Alejandro Guillén, politólogo de la Universidad Popular Autónoma del Estado de Puebla (UPAEP), en una entre-vista que nos concedió para evaluar el contexto político del país, reconoce que los gobernantes de todos los niveles han perdido credibilidad, debido a los escasos resultados positivos en materia de seguridad pública y crecimiento económico, así como a los casos de corrupción que están en el fondo de muchos de los problemas que vive México. «Hay, en términos generales un rechazo a los partidos políticos, hay gobernadores y el propio Presidente de la República con calificaciones muy bajas en lo que se refiere a la percepción de su trabajo y los resultados». Añadió que eventos como la matanza en Ayotzinapa, las desapariciones en Tierra Blanca o la ex-plosión en el complejo petroquímico de Pajaritos tienen un denominador común: la corrupción.
No obstante este contexto, afirma el profesor Guillén, el brote de esperanza –la necesidad de cambio– es mani-fiesta. Estima que en los estados donde la violencia es insostenible existe la posibilidad de que la gente tenga más motivos para salir a elegir a sus representantes y por lo tanto la elección sea más nutrida: «hay ciudadanos que quieren mandar el mensaje de que estos cambios de gobernantes, cambios de autoridades, se den por la vía pacífica y no hay mejor fórmula para ello que el voto»; por lo que considera que en la circunstancia actual sigue siendo pertinente apostar por la democracia, a pesar de que el desencanto por la vida política se encuen-tra ampliamente extendido.
Una visión cerrada del individuo. ¿Pero dónde radica el problema de fondo?, se pregunta ante el aná-lisis de la situación del país el politólogo Arturo Tapia, investigador del CIIDIR-IPN. En una visión cerrada del individuo que le hace pensarse aislado; postura que pone en movimiento un casi fatal círculo vicioso: «La situa-ción que vivimos hace pensar a muchos que la única postura “razonable” es que cada quien procure su propio bien y el de los suyos, es decir, que cada uno busque una tabla de salvación en medio del desorden social y político que parece erigirse delante de nosotros. Pero esta postura es engañosa, porque no hace sino agravar una situación que precisamente ha nacido de la búsqueda egoísta del bien propio. La ciudadanía, junto con su clase política y sectores empresariales han estado sucumbiendo al engaño de querer construir una sociedad sobre la búsqueda egoísta del bien personal. Los resultados están a la vista. La discordia nos incapacita para emprender la menor acción conjunta».
Este análisis del investigador evoca el discurso del Papa Francisco en Palacio Nacional, el pasado 13 de febre-ro: «Un futuro esperanzador se forja en un presente de hombres y mujeres justos, honestos, capaces de empe-ñarse en el bien común, este “bien común” que en este siglo XXI no goza de buen mercado. La experiencia nos demuestra que cada vez que buscamos el camino del privilegio o beneficio de unos pocos en detrimento del bien de todos, tarde o temprano, la vida en sociedad se vuelve un terreno fértil para la corrupción, el narcotráfi-co, la exclusión de las culturas diferentes, la violencia e incluso el tráfico de personas, el secuestro y la muerte, causando sufrimiento y frenando el desarrollo».
En el mismo discurso, el Papa aseguraba que la Iglesia tiene una importante aportación para la sociedad: la construcción de la civilización del amor. Se trata de un cambio de paradigma frente al otro –el prójimo–, de re-conocerlo como un bien y no como un posible enemigo. Sin este cambio de paradigma, que tiene como base a la civilización cristiana, no llegaremos nunca a la raíz del problema y por tanto tampoco de la solución.
Una alegoría de la acción política. ¿Cómo se construye este tipo de civilización? «No es sólo un asunto de leyes que requieran de actualizaciones y mejoras —siempre necesarias—, sino de una urgente forma-ción de la responsabilidad personal de cada uno, con pleno respeto del otro como corresponsable en la causa común de promover el desarrollo nacional», asegura.
La caridad cristiana, la visión del Bien Común, no es abstracta; se inserta y toma forma en las actividades de la vida cotidiana, en la normalidad de la vida. «¿Qué es capaz de hacer la fe?», se cuestiona el Arzobispo de Oa-xaca, Monseñor José Luis Botello. «Mover a todos los ciudadanos a apreciar su ciudad, a quererla y hacer algo por ella», se responde. Y refiriéndose a la exposición de Los Frescos del Buen Gobierno –actualmente abierta al público en el Centro Cultural Ex-convento de San Pablo, en la capital del estado de Oaxaca– pone el ejemplo de Ambrogio Lorenzetti: «hizo lo que sabía hacer: pintar».
Las alegorías del buen gobierno y del mal gobierno pintadas en Siena hacen que el caso de Lorenzetti se con-vierta así mismo en una alegoría de la acción política. Lo que sabía hacer era pintar, pero eso estaba imbuido de toda la fuerza política, hasta el punto que política y belleza llegan a coincidir en su obra. El quehacer propio del pintor no queda desligado del gobierno de la polis. Por un lado expresa cómo los gobernantes tienen la res-ponsabilidad de mirar en las leyes y su ejecución por el Bien Común, de suerte que para que la paz no quede atada sea menester la práctica de la justicia según la sabiduría. Por otro lado, en las alegorías del buen y mal gobierno están los ciudadanos que construyen o descuidan la ciudad, haciendo o dejando de hacer lo que a cada cual corresponde. Se encuentran allí constructores, comerciantes, guardianes de la ciudad, maestros, pas-tores, viñadores... y es el conjunto del trabajo de todos lo que desarrolla el Bien Común.
Una democracia “de primera”. Así, el Bien Común se presenta dentro de una relación de bicondiciona-lidad entre gobernantes y gobernados. En sentido estricto, la cuerda de la justicia en su doble dimensión de conmutativa y distributiva, que pasa por los representantes del pueblo y es confiada al gobierno, implica esa recíproca condición: el gobernante –elegido del pueblo– tiene en sus manos lo que los ciudadanos le otorgan desde su trabajo y vida cotidiana (el tipo de justicia y concepción de vida); y el pueblo, a su vez, hace acuse en su trabajo y vida cotidiana, de la aplicación de la justicia que los gobernantes ejecutan.
En la base de una concepción como ésta, en la que los ciudadanos no hacen en su vida cotidiana una democra-cia “de segunda” sino una democracia, que concreta desde el trabajo y la caridad el Bien Común; y que al mismo tiempo conoce el papel fundamental de los gobernantes en el cuidado y procuración del mismo bien; la política se entiende inserta en la globalidad de la vida, a todos concerniente. Y particularmente en las elecciones: el momento en que los ciudadanos depositan su voto en las urnas se convierte en el rito cívico-religioso por el cual cada uno afirma la positividad que está en la base de su concepción de hombre y consecuente ideario político sobre el trabajo y la acción política; positividad que concede el justo lugar del César al César, un lugar de enor-me responsabilidad pero limitado; y simultáneamente deposita el propio compromiso en su cotidianidad, para que también por medio suyo se realice, según sus propios límites, el Bien Común concreto. Este 5 de junio, 16 de las 32 entidades federativas del país tendrán comicios. En 12 de ellas, se elegirán gobernadores; y en 10, además de éstos, también presidentes municipales y diputados locales. En total son 967 los Ayuntamientos a renovar. No es una cosa menor la que está en juego. En la homilía del 16 de septiembre de 2013 en Santa Marta, el Papa expresó: «la política, según la Doctrina Social de la Iglesia, es una de las formas más elevadas de la caridad, porque sirve al bien común. No puedo lavarme las manos, ¿eh? ¡Todos tenemos que dar algo!... Tantas veces hemos escuchado que “un buen católico no se mezcla en política”, esto no es verdad, ese no es un buen camino».
En el gestarse de la personalidad del pueblo mexicano, ha recordado el Papa, está la ternura de la Madre que anuncia el Verdadero Sol de justicia. No podemos olvidarnos de nuestra historia: ¿qué es aquello que nos ha salvado? ¿Quién es Ese que nos ha salvado? Con la mirada en Él, al amparo de la Morenita, la acción política del cristiano se transforma siempre, pese a los contextos llenos de problemas y las visiones fragmentarias del hombre, en una alegre osadía que da responsablemente al César lo que es del César (diríamos: elige responsa-ble, concienzudamente a sus representantes, propone y vive en su ámbito el Bien Común, lo reclama como polí-tica de gobierno) y pide a Dios lo que sólo Él puede dar.
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón