La migración y las dificultades que enfrentan quienes se ven orillados a dejar sus lugares de origen por motivos de subsistencia no son un problema nuevo. Sin embargo, recientemente el tema se ha puesto sobre la mesa frente a las amenazas del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, de ampliar el muro fronterizo con México e intensificar las deportaciones de connacionales, entre otras.
Ante este panorama, la sociedad mexicana ha tomado diversas iniciativas, como realizar marchas y protestas que han desembocado en debates acalorados que frecuentemente conducen a enfrentamientos entre personas.
Pareciera que el problema está en los posicionamientos que se asumen y en las discusiones, es decir, en la dialéctica, siempre considerando que el problema está afuera, ajeno a nuestra responsabilidad.
Este modo de proceder pone en evidencia nuestra incapacidad de comprender de raíz lo que sucede, la falta de energía de la razón para juzgar hasta el fondo las circunstancias, hasta captar el significado profundo de lo que acontece.
Recientemente Mons. Carlos Garfias, arzobispo de Morelia, habló sobre estos temas y escucharlo es pertinente porque ayuda a educarnos en la capacidad de juicio, a centrarnos en el verdadero problema, que es el olvido de la persona.
Las palabras de Mons. Garfias nos reclaman –en primer lugar a nosotros, en cuanto cristianos– a pedir perdón por nuestras omisiones y a volver la mirada al origen de nuestra identidad, a no olvidar el encuentro que hemos tenido.
Nos urge a testimoniar con energía lo que solamente por gracia hemos recibido. Su invitación, clara y decidida, nos llama de nuevo a la memoria, a ser portadores de la mirada viva y eficaz de Cristo, sin la cual no es posible la generación de un nuevo y verdadero tejido social.
«Comprendamos que ellos (los migrantes) se han ido porque nosotros, como pueblo, no hemos sido capaces de construir un entorno donde reine la justicia, donde exista trabajo bien remunerado y oportunidades de futuro. Pedimos por ello perdón a quienes hemos expulsado de nuestros lugares al no erradicar la pobreza y que ahora enfrentan la amenaza de la exclusión y la discriminación», dijo en su primer mensaje al asumir la Arquidiócesis de Morelia.
«Para ellos, una palabra de gratitud por todo lo que hacen por sus familias y por sus comunidades. También una palabra de aliento ante las dificultades que enfrentan. Sepan que no están solos», expresó.
Al ser entrevistado por diversos medios de comunicación, indicó que es urgente encontrar caminos de reconciliación para responder eficazmente a los problemas de violencia, injusticia, corrupción e impunidad que nos aquejan.
Añadió que los cristianos no podemos seguir evadiendo la desintegración del tejido social y que nuestra acción debe ser decidida, al tiempo que debemos dar un testimonio vivo de Cristo. En esta tarea, llamó a trabajar con las autoridades civiles, con distintos gremios y otras iglesias en favor de la paz, además de que reiteró que la crisis que sufrimos tiene su raíz en gran medida en la indiferencia de quienes nos llamamos cristianos.
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