Las notas de final de curso no son gran cosa. Más bien habría que decir que son un completo desastre. Parece una quiniela: 1, 1, 0, 2. Algunos niños temen la bronca de sus padres, pero otros, sin embargo, no tienen padres. Después de clase, les ves en la parroquia de San Rafael, en Asunción. El padre Aldo les escucha, mira sus notas... Exulta y les abraza: «En la vida, lo más difícil no es pasar de uno a cinco, sino de cero a uno».
De cero a Uno, «Dazeroauno, es el nombre de la obra que pusimos en marcha el pasado mes de septiembre», cuenta Stefano Storti, un empresario milanés que, con un grupo de compañeros y amigos, ha decidido apoyar la obra de este sacerdote en Paraguay. «Conocí al padre Aldo en Roma el 24 de marzo de 2007. Roberto Fontolan me dijo: “te presento a un amigo”, el padre Aldo. Mi mujer y yo nos quedamos un rato charlando con él. Nos impresionó su mirada. Cuanto más nos hablaba, más crecía nuestro deseo de estar a su lado». ¿Por qué? «No lo sé explicar, pero estaba conmovido. El modo en que me miraba... era como si Cristo me estuviera mirando en aquel instante. Un tiempo después vino a verme a Milán, a mi empresa. Cuando llegó, arrancó una rama en el patio, pidió agua y bendijo la sede y a todos los que estábamos allí».
Gente muy distinta (entre los fundadores de la asociación hay directores, empresarios, médicos, hasta un futbolista), pero todos atraídos por ese sacerdote que habla de sus enfermos como un enamorado, «sin miedo a decir “Tú” a Cristo». Por eso pusieron en marcha Dazeroauno, «por el deseo de estar con él. Para descubrir cómo su amor por Jesús, a través del abrazo de don Giussani, vuelve a sueceder ahora y cambia un trozo del mundo».
La propuesta es muy concreta. Mediante una serie de encuentros en colegios, empresas y asociaciones, Dazeroauno sostiene el trabajo cotidiano de la Casita de Belén, la casa madre que acoge a trece niños de entre ocho meses y once años, y la construcción de la nueva clínica San Ricardo Pampuri para enfermos terminales. «Un día, al padre Aldo y al padre Paolino (también misionero en Paraguay) les preguntaron cómo les gustaría morir. “Como príncipes”, respondieron. Cuidados y amados. Y pensaron que también los pobres enfermos abandonados por las calles, como aquél que habían recogido unos días antes, merecían morir así». Era el año 2004. Desde entonces, el hospital se ha hecho cargo de seiscientos enfermos terminales, pobres, marginados, rechazados por la sociedad. Que mueren como príncipes porque son abrazados. Y se convierten en Alguien.
www.dazeroauno.org
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