Queridos amigos:
¡Qué alegría volver a encontrar a las personas con las que compartimos tantos años en esa hermosa aventura del trabajo en CESAL! Los trabajadores, los beneficiarios; amigos más bien, no podían disimular la sorpresa de verme de nuevo allí. Yo no podía evitar mirarles a todos con profundo agradecimiento. Hace dos años que nos habíamos despedido para siempre. Pocas veces se tiene la ocasión de ver los “frutos”; es un regalo de los que no se olvidan.
Podéis decir en CESAL a los evaluadores que vayan al reasentamiento de María de la Asunción. Que vengan y lo vean. Todo es humano, limitado, con el transcurrir fatigoso de la vida de las familias. Pero estas personas, en casi dos años, han seguido creciendo. Lo primero que ha mejorado es su convivencia; se respira un ambiente pacífico. Hay armonía. Los que antes no se hablaban ahora se dirigen la palabra, aunque sea para echarse en cara que no asisten a las reuniones, expresando torpemente el deseo de unirse por el bien del asentamiento.
Os aseguro que también hay un cambio. Quizá este cambio no pueda medirse con ningún indicador, pues se trata de los rostros. ¡Y es que no solo mitigamos el riesgo de deslaves! La violencia de Rosita, una de las beneficiarias, está “mitigada” también, tiene algo de docilidad que no tenía cuando me fui. En la asociación barrial ha crecido el número de socios; están en el 35% de participación y lentamente se van integrando las familias de las dos fases del reasentamiento provenientes de Picoazá. La convivencia con los que fueron reasentados también allí por el Ministerio de Vivienda, provenientes de otra parroquia, está siendo buena. Las directivas están comunicadas permanentemente. Si hay algún percance, lo sacan a relucir en sus respectivas reuniones barriales buscando soluciones. También se articulan para gestionar el progreso de los barrios. Han logrado mejorar los servicios básicos, ahora tienen agua las 24 h del día. Algunos se quejan de que el chorro es demasiado fuerte; ¡el corazón del hombre siempre insatisfecho!
La basura se recoge diariamente; el servicio de autobuses es suficiente. La ciudadela está limpia; ¡¡¡limpia!!!! Ordenada; los árboles crecidos y los juegos en su sitio. Allí me he encontrado a algunos padres de familia acondicionando, al volver del trabajo, los espacios comunes para una fiesta. El Ministerio de Educación está queriendo llevar una escuela a la zona de equipamientos que se planificó. Casi seguro saldrá adelante, pues las dos directivas barriales lo están impulsando. Además, están persiguiendo la firma del alcalde para obtener la partida presupuestaria que pavimentará las vías. ¡¡¡Hablaban en estos términos!!! Es impresionante.
Nos sentamos algunos en una de las mesas de los espacios comunes. Miraba a don Tomás y me conmovía. Cuando le conocí entré en crisis cuestionando si el reasentamiento que proponíamos iba a mejorar la vida de estas personas. Él tenía un burro, cerdos, animales y una casa más grande, eso sí, en riesgo. Parecía imposible restituir con nada su tipo de vida. Un hombre desconfiado, de rostro duro, que daba algo de miedo cuando hablaba. Le miraba a mi derecha, en la misma posición que cuando le conocí; pero en un contexto radicalmente distinto. Y sobre todo, el rostro, una vez más. La sonrisa fascinante, sobre todo de los ojos, de uno cuando está vivo por dentro.
Le he preguntado a mi amigo González, el que dedicó su tiempo y más, para persuadir, convencer, escuchar, dialogar, acompañar: «¿Entonces estas personas no eran problemáticas, Jorge?». Me ha contestado que sí, que eran víctimas obligadas por el medio a adoptar posturas agresivas. «Entonces, ¿crees que con nuestra dedicación hemos contribuido a que ellos estén así ahora?». «Rosa –me dice con humildad pero con la memoria llena de tantos momentos de dificultad superada–, algo hicimos…». «¿Habrían convivido así si no hubiéramos estado presentes junto a ellos?». «Ten por seguro que no».
Bueno queridos; ha sido un don poder volver aquí y ver esto. Iba con el corazón oprimido por lo que podría encontrarme, pero ¡nada que ver! Es verdad lo que nos recordábamos en la celebración de los 25 años de CESAL: lo esencial de nuestro trabajo está en encender en las personas la chispa del deseo que llevan dentro; y entonces, la potencia del ser humano, infinita, va fluyendo para transformar las circunstancias. Como le pasa a uno si se mira a sí mismo, ¿no es cierto?
¡Un abrazo!
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