Verónica nació en la pequeña ciudad argentina de Campana, a setenta kilómetros de Buenos Aires. Cumplió catorce años sobrevolando el océano, cuando volvía de Italia a su casa, y la tripulación del avión lo festejó con una tarta y catorce velitas imaginarias. Al llegar a su casa, festejó de nuevo con sus hermanos gemelos, Lucía y Francisco, sus papás y sus hermanos, siete en total. Ella viajó a Italia, primero a Roma y después a Nápoles, para recibir un premio que los escritores consideramos muy valioso, el Premio Elsa Morante, cuyo tribunal está presidido por Dacia Maraini, una mujer de gran personalidad que, en el discurso de entrega de premios a los finalistas, retomó y asumió como propias las dos cosas que Verónica les propone a los chicos de su edad: observar mucho la realidad para captar sus historias secretas y leer, leer mucho, aprender de las historias de otros y de su manera de contarlas. ¡Ella, que fue compañera de Moravia y tiene toda una carrera literaria a sus espaldas, se siente representada por una jovencita que recién empieza! Después Verónica volvió a Roma y pudo estar con su compatriota, el Papa Francisco, lo que ella más deseaba. Todas estas cosas ya se conocen: quién es Verónica, de dónde viene, lo que ha dicho y lo que ha hecho. Lo reprodujeron prácticamente todos los diarios italianos y argentinos, lo amplificaron las grandes agencias internacionales, Associated Press y France Presse, y siguieron el Washington Post y el Times, hasta los grandes diarios de lengua inglesa, siempre tan sobrios cuando se trata del mundo italiano y vaticano.
Una avalancha mediática que nunca, en toda mi vida de veterano profesional, había visto expandirse de esa manera e inundar como un río en crecida las network y las redes sociales. Había muchas razones. La persona de Verónica era un mix que resultó irresistible: la precocidad como escritora, su condición de discapacitada, su belleza, la inteligencia que ponía de manifiesto en sus respuestas, la frescura y la vitalidad que transmite al que la escucha. Verónica escribe desde los siete años. Hoy tiene siete más y ya publicó cinco libros. El último, El ladrón de sombras, es un relato que desborda imaginación y avanza de sorpresa en sorpresa hasta el capítulo final, un partido de fútbol entre sombras para redimir al joven ladrón de sus fechorías. «Un mundo prodigioso donde las sombras crean vida, des-realizan lo cotidiano y lo transfiguran», escribe en el prólogo el profesor de filosofía Massimo Borghesi.
Indudablemente Verónica tiene talento literario, que se ha pulido con el tiempo asimilando con rapidez las sutilezas del oficio. A ello se suma una imaginación radiante, siempre dispuesta a introducirse en el aura positiva de las cosas. Con su ojo de vidrio, que junto con el natural dijo que había descubierto gracias al Papa argentino. Mientras estaba en la plaza de San Pedro y esperaba que terminara la catequesis de los miércoles y se concretara el encuentro con él que tanto anhelaba, le escribió la dedicatoria en el interior del libro. Se acordó de un video que había visto, en el cual Francisco se dirige a los jóvenes cubanos y cita a un escritor latinoamericano: «Decía que los hombres tenemos dos ojos, uno de carne y otro de vidrio. Con el ojo de carne vemos lo que miramos. Con el ojo de vidrio vemos lo que soñamos. Es hermoso, ¿verdad? En la objetividad de la vida debe entrar la capacidad de soñar. Y un joven que no es capaz de soñar está atrapado dentro de sí mismo, está encerrado en sí mismo». La imagen la había impresionado mucho, y ahora se la devuelve escribiendo con su letra temblorosa en la primera página del libro: «Querido Papa Francisco, te dedico este libro para agradecerte todo lo que me has enseñado. Me has enseñado a usar mi ojo de vidrio y mi ojo de carne, porque esto es un sueño para mí, un sueño que hoy estoy viviendo. Le doy gracias a Dios por esto y por todo. Gracias. Verónica».
El Papa caminó por la explanada frente a las escalinatas de ingreso a la basílica en dirección hacia ella; la abrazó, le preguntó si estaba contenta, le dijo que había escuchado que era una buena escritora. Ella, con la voz quebrada por la emoción, le dijo que lo quería mucho, que siempre reza por él –lo hace todas las noches antes de dormir junto con sus hermanos– y le tendió el libro que tenía apoyado en la bandeja de la silla de ruedas diciéndole entrecortadamente que se lo había dedicado. Cuando los empleados del ceremonial la acompañaron hasta el borde de la plaza junto con su mamá que empujaba la silla de ruedas, la abordó una nube de periodistas y respondió a sus preguntas con seguridad, candor y sin el más leve asomo de alteración.
Verónica es un regalo de Dios a los hombres, y Dios la hizo brillar delante de nosotros, los amigos que la acompañábamos en su estadía romana, de su mamá que la trajo al mundo y sin embargo la miraba asombrada y de cientos de miles, quizás millones de personas que la escucharon hablar sobre la historia de su vida, sobre por qué escribe y por qué vive, sobre sus sombras.
Verónica es un regalo para la vida de los que están cerca de ella. Tengo grabado en la retina cómo la rodeaban los adolescentes del jurado que gracias a sus extraordinarias maestras napolitanas leyeron su libro, el de Lía Levi, Il braccialetto (la pulsera, ndt.) y el libro entrevista de Tornielli, El nombre de Dios es misericordia. La ternura de Dios estaba allí presente y tenía su mismo rostro. Un chico le hizo algunas preguntas y después le confesó que él también escribía canciones. Su rostro se transfiguró literalmente cuando Verónica le dijo que era algo muy hermoso, que siguiera haciéndolo, que ella empezó de esa manera.
Poco antes de abordar el avión para volver a Buenos Aires vi un mensaje que habían enviado a la host de Tierras de América. Es algo insólito, porque el sitio en el que escribo no está pensado para dialogar con los lectores. De todos modos el remitente decía que no le interesaban las noticias y análisis de América Latina. Que quería contactar con Verónica de parte de su hija, Olivia, que tiene nueve años y padece una discapacidad motora. «Vimos las noticias y ella quedó encantada con la historia del “se puede”. A ella también le gusta escribir y quisiera ponerse en contacto con Verónica para hablar y compartir experiencias. Sería muy feliz si pudiera entablar una relación que la motivara. Creo que sería muy estimulante para ambas». La mamá dejó el pedido en mi sitio sabiendo que Verónica es menor de edad, y pide permiso para mantener una relación por mail. Apenas tuve tiempo de leerle el mensaje a Verónica y ella me pidió por favor que se lo reenviara para poder escribirle cuanto antes a Olivia.
Y no fue el único mensaje de ese tipo. Hubo otros muchos que le susurraron a Verónica en el oído o se los enviaron a través de su mamá Cecilia y de su papá Gustavo. Y otros chicos de su edad también les preguntaron por ella a sus hermanos mayores, impresionados por la (divina) pequeña esperanza de la hermanita.
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