A mayor o menor distancia del epicentro del reciente terremoto, todos los chilenos hemos vivido momentos de profunda angustia y temor; cada uno de nosotros tiene una historia que contar. La soledad, el desconcierto y la desesperación se refleja en las primeras palabras que nos llegan de los más afectados: “Lo he perdido todo”. Durante las primeras horas, también yo experimenté una extraña sensación de “pérdida”. Pero ¿qué quiere decir perderlo todo?
La respuesta surgió para mí desde el corazón del carisma, en el mismo instante en que supe de la temprana iniciativa de un grupo de nuestros jóvenes y ver la fotografía de sus rostros: ¡Perderlo todo es perder la esperanza! ¡Perderlo todo, es dejar de ofrecerlo todo! Con sus rostros llenos del ímpetu por comunicar que el miedo y la desolación no son la última palabra, estos "limpiadores de escombros" me obligaron a iniciar el recorrido desde la superficie de la circunstancia hacia la verdadera realidad: ¡Dios hecho Hombre! ¡La realidad es SU presencia y la certeza de que LE pertenecemos, en la vida y en la muerte!; certeza que se renueva en estos momentos de impacto y dolor en el cual es imposible hablar desde el discurso y la retórica... simplemente ¡ES ASÍ!
Ellos, los hijos de Juan Emilio, Manolo, Bolívar, Marcelo y algunos de sus amigos más cercanos -ex-alumnos del Colegio San Pablo-, comenzaron a responder con inmediatez y sencillez al reclamo del ambiente más próximo y concreto levantando “escombros”, que física y existencialmente son un símbolo de la ruina y la destrucción, en lo material y en lo humano. El colapso de una pared divisoria entre el colegio y un pasaje vecinal, fue el inicio. En medio de las réplicas que se presentan intermitentemente, la brigada se traslada para ir en ayuda de uno de nuestros profesores cuya casa fue sumamente dañada, luego, continúan en casa de una de las secretarias. Después de constatar que los requerimientos puntuales de los amigos habían sido cubiertos, comienzan a "ofrecer" sus servicios por la calle a quien lo necesite, labor que hasta hoy siguen realizando incansablemente, incluso fuera del perímetro de la comuna.
El verlos trabajar, es una verdadera lección de realismo y organización: una vez iniciada la faena, no descansan hasta terminarla, sin importar la hora, el hambre o el calor. Herramienta en mano, concentrados y en silencio, cada uno sabe exactamente su lugar en esta “cadena” operativa y debe hacerlo bien y rápido. También el sentido del humor está a flor de piel y muchas veces mientras se cruzan unos con otros en este ir y venir constantes, las “bromas”, sin detener el recorrido, los hace continuar sonrientes... Vivos, plenos, entusiasmados por lo humano, al finalizar la jornada, aún tienen energía para un partido de baby-futbol, pasión que todos comparten. Mientras somos bombardeados con imágenes y narraciones estremecedoras de lo ocurrido, que sin un juicio, degrada el sufrimiento humano a mera fatalidad, estos jóvenes se transforman en genuinos testigos de la verdadera dignidad humana, del amor a su propio destino y al de todos los hombres, como contragolpe de bien en medio de la confusión y la búsqueda de culpables. Ellos me ayudan y nos ayudan a todos, a volver a ver la belleza que late bajo la destrucción. Son el abrazo “físico” del Misterio, la caricia del Nazareno que se hace carne en este gesto, que sin duda, es el florecer de la semilla, que al igual que en sus padres, Cristo ha sembrado en sus corazones, donándonos la posibilidad de ver Su rostro de esperanza.
¡Gracias a todos!
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