Queridos hermanos y hermanas: Bendito sea Dios que siempre está con nosotros. Que nos ha amado y nos sigue amando en Cristo Jesús nuestro Redentor. ¡Que ha muerto y resucitado para nuestra salvación y vive entre nosotros! Y en Él nos ha mostrado la belleza del amor salvador de Dios.
(…) Me dirijo muy agradecido a todas las autoridades presentes; gracias por su compañía. Con todos ustedes comparto la vocación de servicio a las personas concretas a través de la entrega personal y de las Instituciones que representamos. Pueden contar con la Iglesia y con este pastor en todo lo justo, noble y verdadero, en orden a procurar el bien común en el respeto íntegro de la vida de las personas y en el garantizar todos los campos de su libertad, de un modo preferencial en lo que hace a los pobres y sufrientes de esta tierra. Cuenten con mi disponibilidad y cooperación, respetuosas de la autonomía de la Iglesia y el Estado. (…)
Me dirijo ahora a ustedes, queridos sacerdotes y fieles de las queridísimas Diócesis de Río Cuarto y Venado Tuerto, que han venido hasta aquí para compartir este momento de gracia y comunión. Lo hago con el corazón lleno de emoción y gratitud en el Señor. Muchísimas gracias por la compañía y la oración. Son ustedes junto con mi familia, aquí presente, y mis padres y tíos desde el cielo; junto con el carisma de Don Giussani que descubrí siendo joven sacerdote, la memoria más viva de cómo Dios me ha acompañado y sostenido y me sigue acompañando en el camino de mi vida cristiana y ministerial. ¡Muchas gracias!
Queridos fieles de la Arquidiócesis de Rosario, desde hoy soy uno más con todos ustedes. Y comienzo a conjugar la primera persona del plural: NOSOTROS.
Vengo como peregrino, llamado por el Señor, vengo desde el Río IV, que baja de las sierras Cordobesas al gran Río Paraná, a las barrancas del mismo, a la cuna de la Bandera. Vengo a esta gran ciudad tan hermosa y tan compleja a la vez, tan pujante y tan llena de contrastes y con tantos desafíos. Vengo a esta ciudad y región trayendo la experiencia del ministerio episcopal en la amada diócesis “Villa de la Concepción del Río IV”. Llego aquí esta tarde para decir mi sí al Señor que me trae, mi sí a esta Iglesia que me recibe, mi sí al Misterio que me llama aquí con mi historia, con mis circunstancias, con un camino lleno de rostros, nombres y acontecimientos. El Señor siempre ha ido tomando la iniciativa en mi vida. Él me ha ido marcando el tiempo y el lugar. Y puedo decirles que nunca mi esperanza ha sido defraudada. Al contrario, he podido experimentar como Él llena mi corazón sediento de amor y de verdad con su paz.
Vengo sencillamente en el Nombre del Señor, no tengo otras credenciales para presentarles. ¡Qué insondables son sus designios y que incomprensibles sus caminos! Siempre me llena de asombro este proceder de Dios. Nos ha llamado a nosotros, pecadores, sin mérito alguno de nuestra parte, a ser sus hijos. Hemos sido redimidos por amor, por un amor gratuito, totalmente gratuito. A algunos de nosotros nos ha llamado al ministerio, y el asombro se acrecienta. Y surge la pregunta ¿Quién soy yo para que esto suceda? ¿Quién soy yo para estar aquí entre ustedes como su pastor? Es esta la conciencia de la desproporción entre lo que uno es y la misión que se le encomienda. Es la misma desproporción que sintió San Pedro, luego de la pesca milagrosa, cuando le dijo a Jesús: ‘apártate de mí que soy un pecador’. Jesús le responde: “No temas, en adelante serás pescador de hombres”. Y todo esto para que queda de manifiesto su grandeza. (…)
Vengo como el pastor de todos ustedes y le pido al Señor estar entre ustedes como el que sirve, guiándolos “no forzada, sino espontáneamente, como lo quiere Dios; no por interés mezquino, sino con abnegación, no pretendiendo dominar a los que me han sido encomendados, sino siendo de corazón ejemplo para el Rebaño” (1Pe.5, 2-3). Quiero estar cerca de cada familia que lucha para salir adelante con sus hijos, de los que hoy se ven amenazados de perder su trabajo o de los que ya lo han perdido, quiero estar cerca de los que han sido víctimas de cualquier tipo de violencia, que siempre es irracional, de los que son víctimas del flagelo de la droga, y de todos aquellos que hoy sufren enfermedad y pérdida de seres queridos.
Hay una historia precedente que en ustedes y en mí se hacen presentes en esta tarde. Vengo a unirme a la historia de ustedes con mi propia historia para que juntos caminemos, nos reconozcamos, nos queramos. Para que juntos construyamos la Iglesia del Señor como Él quiere, sirviéndola de corazón y amando nuestro mundo como necesita ser amado. Que podamos, como respuesta al don de Dios, realizar la fraterna comunión que sabe unir la caridad en la verdad y la verdad en la caridad. (…)
¿Para qué estamos aquí? No para otra cosa sino para hacer confesión de Fe en Jesucristo. Para reconocer que Él está presente en medio de nosotros, que Él está siempre con nosotros. Que tenemos como misión hacerlo presente para nuestros hermanos a través del signo vivo de nuestra unidad. “Donde dos o más estén reunidos en mi nombre, yo estoy presente en medio de ellos” (Mt. 18,20). Y ello, para que nuestro pueblo “tenga Vida y Vida en abundancia”. El Papa Francisco, al llegar a Brasil dijo, no traigo oro ni plata, les doy lo que he recibido: a Jesucristo. (…)
Con Pedro confesamos a Jesucristo, Nuestro Señor y Redentor. "Estamos en el mundo para gritar a todos los hombres que el Misterio que hace todas las cosas se ha hecho hombre, ha nacido del vientre de una mujer. Que está presente y vivo entre nosotros, y para reconocer que es en Él en quien se encuentra la respuesta al hambre de verdad, de justicia, de belleza, de amor, de paz que hay en el corazón de todo ser humano. Es Él, el que lleva a cumplimiento todos los deseos de la humanidad. Reconocemos un Hecho, el de un hombre que ha dicho que es Dios, Jesucristo. Un hecho que tiene la forma de un encuentro humano que tiene un carácter excepcional pues cumple con la espera del corazón .Nosotros estamos aquí por esta Presencia. Reconociendo que el centro de la vida no es el éxito sino "reconocer a Alguien". Reconocer que nuestra salvación no es la utopía sino reconocer una Presencia; no es un "quehacer" sino un amor.
Estamos para proclamar que en Cristo se nos da el perdón de nuestros pecados. Que la Iglesia es la casa de la misericordia y del encuentro, que en ella se nos da la Vida eterna y el perdón de nuestro mal. En ella recibimos la Vida verdadera y caminamos con la seguridad que el poder de la muerte no prevalecerá contra ella. Que es ella ese signo concordia y de paz entre los hombres.
El Papa Francisco nos invita a ser una Iglesia en salida, al encuentro de los hermanos que están lejos, en salida a las periferias geográficas y existenciales. A ser una comunidad de discípulos misioneros que “primerean”. Así como el Señor está siempre antes, la comunidad ha de “adelantarse, tomar la iniciativa sin miedo, salir al encuentro, buscar a los lejanos y llegar a los cruces de los caminos para invitar a los excluidos” (EG 24)
La opción es: o somos misioneros o morimos. O comunicamos lo que hemos recibido y así se esclarece y fortalece la fe o el don que hemos recibido se muere. Todos en la Iglesia estamos llamados a la conversión misionera (EG 30), a realizar una opción misionera capaz de transformarlo todo. (EG 27)
La nota que caracteriza a los que se han encontrado con Jesucristo es la alegría. En su Exhortación Apostólica EG el Papa Francisco nos invita vivir la alegría, el gozo del encuentro con Jesucristo y que sea a través de la alegría que otros perciban lo que nos ha sucedido y quieran también vivirlo. Nos recuerda que “el gran riesgo del mundo actual, con su múltiple y abrumadora oferta de consumo, es una tristeza individualista que brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza de placeres superficiales, de la conciencia aislada” (EG 2). Por eso queremos ponernos en seguimiento del Papa que nos invita a una nueva etapa evangelizadora marcada por esa alegría que sólo Cristo nos puede dar.
Que el Espíritu Santo nos llene de su gozo y nos haga arder en el corazón esta pasión por comunicar a Cristo. Que nos duela en el corazón que haya hermanos que no conocen a Aquel que da la verdadera alegría al corazón. No somos mejores que nadie, no somos más coherentes, seguimos siendo pecadores. Cuál es la diferencia: que hemos encontrado al Mesías. El haberlo encontrado es una gracia y es lo más grande que nos ha sucedido. Por eso lo queremos comunicar.
La fe viva obra por la caridad
Esto trae una consecuencia contingente, podríamos decir. La consecuencia de reconocerle a Él presente en nuestra vida, presente en la realidad, la consecuencia de mirarle, de seguirle es que se vive una vida mejor, se vive una relación mejor con toda la realidad: en la familia, con los hijos, con los amigos, con la comunidad. Se mira a los extraños con gratuidad; más, podríamos decir que se elimina la extrañeidad, el otro es mi prójimo, el otro es un don para mí, no es alguien a quien deba reducir a cero, no es alguien a quien eliminar. Mira a los otros con gratuidad, como si fueran amigos. La caridad es el signo que muestra la verdad de nuestra vida cristiana. Si, queridos hermanos, ¿de qué valdría tener una fe capaz de mover montañas si no tenemos amor? Y se muestra desde una sonrisa, desde un gesto amable, desde un vaso de agua dado con amor, hasta las obras educativas y de caridad y en el compromiso social, hasta empapar del amor de Dios todas las estructuras de la sociedad.
Que el Señor nos dé la gracia de ser siempre una Iglesia que se caracterice por la caridad, en especial por los más pobres y sufrientes, que sea una Iglesia rica en obras de amor que manifiesten la vitalidad de la fe, pues como dice un poeta nuestro parafraseando el Evangelio:
Cuando Dios venga a juzgarnos
hasta dónde fuimos hombres,
Nos preguntará qué hicimos
Con las lágrimas del pobre.
De todo esto que luchamos:
El pan, la casa, el trabajo…
Sólo va a quedar la ciencia
De vivir bien como hermanos
(Los andares de Dios; Rogelio Barufaldi )
Una comunidad orante
¿Cómo se sostiene esta vitalidad de fe y amor? ¿Cómo se puede acrecentar cada día? Sí somos mendigos, es decir, si somos humildes necesitados de Dios, si vivimos como una comunidad que reza. Que ora, que suplica. Una comunidad que confía en el poder de la oración. Que sabe, como nos dice la segunda lectura de la Misa, que todo viene de Él. Que vive de los sacramentos, y de la lectura orante de la Escritura. Como Obispo quiero orar mucho por ustedes. Pues sólo quien ora mucho por su pueblo es el que ama mucho a su pueblo. Y los invito a vivir cada vez más intensamente esta dimensión esencial de la vida cristiana.
Me dirijo ahora a ustedes, mis queridos sacerdotes, los fieles más cercanos al Obispo, los más estrechos colaboradores. Quiero estar muy unido a ustedes para que dentro del Pueblo de Dios seamos los primeros que hagamos presente a Cristo por el ejercicio generoso del servicio ministerial y la unidad entre nosotros. Y aprecio enormemente la abnegada tarea del Ministerio sacerdotal ejercitado en las Parroquias, las cárceles, los Barrios, los Hospitales, los ambientes de la cultura, la educación, las asociaciones y movimientos, el Seminario etc., etc. Acercan así a Cristo a todos los hermanos y a los hermanos entre sí.
A ustedes, queridos seminaristas mí más afectuoso abrazo, ustedes, que son ya el presente la esperanza de la Diócesis, cuenten con mi cercanía paternal y fraterna.
A los diáconos permanentes, servidores por definición, gracias por vuestra entrega.
A ustedes los religiosos, religiosas, y demás consagrados, que ocupan un lugar de honor, de gran importancia en la vida de la Iglesia, los saludo con profunda estima y los animo a seguir siendo los alegres testigos de Cristo pobre, casto y obediente. A ser testigos y profetas en el hoy de nuestra historia.
A ustedes queridísimos fieles laicos, inmensa mayoría del Pueblo de Dios, los saludo y abrazo con profunda estima en el Señor, a todos y cada uno, y en sus diversas comunidades parroquiales, asociaciones y movimientos. Los animo a vivir gozosamente la fe dentro de las realidades cotidianas. De un modo particular a las familias tan necesitadas de la compañía eclesial.
Y a ustedes queridos jóvenes me dirijo con las palabras del Papa Francisco: “qué bueno que sean ‘callejeros de la fe’, felices de llevar a Jesucristo a cada esquina, a cada plaza, a cada rincón de la tierra” (EG 106).
Quiero dirigirme ahora a los pobres, a los que no tiene casa, a los que no tienen trabajo, a los enfermos, a los presos, a los ancianos y a todos los que sufren: les expreso mi cercanía y mi afecto paternal.
También a aquellos que se han alejado de la fe o han estado siempre lejos de la Iglesia, A todos quiero decirles que ocupan un lugar preferencial en el corazón de este pastor.
Hermanos y hermanas, ponemos bajo el amparo y la intercesión de la Santísima Virgen María, Nuestra Señora del Rosario, nuestra Madre y Patrona, esta nueva etapa de la Iglesia Rosarina que hoy comenzamos. Implorémosle para que por su intercesión el Padre y el Hijo derramen abundantemente el don del Espíritu, de modo que así como fecundó su seno purísimo, fecunde hoy nuestra Iglesia que peregrina en Rosario y la haga cada día más alegre, más servidora, más fraterna, más misionera y más llena de su amor.
Nuestra Señora del Rosario: ¡Ruega por nosotros!
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