El encuentro con Fernando Ubiergo, uno de los grandes cantautores chilenos, en el recorrido de la preparación de la Cena de Navidad, de la cual será padrino, nos dejó en el corazón el sentimiento de un verdadero acontecimiento.
Repasando sus canciones, desde las clásicas El tiempo en las bastillas, Un café para Platón, Cuando agosto era 21, a las de madurez como Los ojos de Rodrigo o Púrpura, descubrimos su propia vida, su creatividad, su pasión por el hombre y su apertura ante la vida, sin otra postura que el asombro ante lo que sucede.
Precisamente es ese asombro lo que Fernando percibe que se está perdiendo y lo expresa en esa «bella y fuerte canción que es Púrpura», que surge de ver cada día en los noticiarios la muerte de un joven, la mayoría de las veces de forma trágica. «Un joven muere cada día, y ya no nos asombra». Y esto no lo dice como si fuera una prédica, como un deber de impactarnos, como un sentimiento obligado por uno mismo, sino como un dato, como un aspecto dramático de la vida del hombre de hoy. Y porque el asombro es la actitud que le acompaña desde su temprana juventud, cuando mirando las estrellas se preguntaba por la inmensidad del espacio que alberga otros soles y otras tierras. En su joven conciencia se imaginaba que sólo una máquina del tiempo le permitiría conocer esos mundos. De otra manera el tiempo humano, una vida humana entera no permitiría llegar más que a los alrededores del sistema solar.
Pero esa sorpresa ante el inmenso infinito del espacio le lleva a la pregunta por la vida humana, una vida que se acaba pronto, que se acaba. Así, de la inmensidad infinita del espacio se da cuenta tempranamente de la finitud de la vida y se pregunta: «¿En qué quedará el amor, el amor a su madre que lo constituye en esa niñez y juventud? ¿El amor a su madre adónde irá?».
A los trece años, se asombra ante esta camisa de fuerza de la finitud, con el deseo infinito de amar y de conocer. Pero en él, el tiempo de la madurez no trae el cinismo o la negación de los deseos de la primera juventud. La máquina del tiempo no queda sólo como una imaginación juvenil. Nos dice, con la tranquilidad del hombre que ha vivido como hombre, que sí existe, que él la tiene y que es su guitarra, que simboliza el arte de su creatividad, de su poesía y de su música. Con esto traspasa el tiempo y los espacios, y siente que no tiene límites para, asombro tras asombro, acercarse a los misterios de la existencia.
Y así lo percibimos, impactado ante sus propias canciones. Aprendiendo de lo que escucha de sus oyentes, que le expresan lo que sienten y entienden de ellas, poniendo sus propias vidas, haciéndolas nuevas para su propio creador. Un verdadero maestro aprende de sus discípulos, un verdadero artista hace nuevas sus creaciones con los que las reciben.
Terminamos el encuentro todos los integrantes del Directorio de la CcO con una alegría indescriptible. Una alegría que viene sólo de nuestro propio asombro ante un hombre vivo, ante un hombre que vive, algo que no es obvio en el mundo de hoy. Nos quedamos con la impresión de compartir un Café para Platón, de ese amigo que en su canción se va para no volver, pero que, para nosotros, llegó para quedarse.
Fernando Ubiergo se nos presentó como un Platón, asombrado ante la realidad, respondiendo con lo que le ha sido dado, con su arte, con su humanidad entera. Y de esta manera también continuará este café, el de la vida compartida, que tiene su próxima etapa en la Cena de Navidad.
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