Durante más de un año, un grupo de amigos hemos venido trabajando en torno a la “política”, es decir, en cómo vivir la política, lo que nos ha remitido de forma natural a la “subsidiariedad” y el “bien común”. En este camino nos hemos acompañado para hacer un juicio juntos sobre lo que acontece en nuestro país, y cómo las decisiones de los políticos influyen en nuestras vidas. Con este desafío hemos participado en las elecciones de alcaldes y presidentes regionales, en noviembre pasado, y recientemente en las elecciones presidenciales.
Estas últimas, especialmente, las hemos vivido con mayor dramaticidad, pues en el debate público surgieron temas que nos afectan a todos, pues vulneran la dignidad de la persona y sus derechos fundamentales, como el derecho a la vida, a la libertad, y que además afectan gravemente a la familia y a la Iglesia. Por otro lado, y luego de ver los resultados oficiales de las elecciones presidenciales, también trasladando estos resultados al mapa del Perú, es evidente que en la mayoría de las regiones del país la ciudadanía quiere “cambios” y cambios drásticos, principalmente como respuesta a la pobreza, a la exclusión social, y a la falta de oportunidades. Pero, en esto que es un reclamo justo, existe el riesgo de sucumbir ante la ideología, y depositar las esperanzas en “utopías”, que puedan proporcionar un “futuro mejor”, corriendo así el riesgo de promover un estado que anule la capacidad de construcción de la sociedad y -lo que es peor- que anule a la persona, que anule su capacidad para construir su propio desarrollo.
Frente a esta situación y como cristianos, queremos vivir nuestra responsabilidad frente a los deseos de justicia, de felicidad que tiene el hombre. Más aún después de verificar lo que hemos encontrado, no podemos mantenernos como espectadores, después de las elecciones es necesario seguir viviendo y trabajando.
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