Cuando surgió la idea de ir a Bariloche a compartir un momento de convivencia entre los jóvenes trabajadores, yo no estaba presente y me enteré por una amiga de esta propuesta, ante lo cual yo me ofrecí a ayudar. Lo que nunca imaginé fue que en este ofrecimiento me encontraría tan implicada en la organización, hasta el punto en que surgió en mí la pregunta: ¿Por qué participo yo de este encuentro? Tenía dificultades económicas y no me sentía muy amiga de los que íbamos por el hecho de conocerlos desde hacía poco tiempo, no eran unas vacaciones que yo elegía pasar con mis “mejores amigos”, entonces ¿porqué adherirme?
Esta pregunta permaneció en mí desde el principio y durante todas las vacaciones, y más en los momentos en que sentía que me pesaban las tareas porque también mi trabajo me demandaba mucha atención y me descubría cansada, pero paradójicamente este sentimiento de agobio no me determinaba sino que me abría a pedir ayuda a los amigos que estaban conmigo organizando este encuentro y descubrí la necesidad de apoyarme y confrontarme con una compañía.
Incluso cuando nos reuníamos y no nos poníamos de acuerdo en todo, y cada uno con su temperamento pero libremente entrábamos en diálogo con las tareas, cada vez que nos reuníamos me descubría con más cosas para hacer pero también más contenta de adherirme, porque no estaba sola.
Finalmente fuimos 20 personas a Bariloche, incluyendo tres amigos de nuestro país vecino del Uruguay y amigos de otras provincias de la Argentina, acompañados todos por la presencia de Julián, nuestro visitor de Latinoamérica, el cual nos propuso un texto de una de las cartas de don Giussani a su amigo Majo sobre la amistad, sobre la verdadera amistad, aquella que te trasmite esa vibración inefable del infinito.
Todo el tiempo fue intenso, nos levantábamos temprano, un grupo de chicas se ocupaban del desayuno levantándose más temprano que el resto, otros estaban atentos a la Misa preparando el altar y embelleciéndolo con flores y lo necesario, otro grupo se ocupaba de preparar los cantos para las excursiones y la Misa, otros se ocupaban de la cena y comprar lo necesario para comer y beber, o sea todos participábamos en todo ya que teníamos disponible unas cabañas con quincho pero no incluía servicio de comida, por lo que todo dependía de nosotros, de nuestra disponibilidad.
Yo tenía bajo mi responsabilidad la “estructura de las organización”, los servicios, reservas, pagos, excursiones, alquileres, pero todo el detalle del contenido me obligaba a fiarme de las personas que me acompañaban y fue una sorpresa inmensa, cada tarea que delegaba a alguien para que yo pudiera seguir con el resto cuando me encontraba frente a lo que habían preparado (sea la Misa, cena o cantos) superaba todas las expectativas, yo con mi estructura organizativa no podría haberlo hecho más bello que ellos, me asombraba de la belleza con la cual se implicaban en la responsabilidad y me sentía muy querida por lo que hacían por mí, y me dije “esto no es normal, no es obvio encontrarme con tanta belleza”.
En los dos días que estuvimos hicimos dos excursiones largas, la primera fue subir al mirador que se encuentra en el lago Gutiérrez, de 800m empinados, y la segunda caminar 12km por los bosques arrayanes. Frente a las dos excursiones Julián nos dijo que “sin fatiga no hay belleza”, y esto fue muy evidente, porque siempre en la excursiones hay un momento en que deseas llegar, parece que ya no puedes más y cuando llegas a la cumbre la belleza es tan grande que lo que permanece es el asombro y no la fatiga, el asombro por una belleza con B mayúscula, y el camino se convierte en la búsqueda de esa Belleza.
En la primera excursión al mirador yo iba delante para ver el camino y a cada persona que pasaba le preguntaba si faltaba mucho, a lo que me respondían “un poco más pero vale la pena”, descubrí que esta forma de caminar, preguntando y dialogando con los que me cruzaba me ayudaba a mantener la mirada puesta en el horizonte, me repetía: “vale la pena”… y valió la pena en verdad, el paisaje era conmovedor, inmenso e infinito, podíamos ver las montañas y el horizonte interminable, y allí los amigos que preparaban los cantos nos hicieron participar de cantos alpinos que nos abrían el corazón, estábamos contentos, y me preguntaba: ¿de dónde nace esta alegría?
Cuando fuimos a la segunda excursión, para poder llegar a los bosques arrayanes debíamos cruzar en catamarán el lago Nahuel Huapi, y una vez que llegábamos a la península Quetrihue buscamos un lugar para celebrar la Misa, almorzar y luego salir.
Los amigos responsables de la Misa buscaron un lugar en la playa del lago y construyeron un altar con rocas y flores, detrás del altar se encontraba el lago y las montañas, cuando llegamos todos nos conmovimos por la belleza, nos conmovimos frente al altar, yo pensaba: “¿cómo es posible conmoverme tanto frente al altar? Sólo una Presencia puede hacer que me conmueva hasta el alma de esta manera”. El altar con el cuerpo de Cristo hacía verdadera la belleza que estábamos viendo, el Señor era el motivo de esta conmoción. La lectura de ese día fue cuando nombran a los 12 apóstoles y una amiga me hizo notar que nosotros 20 frente al altar éramos como esos 12 discípulos elegidos por el Señor, reunidos como los primeros cristianos, ¡cuánta preferencia!
Esa misma noche, la última, hicimos una pequeña asamblea y me sorprendió que hay una parte de la carta de don Giussani que dice que él no eligió a su amigo, sino que lo reconoció por aquella vibración inefable y que él estaba convencido de que un hombre en última instancia no elige a los amigos, sino que los descubre y los sigue. Y cuando habla del encuentro de Juan y Andrés con Jesús, en el río Jordán, subraya que acontece la misma vibración que hace que ellos presientan que encontraron algo grande, algo plenamente correspondiente a la espera de sus corazones. Y por esto lo siguen hasta su casa.
Yo descubrí en esta aventura que estaba con estos amigos porque nos une el encuentro que tuvimos, aquella vibración inefable se da en nosotros por la belleza del encuentro que tuvimos, a través de ellos yo puedo ver el rostro de Jesús, puedo volver a descubrir en mí esa correspondencia que espera mi corazón.
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