El barrio de la cooperativa de viviendas Jaime Roldós ha sido escenario de dos acontecimientos poco comunes en las zonas urbano marginales del noroccidente de Quito. La excepcionalidad de lo que sucede llama la atención. Los que han sido protagonistas de esta historia que comenzó en abril de 2008, gracias a un Convenio de Habitabilidad Básica que la AECID subvencionó a CESAL, saben que lo que está ocurriendo allí supera la imaginación de quienes pensaron y trabajaron, no porque el número de logros alcanzados coincida con lo planificado, sino por la existencia misma de los hechos que se pensaron y trabajaron.
Ochenta estudiantes de cuarto curso de arquitectura de la Universidad Central de Quito llegaban en un autobús a las 9.30 h de la mañana bajo el sol de los 3.000 metros de altura donde se encuentra el barrio -que ya a esas horas es abrasador-, a uno de los espacios previstos por la cooperativa como zona verde y de esparcimiento. El lugar es un desierto con improvisadas canchas deportivas que impiden aprovechar el lugar para enriquecer la vida común. Pero ¿y los recursos para convertirlo en un espacio verde? Pocos. La energía y el tesón de una profesora de la universidad que colabora con CESAL a través de uno de sus socios, FEPP, más un grupo de estudiantes que la siguen, su colega y el personal de CESAL que secunda la iniciativa con gusto. Durante tres meses se realizan sesiones de trabajo con la comunidad y los estudiantes para planificar el diseño del parque. Se consigue que el Municipio de Quito aporte con ochenta árboles para las zonas verdes y ¡manos a la obra! Estudiantes y vecinos de la cooperativa plantaron árboles durante cuatro horas seguidas según el plano que juntos habían pensado. Quien los ve afanarse y conoce las limitaciones del trabajo realizado los meses anteriores sólo puede conmoverse al ver el origen de gratuidad que hace posible un gesto así, que no surge de la suma de voluntades y capacidades de todos.
Al día siguiente, una multitud acompaña la ceremonia de entrega de escrituras individuales. Cientos de socios de esta cooperativa de viviendas Jaime Roldós, la directiva de la cooperativa, un representante directo del ministro de Vivienda del Ecuador, el vicealcalde de la ciudad de Quito, el coordinador adjunto de la OTC de la AECID y socios locales de CESAL se dan cita ante 74 familias, socias de la cooperativa, que han sido beneficiarias directas de la obtención del título de propiedad individual de sus predios. La propiedad, bien tan necesario y deseado por los moradores de estos lugares, heridos en su memoria histórica por el origen violento de las invasiones de tierras, ya es una realidad. Éste es un punto firme sobre el que seguir construyendo su casa, su familia y su futuro, para lograr que el barrio sea parte de la ciudad de Quito, sin tener que avergonzarse, tal y como apuntaba el vicealcalde. El trabajo de CESAL sólo ha sido posible gracias a la creación de esta cadena de actores -Ministerio, Municipio, organizaciones, cooperativas y socios locales-, cuyos protagonistas principales son las familias de la cooperativa. Esta colaboración de todos es algo que, al no darlo por descontado, sorprende y llena de agradecimiento.
Quien ha mirado y ha sabido ver ha sido testigo de que estas personas, que viven en condiciones más vulnerables que otras, no están solas; hay quien se conmueve por ellas y se mueve. “¿Y ahora?”, como dicen en Quito. Sólo es el principio. La victoria que brinda la realidad, lejos de una autocomplacencia miope, abre e impulsa a seguir trabajando, siempre inquietos, por algo más. Eso sí, con más confianza.
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