Ahora lo hace todo solo. Se ha convertido en protagonista».
Uno de los problemas más graves en el barrio de Chonta es la higiene. «A menudo los niños tienen piojos», sigue contando Anna: «Nosotras organizamos unas tardes de formación. Les decimos a las mamás que lleven una toalla y una camiseta de recambio, el champú lo ofrecemos nosotras. Les enseñamos a lavarles el pelo, a frotarlo bien por todas partes, y les explicamos lo importante que es quitárselos. Porque si no el niño se pasa todo el tiempo rascándose la cabeza en vez de concentrarse en sus tareas, por ejemplo». Organizar estos momentos siempre es complicado. «Intentamos hacer una tabla con los días, horas y nombres de las personas que participan en cada uno de ellos. Pero nuestro esquema salta por los aires cuando las mamás no se presentan. La primera reacción es enfadarse, pero luego te paras y te das cuenta de que no puedes definirlas por eso, lo que ellas son no pueden coincidir con su ausencia al encuentro organizado. Y vuelves a entender de nuevo la importancia de lo que les proponemos: una hipótesis razonable para afrontar los problemas de la vida».
Al final del año, Anna y Daniela convocan una reunión con los padres para entregarles un papel donde se informa de si han pagado regularmente o no, si han venido o no a los encuentros. «No da igual hacerlo que no hacerlo», insiste Anna: «A veces hay que ser duros y hacerles entender que cada decisión que toman tiene una consecuencia. No sirve de nada quedarse callado delante de uno que no se toma en serio estas cosas. Nosotros se las decimos porque queremos que aprendan a hacerse cargo de su propia vida. Como siempre nos enseñó don Giussani».
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón