El Papa Benedicto XVI ha nombrado recientemente nuevos miembros del Consejo Pontificio Justicia y Paz, dicasterio vaticano encargado de profundizar y promover la Doctrina social de la Iglesia en el mundo entero. En una pequeña lista en la que se mencionan nombres como Michel Camdesuss, ex director del FMI, Card. Reinhard Marx, arzobispo de Munich-Freising, o el Card. Oscar Rodríguez Maradiaga, arzobispo de Tegucigalpa, aparece el filósofo Rodrigo Guerra, director del Centro de Investigación Social Avanzada (Querétaro, México) y miembro de la Academia Pontificia pro Vita.
¿Qué pregunta le surgió al recibir un nombramiento por parte del Papa para formar parte del Consejo Pontificio Justicia y Paz?
La pregunta fue por qué Benedicto XVI no llama a otro. Conozco a personas e instituciones en México y en América Latina que tienen una larga tradición en el terreno de la difusión de la Doctrina social de la Iglesia. Servidor siempre ha sido un poco outsider en esos mundos. Gracias a la ayuda de algunos amigos veo que el nombramiento hay que interpretarlo como parte del don que Dios nos regala para vivir una adhesión más radical a Jesucristo en la persona del Santo Padre. En estos momentos en que la sospecha y la desconfianza a la carne concreta de la Iglesia parece extenderse, la educación que hemos recibido creo que permite mirar con un afecto singular cualquier invitación a servir al Papa desde cualquier trinchera. La fidelidad al evangelio siempre es seguimiento a uno, a uno concreto que nos acompaña: Carrón, los obispos, el Papa.
¿De qué manera el carisma de CL ha enriquecido a la Iglesia?
La gracia que descubrí en 1989 al encontrarme con el carisma de don Giussani en la ciudad de Puebla me sorprendió enormemente. Lo que sucedió en mi vida no fue la inmersión en una secta, en un grupo restringido o en una aristocracia moralista más o menos piadosa sino una modalidad para vivir en el corazón del mundo, es decir, en la Iglesia, entendida como continuación de la presencia empírica de Jesús en la historia. Vistas así las cosas, tengo la impresión de que el carisma de CL no debe ser visto como un añadido extrínseco que “enriquece” a la Iglesia sino que es Jesús presente en la Iglesia el que ha enriquecido y constituye al cien por cien la vida e identidad del Movimiento, haciendo de él un camino para que cualquier ser humano pueda descubrir a través de un método educativo lo esencial cristiano. El carisma del Movimiento, al menos en mi historia personal, ha sido la manera como Dios me ayudó a descubrir la riqueza de la Iglesia como comunión y no como organización, como estrategia o como proyecto.
A nivel personal y humano ¿cuál ha sido la mayor aportación de la pertenencia a este carisma?
La gracia peculiarísima que da vida al Movimiento atraviesa la personalidad y la historia de cada uno. Después de muchos años, percibo – no sin dificultad – que antes de encontrarme con el carisma a través de Jorge Navarro, de Amedeo Orlandini y de Bruno Gelati, vivía preso de una ideología que sustituía – sin que yo me diera cuenta – la experiencia de la fe. Esto tuvo consecuencias que me dañaron mucho interiormente y yo mismo también lastimé a otros con mi propio moralismo. Gracias al regalo que nos comparte don Giussani sigo viendo mi yo herido y lastrado pero acompañado por una Esperanza que me resulta siempre nueva y descontaminante: Jesús está aquí, su ternura no cesa. Su piedad no me deja a pesar de mis olvidos. Por ello, sólo cabe en mi corazón agradecimiento y Esperanza. Comunión y Liberación ha significado en mi vida la posibilidad de que mi propio límite y traición no me aplasten sino que siempre sea posible recomenzar. A nivel “humano” el carisma me ha rescatado, ha secado mis lágrimas y ha colaborado como nada en el mundo a un lento proceso de sanación.
¿Cómo le ayuda esto a sostenerse ante el agotamiento, las responsabilidades, el trabajo y la familia?
Las objeciones sí nacen. Están por doquier. Muchas veces he desatendido a mi familia y mi ausencia ha tenido consecuencias. Sin embargo, como ha dicho Julián Carrón recientemente, Dios no permite que suceda nada si no es para madurar. Y en ello, justo en ello, podemos verificar la verdad de nuestra fe: “Las circunstancias se nos dan para que madure en nosotros la conciencia de cuál es nuestra consistencia”, es decir, para descubrir que somos hechos por Otro. Esto es tan verdadero que incluso nuestra propia fragilidad y pecado es transformado por Dios en oportunidad para descubrir la necesidad de una adhesión incondicional a Él. ¡Que misterioso! Y al mismo tiempo: ¡cuánta ternura implícita en este gesto de piedad para con nuestra humanidad llena de llagas! Quiera Dios sostener mi pobre “sí” también ahora en este nuevo servicio que solicita el Santo Padre.
¿Cuál es el desafío de los cristianos de vivir en un mundo secularizado?
El desafío de los cristianos en un mundo secularizado no puede ser otro que recomenzar una y otra vez desde Cristo para así mirar nuestra realidad personal y cultural con una simpatía elemental que nos permita superar la fácil tentación de la condena y abrirnos a una actitud misional aun en medio de escenarios en ocasiones adversos. La mejor manera de reaccionar delante de los desafíos del mundo secularizado no es la construcción de muros, de trincheras o de esfuerzos para el “combate” sino la adhesión incondicional a la Amistad a la que hemos sido confiados. Si nuestra adhesión es adulta entonces la creatividad cultural que brota de la alegría por haber encontrado un camino para sanar nuestra humanidad herida, surgirá a modo de empeño misionero.
¿Qué importancia tiene la Doctrina social de la Iglesia para los cristianos en el momento actual? ¿Cómo puede ayudarnos a vivir más profundamente nuestra fe particularmente en este Año de la Fe?
Mi querido maestro Rocco Buttiglione me animó a entender hace muchos años la Doctrina social de la Iglesia como la conciencia teórica de un movimiento práctico. Esta perspectiva no ha sido siempre acogida por algunos “profesionales” de la difusión de la Doctrina social que tienden a pensar que esta no es sino un mero conjunto de “valores” o de “principios éticos” que hay que “aplicar”, o como decimos en México, que hay que “aterrizar”. Lo fundamental de la Doctrina social de la Iglesia es que nos invita a vivir la experiencia de la fe como movimiento, es decir, como sujeto comunional en el que sucede algo que cambia la vida. Este acontecimiento nos permite hacer un juicio sobre el desafío social en el que nos encontramos insertos y de esta manera anunciar una buena noticia a todos – sin excepción – sobre la vida de la persona humana en el trabajo, en la familia, en la escuela, en el sindicato, en el comercio, en el partido, en el gobierno o en la nueva dinámica que ofrece la globalización... En una palabra, la Doctrina social de la Iglesia nos impulsa a ser buena noticia delante de todos los hombres y las mujeres de nuestro tiempo, mostrando que lo que hemos encontrado en Jesús realmente renueva todas las cosas, hasta las más intrincadas al interior de la compleja “cuestión social” en la que vivimos en América Latina y en el mundo entero. Nuestra fe, entonces, no es una experiencia intimista y atemporal sino que esta posee una dimensión histórica y cultural que nos impulsa a abrazar todo lo humano. La Doctrina social de la Iglesia de esta manera es, en mi opinión, una dimensión constitutiva del anuncio evangélico.
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