Queridos amigos:
Antes de regresar a nuestro país quisimos hacer una última peregrinación de la que ya habíamos oído hablar, el camino de Santiago. Al comienzo apenas sentíamos curiosidad y empezamos a preguntarles a algunos amigos de qué se trataba, cuánto se tardaba y qué se hacía. Poco a poco fuimos descubriendo que para algunos se trata de un ejercicio físico intenso, de una iniciativa cultural, una actividad turística; pero también que para muchos se trata de un gesto de fe que puede cambiar la vida y nos fuimos quedando con esto último.
Antes de contar lo que nos fue pasando, es importante aclarar que el camino de Santiago se considera como una de las peregrinaciones más importantes de la cristiandad, porque es la ocasión para hacer memoria de la forma en que, motivado por una gran certeza, un amigo de Jesús quiso ir hasta el fin del mundo conocido hasta entonces para hablar a los hombres de su gran Amigo y de la plenitud de vida que le había dado; es que no se lo podía callar. Muchas personas en estos dos mil años han caminado hasta donde yacen los restos del apóstol y de hecho Europa se hizo caminando a Santiago y luego nos dimos cuenta de que el movimiento nació en España peregrinando hasta allí.
Nuestro camino comenzó mucho antes de mover nuestros pies; empezó unas semanas antes con nuestros amigos Dani y Miren, quienes hacía unos años habían hecho esta peregrinación, nos comentaron que para obtener el certificado del peregrino o Compostela era necesario como mínimo caminar 100 kilómetros, también nos prestaron sus mochilas, bastones, capas y sacos de dormir, e incluso nos regalaron unos exquisitos chorizos españoles para el camino; además nos indicaron cómo hacer las etapas y dónde parar a comer. Todo con absoluta libertad, dejando a decisión nuestra qué llevar o qué hacer.
Esta compañía para preparar el camino nos hizo entender que si bien los amigos nos pueden ayudar a alistar nuestro equipaje, también es cierto que nuestra libertad se juega escogiendo lo que quieres para tu vida. Además hacer y deshacer la mochila para no llevar cosas innecesarias ni que el peso superara nuestras fuerzas nos obligó a escoger lo estrictamente necesario, pero más allá de eso nos obligó a preguntarnos y a mirar acerca de lo esencial para vivir.
Con todo este equipamiento, el jueves 25 de mayo compramos nuestros dos billetes de tren para ir de Valladolid a Sarria, lugar donde nosotros iniciaríamos el camino y eran prácticamente los últimos asientos que quedaban. Comenzó el viaje la medianoche del día 26 y a las seis de la mañana del sábado 27 estábamos en Sarria, donde marcan 117 kilómetros hasta Santiago.
Durante esa primera jornada veíamos a mucha gente de diferentes países y todos con el saludo al pasar de “buen camino”. Al finalizar la primera jornada nos sorprendimos haciendo una experiencia diferente a la de Antonio Machado cuando decía «caminante no hay camino, se hace camino al andar». Lo que estábamos empezando a vivir nos hacía decir: «caminante sí hay camino y lo haces tuyo al andar». También nos llenó de alegría llegar al pueblo de Porto Marín, estar en la misa dominical y recibir la bendición del peregrino: «…te pedimos que te dignes guardar a estos siervos tuyos que, por amor de tu nombre, peregrinan a Compostela. Sé para ellos compañero en la marcha, guía en las encrucijadas, aliento en el cansancio, defensa en los peligros, albergue en el camino, sombra en el calor, luz en la oscuridad, consuelo en sus desalientos y firmeza en sus propósitos...».
Con esta bendición emprendimos la segunda jornada de camino motivados por los mensajes y la oración de los amigos, gracias a lo cual nos sentíamos muy acompañados; igual que sucede en la vida. También a lo largo del camino íbamos contemplando la belleza del paisaje y rezando el rosario ofreciendo cada misterio por amigos, familiares, el movimiento y realidades nacidas de esta experiencia; fuimos cayendo en la cuenta de que tales peticiones revelaban qué es lo más querido para nosotros. Además, rezar por el camino nos ayudó a llevar la carga, a seguir la marcha, lo cual nos hizo pensar que la vida acompañada de fe y oración permite tener un sentido, una fuerza y un deseo de continuar.
A lo largo de la jornada íbamos encontrando las mismas personas del día anterior, lo cual nos hizo estar contentos de compartir con ellos y con tantos otros un destino común; aunque hay que decir que, como no tenemos una gran condición física, nos sobrepasaban hasta los jubilados y familias que llevaban niños en brazos. Ciertamente el cansancio ya empezaba a notarse pero cerramos el día con una muy buena cena y conociendo a una joven profesora finlandesa y luterana que ofrecía el camino pidiendo encontrar un buen trabajo.
La tercera jornada la emprendimos un poco más allá de Palas de Rey y ni la lluvia, ni el calor, ni los kilómetros acumulados nos quitaron el gozo de caminar, gozar la naturaleza e incluso cantar en algunos tramos del camino canciones como Alecrim. Ciertamente empezamos a ver encrucijadas, a ver más empinadas las cuestas pero también a ver que no solo te sonríe el camino con sus flores, sino la gente sencilla del campo. Al finalizar esa jornada en Arzúa, me molestaba mucho la rodilla izquierda y llamamos a una amiga médico para que nos diera alguna sugerencia; yo estaba inquieto y triste pensando que no podría continuar caminando pero el Señor nos cuida de una manera increíble porque en el mismo albergue y en la misma habitación coincidimos con un médico italiano que, al verme caminando mal, se acercó, me preguntó qué me pasaba, me examinó y me tranquilizó diciendo que tenía una tendinitis rotuliana, pero que con hielo, un antiinflamatorio, una venda y reposo, podría hacer las dos siguientes jornadas; cada una de 20 kilómetros. Eso nos dejó preocupados porque pensábamos hacer una jornada larga de 30 kilómetros o más y el ultimo día llegar a Santiago muy temprano, para regresar en la tarde a Valladolid; pero mi rodilla nos impedía seguir el plan trazado. Por otra parte, en el albergue, un peregrino experimentado nos dio un gran baño de realidad al decir: no te preocupes que si a Santiago le ofrecían un carruaje para llegar, seguro que lo tomaba. Estos sucesos nos hicieron ver el realismo del evangelio cuando Jesús les decía a los suyos: al ir de camino no llevéis muchas cosas; de hecho en ese albergue seguimos tirando cosas de las mochilas. También hicimos experiencia de que cada día trae su propio afán.
Atendiendo a estos compañeros de camino, de la vida, decidimos empezar la cuarta jornada haciendo 15 kilómetros en autobús y retomar el camino en un cruce. La rodilla seguía molestando y fue muy hermoso que esa circunstancia nos hiciera repartirnos de otro modo las cargas de la mochila y que Myriam me ayudase a bajar las cuestas, que era con lo que más daño me hacía. Al seguir dando pasos forzando la rodilla derecha, ya el dolor se sentía en ambas rodillas y por ello improvisamos una venda con una camiseta. La cojera era más que notoria y hubo cuatro samaritanos que se ofrecieron a ayudar: uno cargando las mochilas, dos regalando cremas para el dolor y finalmente otro médico que hasta nos regaló un vendaje más adecuado. No fueron solo muestras de un río de solidaridad, todo esto es muestra de un amor al Destino del otro, un Destino compartido. Es esto lo que hace diferente el mundo, la solidaridad es una bella consecuencia.
Con todo esto hubo una recuperación física que permitió seguir adelante hasta que llegamos al llamado Monte del Gozo, desde donde se divisa Santiago. Al divisarlo comprendimos la razón del nombre del lugar. Ya entrando en el casco histórico de la ciudad y estando a las puertas de la catedral, la emoción fue impresionante, tanto que no contuvimos las lágrimas. Así, sudorosos, cansados, doloridos pero con un gran gozo, nos dispusimos a entrar a la catedral para dar el abrazo al Apóstol, el abrazo físico a su imagen y luego para bajar a rezar ante sus restos. Al hacer la fila para el abrazo, lo que teníamos para decirle era gracias por haberse tomado tan en serio su amistad con Jesús, haber llegado hasta esas tierras y contárselo a unos, y esos a otros y a otros hasta llegar a nuestros bisabuelos, abuelos y padres que nos lo contaron.
Para finalizar, al día siguiente fuimos a la casa del peregrino para pedir nuestra Compostela; allí encontramos a tantos compañeros de peregrinación desconocidos, sí, pero ahora con una mayor simpatía hacia ellos por lo vivido, tanto que sus rostros aún nos vienen a la memoria. Después la misa del peregrino al mediodía en la catedral, donde vimos al médico del albergue y sus compañeros. Una misa preciosa, cuidada, en la que incluso usaron el botafumeiro; misa de la visitación en la que agradecimos tanta belleza vivida. Belleza que hoy nos hace decir: si aquí hay cosas tan bellas, cómo será en el cielo.
Myriam y Jorge
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