Queman las escuelas y destruyen los comercios. En Santiago de Chile, los jóvenes del movimiento estudiantil llenan las plazas con gritos y eslóganes de “educación gratuita y de calidad para todos”. Están decididos a no parar hasta que no alcancen ese objetivo. Las protestas comenzaron en abril en las universidades, cuando algunos estudiantes empezaron a manifestarse, de manera pacífica, contra la política de financiación de los ateneos. Pero, por desgracia, en estos meses la situación se ha degenerado.
La educación universitaria en Chile –un modelo que data de 1981, con la reforma de Pinochet– es una de las más caras del mundo. Se calcula que, al terminar la carrera, cada estudiante se incorpora en el mundo del trabajo con una deuda media de cuarenta mil dólares. Unos sueldos muy altos, y la falta de becas e instalaciones generan una creciente desigualdad.
Armados con banderas y megáfonos, desde hace cuatro meses, miles de estudiantes desafían al gobierno de centro derecha de Sebastián Piñera. Se reúnen en la plaza una vez a la semana y, desde que se han incorporado al movimiento algunos miembros del partido comunista y anarquistas, las manifestaciones se han hecho más violentas. Lanzamientos de cócteles molotov, saqueos e incendios se repiten en varios puntos de la capital, creando caos y miedo entre los ciudadanos, que a menudo ven arder sus coches o negocios sin posibilidad de defenderse.
Desde agosto, los manifestantes han preparado también una campaña contra las escuelas privadas. Se sabe que algunas –aunque muy pocas– utilizan la subvención estatal para otros fines. El movimiento ha creado el eslogan “contra el ánimo de lucro” y lanza la acusación a todas las escuelas privadas que funcionan de forma legal y llevan en el corazón la educación de sus alumnos. Otro motivo de ataque es el hecho de que muchas escuelas no participan en las protestas y no han interrumpido por tanto su actividad docente. Para obligarlas a hacer huelga, los manifestantes han recurrido a la mano dura y han incendiado y destruido aulas, mesas y salas.
La escuela católica San Pablo Misionero es una de ellas. «Rompieron todas las ventanas de la fachada», explica Bolívar Aguayo Ceroni, responsable legal de la escuela, «luego intentaron incendiar con un cócel molotov las puertas principales de madera y destrozaron la sala de profesores. Algunos de nuestros alumnos, que estaban dentro del edificio con los profesores para defenderlo, usaron los extintores contra los atacantes, a la espera de que llegara la policía. Hubo dos heridos».
Pero ni siquiera así han cedido. «No lo hacemos por indiferencia», continúa Bolívar, «de hecho, estamos de acuerdo con algunos de los puntos que defienden. Por ejemplo, también nosotros queremos un sistema más igualitario en materia de instalaciones para los alumnos. Pero se puede protestar sin dejar de trabajar ni interrumpir las clases. Para nosotros, parar es un contrasentido».
Los que califican de irrealizable el mito de la “educación gratuita para todos” no son sin embargo los líderes de las escuelas privadas, sino los expertos del sector y los políticos, como el ex ministro de Educación Sergio Bitar. «Si se hiciera un sistema totalmente gratuito», afirma, «el Estado chileno fracasaría en pocos años». «No se puede abolir la escuela privada», responde Bolívar, «porque ya hay, y son muchas en Chile, tantas escuelas privadas como estatales, pero además las privadas tienen más estudiantes. Hay que utilizar bien los recursos, es necesario que el Estado dé las becas de estudio a quienes más las necesitan. La financiación que las privadas invierten en educación es dinero que el Estado se ahorra, y eso es bueno».
Pero los manifestantes no quieren oír las razones y, reforzados por el consenso popular, se niegan a dialogar con nadie que no sea el presidente en persona, que estos días se ha mostrado disponible para negociar con las entidades sociales. Al mismo tiempo, entre los continuos desórdenes, hay estudiantes que afrontan la situación con un juicio diferente. «Cuando lo que domina es la preocupación», escriben en un manifiesto los chicos del CLU en Santiago, «la realidad es fácilmente convertible en un pretexto para seguir detrás de nuestros proyectos, y esto provoca tensiones, confusión y violencia. Esta situación sigue siendo aún una fuente de provocación que desafía la curiosidad, la inteligencia, la pasión y la esperanza de cada hombre». Y continúan: «Nuestra fuerza y eficacia no se basan en una organización más potente, en un discurso más sutil o en una violencia material o ideológica, sino en la experiencia de un encuentro humano».
Es precisamente por esto por o que podemos empezar a dialogar. «Sólo lugares en los que prevalece la razón y la gratuidad tienen la fuerza necesaria para afrontar y vencer la homologación del poder y la violencia de la ideología».
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