Las calles están llenas de gente que pide, piden de todo a cualquiera que pase. Otra gente está allí para responder, lanzando literalmente comida, agua, ropa. Han pasado dos semanas del terremoto que el 17 de abril sacudió Ecuador: un movimiento de 7,8 grados en la escala Richter, que ha matado a más de setecientas personas y ha dejado sin hogar a otras 30.000. Algunos siguen desaparecidos y hay 17.000 heridos. Poco a poco se va haciendo balance de los daños causados. Por las calles, donde normalmente nunca falta la música, reina el silencio.
Stefania Famlonga lleva casi trece años en Quito: «Nunca había visto una situación como esta, tan radical». Es la responsable del movimiento de CL en Ecuador y trabaja para AVSI. «Llevo muchos años dedicada a la cooperación al desarrollo, pero estos días he tenido que redescubrir de nuevo qué es lo que verdaderamente hace falta». La necesidad más imponente ahora, en plena emergencia, cuando las carencias materiales son inmensas, es aún más grande de lo que se ve: «La necesidad es realmente infinita. Es la urgencia del sentido, de una esperanza que responda al drama de la vida».
Salta a la vista incluso en el ímpetu, inmediato y grandioso, de respuesta ante el desastre. Los primeros días todos ayudaban a todos, de todas las formas posibles, no se hacía otra cosa, en todas partes se recogían fondos. «Pero ves que este empeño por ayudar, algo tan bueno, ya empieza a decaer. En nosotros y fuera de nosotros», continúa Stefania. «Y es normal que sea así, porque no se sostiene solo».
También es imponente el sentido de la muerte. «Tener continuamente ante nuestros ojos que todos pueden morir en un instante… Son cosas que sabes desde siempre, todos los días, pero de repente se hacen evidentes». Escuchan tantas historias de muerte, sentir las réplicas, que todavía se suceden, te hace ser muy consciente de hasta qué punto la vida pende de un hilo. «Esto suscita en mi corazón el deseo del Cielo», dice Stefania. «Mientras estoy ahí, haciendo cosas, percibo también un gran deseo de eternidad».
Nos cuenta que, desde el primer momento, tanto ella como los demás amigos de la comunidad han estado muy acompañados sobre todo por dos cosas. La primera es cómo el movimiento está volviendo a proponer la caritativa. «Se nos vuelve a recordar que el objetivo es “verificar nuestra necesidad y verificar que la única respuesta posible es Cristo”. Habíamos hablado de esto entre nosotros justo el día antes del terremoto». La otra es la gran ayuda y el camino de la Escuela de comunidad en este momento. «Ver que es verdad, es real, la koinonía que vivían los discípulos, compartirlo todo porque se comparte el sentido de la vida, porque Cristo nos ha elegido. Sucede entre nosotros ahora».
Todos los días, dentro de todas las cosas, el deseo es lo que Julián Carrón les escribió después del terremoto: «Precisamente en estos momentos nos damos cuenta del don de la fe. Poder mirar cualquier circunstancia con la certeza de la roca de Cristo es sin duda otra cosa». Una semana después del terremoto, un coche lleno de amigos partió de Quito y otro de Guayaquil. «Era un poco arriesgado pero queríamos ir a visitar a la comunidad de Portoviejo», donde CESAL está presente desde 2007 y que constituye la segunda ciudad más afectada en el país después de Pedernales. La cuestión es que ante la oleada de necesidades, te preguntas por dónde empezar. «Estamos aprendiendo que para ayudar a todos hay que empezar por los más cercanos, por aquellos que el Señor nos ha puesto en el camino». Eso quiere decir una decena de personas sobre
30.000 necesitados. «Es una desproporción que me hace volver a aprender muchas cosas. En primer lugar, que Dios eligió a “algunos para llegar a todos”. Pero sobre todo que todo lo que yo puedo dar es el encuentro que me salva la vida. Y ofrecerlo afirmando mi pertenencia a Cristo, a la Iglesia, a través de esta compañía».
Aquel día llegaron a Portoviejo en medio de un panorama desolador. Comieron con sus amigos, fueron a misa al campo de desplazados más grande del país, y luego cantaron juntos durante dos horas. «Me puse a mirar aquello “desde fuera” y podíamos parecer una panda de locos. En cambio, expresaba todo nuestro deseo de afirmar a Cristo, también con la belleza de nuestros cantos».
Pedernales es la ciudad epicentro del terremoto. «El 50% de las casas se han caído. Familias enteras viven en la calle o en chozas construidas con lo que encuentran entre los escombros», explica Amparito Espinoza, directora de la Fundación Sembrar (socia de AVSI en Quito), que inmediatamente corrió a Pedernales en busca de su hermana, que vive allí. «Caminé por el centro sintiendo un dolor casi insoportable. Me impresionó la alegría de mi hermana cuando por fin nos abrazamos, porque no estaba sola en medio de lo que estaba pasando. Yo solo podía hacer eso, compartir la esperanza y el amor que he
encontrado: Cristo, que nos levanta del terremoto personal en que estamos cada uno de nosotros. Igual que el Señor hizo conmigo cuando perdí a mis dos hijos: a través de aquello, me “reconstruyó”. Por eso estoy segura de que esta también es una ocasión para encontrar lo que salva de verdad».
Nos cuenta que desde el día del terremoto ha cambiado su manera de mirar las cosas. «Yo siempre quiero resolverlo todo según un proyecto mío. Luego te das cuenta de que la vida no está en tu mano. Entonces, yo siempre puedo abandonarme en manos de Otro, en todas las cosas. Incluso los asuntos laborales, los más concretos, puedo confiárselos». Hasta tal punto que, después del terremoto, ha vuelto a dormir. «Llevaba un tiempo sin poder hacerlo, ahora sí».
En el país faltan comida, agua, electricidad. El trabajo de Stefania, con AVSI, consiste ahora en verificar las necesidades y posibilidades de intervención. En Portoviejo, hay setecientos niños en el programa de adopción a distancia, por lo que van a empezar por ellos y sus familias. Incluso los que viven en las zonas rurales, que no han sido dañadas por el terremoto, sufren igualmente la gran crisis que ha golpeado a estas ciudades, y corren el peligro de empobrecerse aún más de lo que están. «Queremos acompañar a estas familias pensando en yacimientos de empleo», continúa Stefania, «pero sobre todo identificando intervenciones educativas. Todos reconstruyen casas destruidas, nosotros deseamos crear espacios donde ayudar a estas personas a volver a levantarse, en las escuelas y centros educativos».
Al preguntarle qué podemos hacer por ellos, Amparito responde: «Rezad por nosotros. Si nos ponemos en la posición del mendigo que pide por esta tierra herida, el Señor nos escuchará. Incluso desde el otro lado del océano, nos pueden ayudar si viven el amor que han encontrado y que lo salva todo».
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