En un momento se borraron los miles de kilómetros que separan las banlieu francesas de las villas argentinas. Jean Francois Morin, director de la asociación Le Rocher Oasis des Cités en Francia, y José María “Pepe” di Paola, cura villero y coordinador de la Comisión episcopal contra la drogodependencia en Argentina, “hablan el mismo idioma”. Ambos viven en las periferias más degradadas y peligrosas, cerradas en sí mismas, presa de la violencia y el narcotráfico. Ambos indican como único método para alcanzar la irrenunciable integración el de “vivir con”, no “vivir para”. Han narrado su experiencia en el Meeting durante un diálogo con Monica Poletto, presidenta de la Compañía de las Obras Sociales, que empezó planteando una pregunta: «¿Por qué habéis elegido “vivir juntos”, qué descubrís así de vosotros mismos y de los demás, y qué cambia?».
La asociación Le Rocher que dirige Morin está presente en muchas periferias de las ciudades francesas. El 90% de sus habitantes son musulmanes. «Entramos en su vida cotidiana, intentamos estar y vivir con las personas». Ayuda al estudio de los jóvenes, visitas a domicilio, juegos en la calle, organización de talleres, excursiones, vacaciones juntos. Morin explica que la asociación nació gracias a la experiencia del movimiento católico Emmanuel, cuyo carisma tiene tres pilares: adoración, compasión y evangelización. «La idea es mostrar a estas personas que les queremos. Ellos saben que rezamos. Estamos allí porque queremos testimoniar que existe algo más grande que nosotros y que nos permite abrir el corazón, acoger la tristeza que nos rodea, y que siempre hay una posibilidad». Habla del estupor durante unas vacaciones de una persona que nunca había salido de la banlieu y de la gratitud de quien llega a decir: «Eres como la pimienta en el cus-cus: ¡hay poca pero cómo se nota!».
El padre Pepe se presenta con un video que representa muy bien las periferias de Buenos Aires, las villas en las que vive desde hace veinte años. Es uno de los curas villeros, sacerdotes que hace cincuenta años decidieron vivir dentro de estos enormes barrios periféricos. Su observatorio es privilegiado, muy distinto del de los estudios universitarios, políticos o sociales. Por eso no solo conoce la violencia y la degradación. «Agradecemos vivir allí, aprendemos una vida más humana, vemos valores importantes de personas con las que compartimos la vida. Somos felices por poder vivir allí donde podemos construir la Iglesia desde dentro, no desde fuera».
La de las villas es una cultura muy precisa: tradición, religiosidad popular, solidaridad. «Aman ese barrio porque lo han construido con sus propias manos». Por eso en 2007, junto a otros veinte curas villeros y con el apoyo del entonces arzobispo Bergoglio, presentó un Documento sobre la integración urbana en vísperas de las elecciones locales. El documento quería desmentir el análisis con el que los candidatos apoyaban en sus programas el desmantelamiento de las villas, considerando que así resolverían también el problema de la violencia y el narcotráfico.
«En cambio, para poder realizar ciudades integradas es necesario instaurar un diálogo cultural y el documento subrayaba la necesidad de garantizar las llamadas tres T (tierra, techo y trabajo) y también las tres C (colegio, club y capilla). Hay que garantizar dentro de los barrios la formación y la instrucción, un lugar donde poder desarrollar las propias capacidades, el deporte como escuela de vida y el lugar religioso, que es el lugar de la identidad. Así, con esa creatividad de la que habla el Papa, se dibuja un círculo virtuoso y se custodian los valores culturales positivos de las villas. Si no se dan estos puntos de referencia dentro de los barrios, empiezan los problemas graves y entonces la droga recupera un poder esclavizador».
Lo que emerge de estas experiencias –concluye Monica Poletto– es lo que subrayó el Papa Francisco en su visita al barrio pobre de Kangemi, donde señaló que en estos lugares populares hay «una sabiduría que nace de una obstinada resistencia de lo que es auténtico, de valores evangélicos que la sociedad del bienestar, entorpecida por el consumo desenfrenado, parece haber olvidado. Vosotros sois capaces de establecer vínculos de pertenencia y convivencia que transforman la multitud en una experiencia comunitaria donde se franquean los muros del yo y se superan las barreras del egoísmo».
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