No quiero dejar de escribir hoy, porque la memoria pronto deja un recuerdo que no hace justicia a lo que ha pasado...
Hoy he visto cómo representantes de importantes instituciones en todo el mundo se rendían ante lo que realmente importa, lo sencillo, casi ordinario, aunque que en este mundo de hoy resulta extraordinario: que un grupo de personas se miren unas a otras, se tomen en serio la necesidad que comparten y decidan lanzarse juntos a construir una obra.
Es lo que ha sucedido con la inauguración de la sede de DIJO (Desarrollo Integral de la Juventud de Oaxaca). Un acto que ha unido a personas de ámbitos diversos, algunas de ellas venían incluso de muy lejos. El nuncio apostólico, el arzobispo, un amigo que vino desde Veracruz; el representante de Enel, la mayor empresa eléctrica de Italia; el embajador italiano, el representante de UNICEF, la de la empresa Ferrero Roche, las españolas venidas de CESAL, Mapfre y la escuela de fútbol del Real Madrid... Me sorprende que vengan desde tan lejos sólo para compartir con nosotros este momento, ¿qué verán aquí?, ¿qué les lleva a recorrer tanta distancia que nosotros, que estamos al lado, a veces no vemos?, ¿no me estaré perdiendo algo?
Como el interés mostrado por el gobernador de Oaxaca, que saludó a los niños uno por uno y que, cuando fuimos a despedirle porque tenía que irse antes de que terminara el acto, nos dijo: “¿Pero no me hacen un recorrido antes de irme?”.
Tras las intervenciones de tan ilustres personalidades llegó el testimonio de una de las madres, cuyas palabras sobre mi extrañado amigo Julián de la Morena me llenan de conmoción. Cuando termina, oigo a Bernardo, que me dice: “Ya no habla como las demás, cómo se nota que ha cambiado”.
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