Julián Carrón, presidente de la Fraternidad de Comunión y Liberación, visitó hace unos días el barrio de Pisulí, a las afueras de Quito, la capital ecuatoriana. Estuvo con los niños de la guardería Ojos de Cielo, donde participó en una fiesta con las madres, a las que saludó con alegría, manifestándoles que estaba al tanto de todo lo que sucedía allí gracias a sus amigos italianos, porque «somos parte de la misma historia».
Después comenzó un intenso diálogo de casi una hora con las educadoras sobre qué significa educar, amar al otro, perdonar, tener estima por uno mismo. Casi todas las educadoras de esta guardería proceden del propio barrio de Pisulí y llevan dramáticas historias a sus espaldas. Entre ellas estaba Cati, de 42 años, madre de tres hijos y educadora de padres desde el año 2005. No desaprovechó la ocasión para dirigirle estas palabras a Carrón: «Lo más fascinante que me ha sucedido en estos años de trabajo aquí es que me han quitado una venda de los ojos. Mi familia era católica, pero no practicante, íbamos a misa una vez al año. Pero al empezar a trabajar aquí descubrí qué significa enamorarse de Cristo y gracias a eso he podido empezar a perdonar. Hace dos años murió mi padrastro a causa de un cáncer. Él era una de las personas que más me ha hecho sufrir en la vida, desde mi adolescencia. Durante su enfermedad, gracias a los seminarios y la formación que recibíamos aquí por parte de Stefania (la coordinadora del proyecto), se me abrió el corazón, y me dije: “¿Pero quién soy yo para juzgar al otro?”. Por eso ahora quiero enseñar a las madres el significado el perdón, para que puedan ser felices. Pero no sé cómo hacer para enseñar a perdonar».
«Existe una sola modalidad para enseñar el perdón: vivirlo nosotros mismos», respondió Carrón. «Es precioso oírte decir lo que ha significado para ti vuestro modo de estar juntas estos años. Ya no dices “Cristo” como lo decías antes, cuando ibas a misa una vez al año y eso no cambiaba nada en tu vida. Pero mira cómo lo dices ahora, como el nombre de uno que te ayuda a vivir, a mirar incluso las heridas que te han causado personas que te han hecho daño, despertando en ti el deseo de compartir este bien que has encontrado con otros. No existe un modo más hermoso de decir para qué ha venido Cristo que estar aquí y ver que Cristo ha llegado a vosotros igual que llegó a nosotros, es decir, empezando a incidir en la vida; y entonces a uno se le ensancha el corazón. Sólo hay que hacer partícipes a todos, como te han hecho partícipe a ti, de un lugar donde tú eres abrazada independientemente de lo que hagas, porque antes que nada eres amada. Si participamos de un lugar así, seremos capaces de perdonarnos a nosotros mismos y de perdonar a los demás, porque sólo podemos dar lo que recibimos, somos tan pequeños que sólo podemos dar lo que recibimos. No se trata de una estrategia que pueda conseguir que para ti llegue a ser casi normal perdonar. Lo importante es permanecer en este lugar, donde poco a poco se van cayendo las vendas de nuestros ojos. Esto es el cristianismo».
Carrón volvió a referirse a la belleza del lugar en el que estamos para responder a Marta, que planteó su experiencia de fatiga y decepción en su trabajo educativo. «El problema es tener un lugar que nos permita siempre volver a empezar, de tal modo que cuando te encuentras con personas que retroceden y tú te desanimes, siempre puedas volver a este lugar que te permite mirar a esas personas del mismo modo en que tú eres mirada aquí. Y tú aquí eres mirada – incluso cuando das pasos hacia atrás – con toda tu dignidad y toda tu grandeza. No te preocupes, es algo que se aprende, pero hay que tener paciencia. Don Giussani siempre nos decía que el hombre necesita que sucedan las cosas muchas veces y yo siempre pongo el mismo ejemplo para ayudaros: ¿Cuántas veces tiene una madre que sonreír a su hijo antes de ver en él su primera sonrisa? Miles, y no se cansa, no grita, no se enfada cuando el niño no sonríe, sino que sigue sonriendo, porque si le gritas lo único que consigues es hacerle llorar y desde luego no sonreír. Pero nosotros, sin embargo, después de que una persona no sonríe después de que nosotros le hemos sonreído una, dos, tres veces, nos enfadamos y nos ponemos a gritar. Y así el otro, en vez de sonreír, llora. Es exactamente igual que el niño, ¿cuántas sonrisas tiene que mostrar la madre para despertar en el niño su primera sonrisa?».
Al terminar, Roberto le dio las gracias a Carrón por estar siempre presente, mediante todos los textos que nos llegan y que se convierten en ocasión de caminar juntos. Pero también aprovechó la ocasión para preguntarle cómo amar verdaderamente a las personas a las que acompaña día tras día. «Debemos dejar abierta la pregunta “¿qué significa amar al otro?” para entender de qué se trata, porque pensamos que ya lo sabemos», respondió Carrón. «Un lugar como este debe ayudarnos a entender, es decisivo para aprender qué significa amar al otro».
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