En el comedor solidario, el almuerzo para los indigentes del sábado en la parroquia Divino Maestro es lugar para encuentros siempre nuevos: una carta desde San Bernardo.
Queridos amigos:
Quisiera contarles una experiencia de caridad en la que participo todos los sábados y que me ha sido de gran ayuda para entrar en la realidad chilena.
«Si no puedes dar de comer a cien personas, empieza a alimentar una»: estas palabras de Madre Teresa de Calcuta están colgadas en la pared del pórtico de nuestra parroquia Divino Maestro, donde cada sábado se prepara un comedor para alimentar a más de cien personas necesitadas.
Todo empezó hace algunos años, casi por casualidad. Después del violento terremoto de 2010, nuestra iglesia quedó muy dañada. Lariza y su marido Juan, dos laicos que trabajan en la parroquia, empezaron a reunir fondos cocinando y vendiendo empanadas o un plato único el sábado, día de mercado. Pronto se dieron cuenta de que muchos pedían pero no tenían con qué pagar: eran indigentes o personas tan pobres que no poseían ni siquiera los pocos pesos necesarios. Había una gran necesidad a la cual nadie estaba respondiendo: acoger y alimentar a los muchos pobres que pasaban cada día en las calles del barrio, gente a menudo consumida por la dependencia del alcohol y la droga, que sufre profundamente por haber sido abandonada por la familia y los hijos. El párroco de entonces apoyó la iniciativa y empezaron a cocinar un plato caliente bajo la supervisión experta de Víctor, que había trabajado durante años como cocinero. El menú se decidía en el momento, en base a lo que la Providencia hacía llegar durante la semana: pasta a la boloñesa, cazuela, pantrucas (las sopas típicas de la tradición chilena) y el infaltable pebre (cebolla, ají, tomate y cilantro).
El pórtico de la iglesia, única protección de la lluvia y del sol, acogió el comedor. Al principio se pensaba en algo sencillo, rápido; después, también gracias al trabajo de Alessandro y Stefano, se dieron cuenta de que, aun más que el pan, a esta gente le faltaba la belleza y la dignidad de una comida en familia. Así aparecieron manteles floridos, platos de cerámica, servicio de verdad y una atención preocupada de los detalles mínimos, como si fuera domingo, como si fuera una casa.
La noticia del nuevo comedor solidario san Felipe Neri (el nombre del comedor fue elegido después de haber visto una película que describía la profunda confianza en la Providencia del santo) se difundió rápidamente hasta alcanzar los barrios vecinos. Cada sábado encontramos personas nuevas. Un grupo de voluntarios, muy afines entre ellos, constituye el esqueleto que provee las compras, la cocina y el lavado de los platos. A ellos se agrega cada semana alguno que quiere compartir un gesto de caridad y tiene curiosidad por descubrir el corazón de esta iniciativa, es decir, el milagro de la acogida. Personalmente intento siempre esperar a nuestros amigos en la puerta para invitarlos a entrar. Cuando han ocupado su lugar, paso a saludar a los viejos amigos y a conocer a los nuevos. Con dificultad intento recordar sus nombres para poderlos saludar uno por uno, les hago contar sus vidas: palabras a menudo desconectadas, balbuceadas por bocas sin dientes que aferran vorazmente el pan y la sopa. Más que las palabras hablan los ojos, como de animales heridos, asustados, marcados por el abandono y la violencia; y sin embargo siempre en busca de un refugio, de esa familia que perdieron y que desean reencontrar.
Nunca es fácil vencer el rechazo por la suciedad, por el olor a alcohol que emanan; pero no non podemos sustraernos a sus abrazos, a los besos y a la petición susurrada de una bendición, con mucho respeto y dignidad, antes de volver a la calle. Aquí reacontece la experiencia potente de la paternidad que Dios ha confiado a nosotros sacerdotes. Todos buscan al Padre, que los bendiga, que los abrace, que repita su nombre; porque todos tienen necesidad de volver a ser hijos, de experimentar que también para ellos Dios ha preparado una casa. Y aunque se perdieran por las calles del mundo, hay siempre un lugar que los espera, hay alguien que los conoce por nombre: Elvis, Juan, Vivi, Gladys… El Señor almuerza con ellos todos los sábados, escucha sus penas y esperanzas mientras prepara para ellos un banquete, entre los más bellos, en su casa del cielo.
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón