La noche del 26 de septiembre, policías municipales de Iguala, Guerrero y grupos armados no identificados dispararon contra camiones que llevaban a estudiantes de la escuela normal de Ayotzinapa y jóvenes de un equipo de futbol local. Estos hechos provocaron 6 muertos, 25 heridos y la desaparición de 57 normalistas, 14 de los cuales después fueron localizados con vida, mientras otros 43 permanecen desaparecidos hasta la fecha.
El 1 de octubre se da a la fuga el alcalde de Iguala (municipio en que se encuentra Ayotzinapa). El 4 de octubre se encuentran varias fosas clandestinas con 28 cuerpos. El 5 de octubre son detenidos 22 policías de Iguala. El 10 de octubre son descubiertas 4 fosas más. En 14 de octubre la Procuraduría General de la República anuncia que los cuerpos en las fosas no son de los estudiantes desaparecidos, por lo que sale a la luz que hubo otras matanzas en la región. El 15 de octubre se descubren 6 fosas más. El 21 de octubre la misma Procuraduría General de la República dice que hubo errores en el análisis de los cuerpos encontrados y que por eso se está rehaciendo un análisis nuevo. En todo este período se desatan manifestaciones y paros en muchas Universidades y escuelas de la República, mientras que las autoridades y los partidos políticos se deslindan de responsabilidades en el asunto y se acusan entre ellos de corrupción, complicidad y de ineficacia.
Estos hechos trágicos han puesto en evidencia, además de una situación de violencia que se vive en el estado de Guerrero, que viene no solo desde hace décadas sino desde hace siglos, también la complicidad entre autoridades civiles del municipio de Iguala y grupos armados de la zona y una ineficacia, también por parte del Gobierno Central, en la búsqueda de los desaparecidos y en hacer frente a esta situación trágica.
Nuestros amigos, Giovanna, Héctor, Magui y Arturo, han elaborado el juicio que sigue y que comparten. No se trata solo de leer este juicio o de repartirlo entre nuestros amigos, sino de que todos y cada uno de nosotros, a partir de este testimonio, estamos llamados a dar también un juicio sobre este trágico hecho que interpela nuestra identidad de cristianos y nos recuerda la tarea que tenemos en el mundo.
Esto que nos comparten nuestros amigos no es el fin, sino el inicio de un trabajo al que todos estamos invitados, para verificar si la fe responde de verdad a las exigencias de la vida e ilumina y nos da fuerza para vivir en nuestra vida cotidiana y en la circunstancia en la que nos encontramos, también les pedimos rezar un rosario en familia pidiendo para que la fe de nuestro pueblo nos lleve a respetar como primera cosa el valor de cada persona.
Yo no había oído antes de la existencia de Ayotzinapa, Guerrero y su escuela normal. No me consuela darme cuenta de que ni siquiera los periodistas que repiten las noticias saben si es Ayotzinapa o Ayotzinapan. Google Maps dice que está a unas 5 horas y media de la Ciudad de México, y eso podría parecer suficientemente remoto como para pensar que sus problemas quedan lejos de mí y de mis circunstancias.
No obstante, el recuento de los hechos interpela a todos por su excepcionalidad; porque a nivel local, nacional e internacional se ha convertido en una provocación que exige respuesta, más allá del caso, como exigencia de que las condiciones de impunidad del país cambien radicalmente.
Muchas veces hemos visto dramas similares y, sin embargo, este es nuevo, ¡como es obvio para cada una de las familias de los desaparecidos! Es desalentador. Sin duda nos sentimos invitados a preguntarnos: ¿A quién le conviene que las cosas sigan igual? ¿Habría que asumir la interpretación de los medios y las declaraciones de “los que saben” o de sus detractores? ¿A mí qué me exige esta condición?
Parte de la respuesta viene de Oaxaca. Hace unos cuantos días, con motivo de la coronación de la Virgen de Juquila, el Nuncio Apostólico expresó: «Posiblemente ustedes oyeron hablar alguna vez de la Madre Teresa de Calcuta. ¿Sí? Pues, a ella, en cierta ocasión alguien le preguntó: “Madre, ¿por dónde debe comenzar el cambio de la Iglesia, y por supuesto también de la sociedad?”. A lo que ella contestó: debe comenzar “por usted y por mí”. ¡Sí!, hermanas y hermanos, somos cada uno de nosotros quienes, para cambiar nuestro mundo, para cambiar nuestra sociedad, para mejorar el ambiente en nuestras familias, necesitamos cambiar nuestras mentes y nuestros corazones, esforzándonos decididamente por saber aprender a pensar, a sentir y a actuar según Dios. Así lo decía también su arzobispo en uno de sus comunicados: “Depende de nosotros y está a nuestro alcance erradicar toda clase de violencia desde nuestro hogar, desde donde trabajamos o estudiamos”».
¿Pero dónde aprendemos a cambiar nuestras mentes y nuestros corazones? Los obispos de la zona de Guerrero escribieron un comunicado que indica dicho lugar de educación y conversión: «Desde la Iglesia Católica nos comprometemos a hacer nuestra parte para consolar a los que sufren, alentar la esperanza en medio del miedo y del dolor y seguir anunciando el Evangelio del Amor y de la Paz a todos».
Ayotzinapa está aquí –en el alumno en paro, en la vecina con miedo, en el amigo desempleado y angustiado, en el hijo al que no sé educar–, pero yo no lo sabría si no siguiera aquello que la comunidad cristiana me propone.
Entonces no podemos dejar de estar cerca de esta compañía humana que nos desafía a no considerar ajeno ningún hecho y pedir la sensibilidad necesaria que nos permita mirar al que sufre, decidirnos a consolarlo y no dejarnos caer en la desesperanza y la violencia, en nuestra casa, trabajo o lugar de estudio. La cuestión es testimoniar que la vida no es un quehacer, sino un amor, sentirse amados, que la consistencia del “yo” está en ser amado.
Giovanna, Héctor, Magui y Arturo
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