Los hechos de Ayotzinapa, en México, han sido el detonante que ha hecho emerger con más claridad algo que se va gestando desde hace mucho tiempo en nuestro país. De ello forman parte los graves atentados contra la dignidad del hombre como la trata de personas, la explotación de migrantes, la prostitución infantil, así como la corrupción del Estado en todos sus niveles y su incapacidad –y la de la misma sociedad– para resolver esta grave situación de crisis.
Frente a esta situación, por un lado prevalece la rabia o el desaliento y la falta de esperanza de que algo nuevo pueda suceder, y por el otro, se intentan salidas que en su mayoría no parecen poder resolver de raíz esta crisis.
Parece que no hubiera salida, sin embargo, como escribía Hanna Arendt: «Una crisis nos obliga a volver a plantearnos preguntas y nos exige nuevas o viejas respuestas, pero, en cualquier caso, juicios directos. Una crisis se convierte en un desastre solo cuando respondemos a ella con juicios preestablecidos [sean los que sean], es decir, con prejuicios. Tal actitud agudiza la crisis y, además, nos impide experimentar la realidad y nos quita la ocasión de reflexionar que esa realidad nos brinda» (H. Arendt, Entre el pasado y el futuro. Ocho ejercicios sobre la reflexión política, Península, Barcelona 1996, p. 186).
Por ello, no queremos quedarnos en el lamento de una situación que nos sobrepasa a todos o en análisis que no dejan de expresar “juicios preestablecidos”, es decir, prejuicios. Queremos propiciar un diálogo entre las realidades vivas de nuestra sociedad para que juntos podamos identificar las causas que yacen el fondo de la circunstancia actual y así vislumbrar salidas realizables.
Es evidente que nuestra crisis no es solo política, o económica o social, sino que se trata más radicalmente de una crisis antropológica, una crisis de identidad, en este caso, de identidad de nuestro país.
Como en todos los países del mundo, la historia de México ha sido dramática, y en ciertos momentos trágica. Sin embargo, en ella encontramos también los elementos que han permitido que se formara nuestro país. Es una historia de contrastes en donde paradójicamente encontramos:
- los valores de la religiosidad de los pueblos nativos y los valores aportados por la Evangelización que han representado –y que en parte todavía hoy representan– una gran fuerza para nuestro pueblo frente a la violencia vivida durante la conquista y frente a las injusticias en el tiempo de la colonia;
- los anhelos de libertad que han dado vida a la lucha por la independencia y que han animado y todavía animan los mejores espíritus liberales, frente a la creación de un Estado que no ha sabido encarnar en la práctica los valores de libertad y de derecho propios de esta tradición;
- los anhelos de justicia y de democracia efectiva que han impulsado los primeros pasos de la revolución, frente a un desenlace revolucionario que no ha sabido ni querido hacer efectivos estos anhelos de justicia y de democracia.
Una historia de opuestos dramáticos en la que, como afirma Arendt, el mayor desastre sería quedarnos dominados por prejuicios que nos impidan construir juntos nuestro presente y futuro, haciendo tesoro de los valores que nuestra tradición contiene.
La nuestra es una sociedad plural, y en ella ya no es posible sostener posturas cerradas y monolíticas en las que queda excluido el diálogo entre quienes la conformamos. Es urgente crear espacios de diálogo efectivo entre las diferentes almas de nuestra sociedad para redescubrir, repensar y reescribir juntos los valores que son parte de nuestra herencia: esto nos permitirá revivirlos.
Esta es la naturaleza de la provocación que procede de la crisis en la que nos hallamos inmersos.
Este panel que Encuentro DF propone quiere ser un espacio para hacer posible este diálogo.
Visita la web de EncuentroDF, que se celebrará los días 6 y 7 de febrero
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