El próximo 7 de noviembre tendremos una intensa jornada electoral en la cual se elegirán intendentes y concejales municipales en todo el país. En varios lugares, la circunstancia política parece reducirse a la búsqueda del poder, incluso a través de alianzas impensables, dejando a muchos ciudadanos en la indiferencia, la desilusión y el cinismo. Muchos pensamos que es inútil participar en los asuntos públicos y algunos otros nos volcamos sin reservas a apoyar al candidato más poderoso, al que promete darnos más, al que más se adapta a nuestros intereses particulares e ideas preconcebidas.
Esta manera de vivir la política nos afecta a todos, no nos hace libres sino esclavos de quien detenta el poder. Las elecciones no pueden ser la ocasión de cambiar de amo, sino de preguntarnos: ¿qué valor tiene la política? ¿Cuál es su finalidad? ¿La política tiene que ver con el deseo de felicidad que nos mueve todos los días al trabajar, al estudiar, al cuidar y educar a nuestros hijos? Si vamos al fondo de este deseo, nos damos cuenta de que no podemos responderlo solos, aislados de los demás, indiferentes a nuestros vecinos y compañeros de trabajo. Por naturaleza, el “yo” necesita del “nosotros”. Por esto, la dimensión política no es una actividad específica de algunos –los más capaces entre nosotros-, sino una dimensión fundamental de nuestra persona. Tan fundamental que no nos satisface quedar reducidos a meros votantes que se manifiestan sólo el día de la elección para después regresar al anonimato. Tan fundamental que no habrá nunca un aparato municipal tan eficaz que logre sustituir la creatividad y el empeño de cada uno.
Lo que nos permite descubrir y tomar en serio nuestras exigencias humanas más profundas –de amor, belleza, justicia y felicidad- y, por ello, salir del escepticismo y mirar positivamente la circunstancia política actual es el encuentro con Cristo presente dentro de la Iglesia. Sin la fidelidad a este encuentro, caeríamos de nuevo en la indiferencia o en la trampa de fijar toda nuestra esperanza en la política y los políticos. Por el contrario, la relación con Cristo, vivida todos los días, nos hace establecer incansablemente relaciones con otros, construir familias, escuelas, empresas, obras sociales, culturales y políticas, descubriéndonos continuamente como un pueblo vivo, libre, capaz de contribuir a una convivencia más humana.
Conscientes de que no existe opción política perfecta, invitamos a votar no por aquellos candidatos que prometen librarnos mágicamente de todas nuestras preocupaciones, sino por quienes muestran una disponibilidad sincera hacia las realidades vivas que, como la Iglesia, encarnan al pueblo donde la persona expresa y desarrolla todo su potencial humano. Al mismo tiempo, el carácter local de las próximas elecciones reclama y exige nuestro trabajo e iniciativa personal y comunitaria –en nuestros barrios- para que quienes resulten electos vean más de cerca nuestros problemas urgentes –la pobreza, la violencia y la falta de servicios básicos como el agua y la electricidad- pero sobre todo, valoren la riqueza humana y social que brotan de nuestras iniciativas dentro de la pertenencia alegre y cordial a este pueblo. El bien común es responsabilidad de todos.
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