El P. César Zaffanella, oriundo de Cremona, llegó de misión a la Argentina hace 30 años. Junto con el P. Leonardo empezaron aquí el movimiento. Fue uno de los primeros encuentros en mi tierra con Comunión y Liberación
Desde que le conocimos, vimos al padre César como una persona mayor.
En ese momento, la nuestra era la perspectiva de adolescentes que terminaban el secundario y que vivían entusiasmados una novedad encontrada casi por casualidad. Nuestra búsqueda, llena sueños y cargada de ideología, por vivir un cristianismo que tuviese que ver con toda la vida, se topó con un joven padre Leonardo que sólo nos proponía una amistad. Y esa amistad se hizo camino.
Al padre César le conocimos en esa instancia y rápidamente vimos en él la expresión madura de un camino que apenas se insinuaba en nosotros. Toda extrañeza fue eliminada por la potencia de lo encontrado, que nos presentaba a este hombre como parte de una misma aventura, resultando una promesa de la consistencia humana que era capaz de otorgar el recorrido iniciado.
La comunicación lingüística no fue inmediata. Frente a la capacidad adivinatoria del español del padre Leonardo, capaz de los más arriesgados neologismos, el padre César siempre fue escrupuloso tanto con el lenguaje como con el conocimiento. Las palabras tenían que ser claras y los conceptos precisos. Por eso le veíamos trabajando afanosamente por aprender cada expresión y cada giro idiomático, buscando escrupulosamente comprender plenamente su sentido, hasta que finalmente le escuchamos hablar seguro el español. Pero su preocupación no era “profesional”, perito como realmente era en cuestiones de idioma y en su amada literatura, sino misionera. Nos trató con respeto, hablándonos como adultos y así, en sus palabras, nosotros crecimos.
Aprendimos de él a profundizar en los textos de los grandes autores, más que por la lección académica por la seriedad con que los abordaba y el gozo que le producía recorrerlos. Cesare Pavese, Paul Claudel, Charles Péguy, eran algunas de sus pasiones. Animaba a todos a conocerlos y se comprometía en ello, de lo cual dan cuenta sus clases de literatura a los universitarios y sus cursos de italiano.
Un entusiasmo que se extendía también al teatro, sosteniendo afectuosamente los primeros pasos y el desarrollo del grupo de teatro con Nancy, con representaciones de El Misterio de la caridad de Juana de Arco, o el Miguel Mañara o el Anticristo de Soloviev. O en la música, descubriendo la belleza tanto en su expresión clásica (como cuando predicó todo un retiro enseñando a gustar el Réquiem de Mozart), como en la popular Que será de Chico Buarque.
Otro rasgo que caracterizaba al padre César era su amor por la familia. Empezando por la propia, en el relato de las largas conversaciones de sus padres y en particular del amor de su madre. Una escuela de misericordia, donde germinó una actitud que luego veríamos expresarse en su forma de acoger a cada uno en la confesión, o en su preocupación cuando veía que alguien no comulgaba reiteradamente en misa, o en su paternidad cuando intentamos infructuosamente la convivencia entre algunos. Todavía resuenan sus palabras, cuando en un encuentro de responsables recordaba la prioridad de la misericordia, ya que esos mismos que pretenden del cristianismo una moral rígida, no ven que serían los primeros en quedar excluidos de tal experiencia.
También nuestra Madre, la Virgen María, era una presencia en su vida. Ella que, atenta a toda circunstancia, en las bodas de Caná señalara la falta de vino y que tuvo como respuesta una donación impensada. Hace pocos días nos decía el Cardenal Karlic en relación a este gesto de la gratuidad, que se reactualiza en la simplicidad de una madre que le dice a su hijo: “¿querés más?”. Podemos afirmar que así fue con nosotros.
A los malogrados intentos del padre Ricci por iniciar el movimiento, que puso luego en manos de la Virgen en el santuario de Luján; a nuestras expectativas de adolescentes que no encontraban una experiencia del cristianismo y buscaban un camino; para muchos que simplemente no veían la forma de afrontar la vida más allá de las dificultades, en el padre César se manifestó ese ansiado “¿querés más?”, en el cual se ofrecía aquello que es el único elemento capaz de justificar el entero desarrollo de su vida: un profundo y desbordante amor a Cristo.
En esto el padre César Zaffanella siempre fue una persona mayor.
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