Los primeros en darse cuenta de la novedad fueron los niños. Jugaban juntos como si se conocieran de toda la vida. Los segundos, los músicos: el suyo es un lenguaje universal. Luego ya las mamás, los abuelos que no dejaban de charlar, los universitarios y los jóvenes trabajadores. Al final tuvieron que rendirse ante la evidencia hasta los periodistas: entre Argentina y Chile estalló la paz. Mejor dicho, “la alegría”, que daba título a las vacaciones de estas dos comunidades del movimiento, que tuvieron lugar en la localidad argentina de Caviahue: cuatro caminos con cabañas, albergues y casas rurales, rodeados de araucarias milenarias, en una zona termal de aguas tibias y azufre, a la orilla de un lago que refleja el sol por el día y el cielo estrellado por la noche. Caviahue, en lengua mapuche (indígena) significa “lugar sagrado de encuentro y de fiesta”. Un lugar particular para unas vacaciones particulares.
Todo empezó con dos mujeres. Carolina, de Buenos Aires, y María Angélica “Cae”, de Santiago de Chile. Por motivos de trabajo, sus respectivos maridos viajaron a Italia para participar en un encuentro internacional. Allí se conocieron también ellas y se hicieron amigas. Tan amigas que, ya de vuelta en casa, siguieron buscando ocasiones para volver a verse, para pasar tiempo juntas, para que sus hijos también se conocieron… hasta que unos meses después, casi de forma natural, surgió la idea: ¿por qué no organizar las vacaciones del movimiento juntos? Si bien es cierto que Argentina y Chile son países fronterizos, también es verdad que tienen los Andes de por medio.
Son países ligados por antiguos vínculos de apoyo mutuo, aunque también mantienen, desde hace menos tiempo, diferencias y cierta rivalidad. Pero una amistad en acto es como una reacción química, que una vez que se desencadena es difícil de parar. Sobre todo cuando hay un “catalizador” llamado Julián de la Morena, el sacerdote español al que Carrón ha confiado la responsabilidad de CL para toda América Latina. A De la Morena la idea de unas vacaciones comunes le gustó, y mucho.
Así que del 25 al 30 de enero de 2014, en Caviahue han tenido lugar las vacaciones estivales (en el hemisferio sur las estaciones van a ritmo contrario) de ambas comunidades. Con más de cuatrocientos participantes. Para muchos ha supuesto un sacrificio: baste pensar que Caviahue dista 1.300 kilómetros de Santiago de Chile y 1.500 de Buenos Aires. Además, Argentina se encuentra inmersa en una nueva y dramática crisis económica. Sin embargo, todos reconocían al terminar que valía la pena. No tanto por la extraordinaria belleza del paraje natural sino, como sintetizaba Martino de Carli, responsable del movimiento en Chile, «por la gran, sencilla y luminosa experiencia de unidad que se ha vivido esa semana».
Para que todo fuera bien, las comunidades empezaron a trabajar varias semanas antes. Para cada gesto y tarea (los cantos, el coro, las excursiones, el servicio de orden, los encuentros culturales, los juegos) se crearon comisiones conjuntas chileno-argentinas. Pero, como decía Cecilia, una argentina, en la asamblea final, «la belleza que se respiraba no era la suma de genialidades particulares sino de muchas disponibilidades». Disponibilidad para mirar, para seguir y para ponerse en juego.
Una excursión a la “laguna escondida”, la presentación de la vida y obra de Albert Camus, una hoguera nocturna para mirar las estrellas con los niños, una parrillada a la orilla del lago… estos días han sido una experiencia de unidad en torno a algo bello. Particularmente expresivos, desde este punto de vista, fueron dos encuentros musicales. El primero, un concierto de piano al aire libre con el músico-ingeniero Adrian Pim: Chopin y Schubert en una terraza natural junto al lago, a la sombra de las araucarias. El segundo, una velada de cantos latinoamericanos dedicada al tema “El amor de mi vida”: una ocasión para redescubrir la riqueza de la tradición musical de un pueblo.
En la asamblea final, a los que se mostraban preocupados por cómo llevar esta alegría a casa, Julián de la Morena respondió de dos formas: reclamando al valor de nuestra experiencia como único y formidable instrumento para conocer e incrementar nuestra familiaridad con Cristo; e invitándonos a mirar al Papa Francisco como testigo y compañero en este trabajo.
Por lo demás, que las montañas podían unir más que separar ya lo había demostrado la historia de ambos países: en enero de 1817, un ejército de casi cinco mil soldados guiado por el argentino José de San Martín y el chileno Bernardo O’Higgins, atravesó la cordillera para hacer frente a las tropas realistas fieles a la corona española y abrir paso a la independencia de Chile. Un episodio que ha supuesto un tema excelente para unos juegos espectaculares y de gran participación. Más o menos doscientos años después, una nueva travesía por los Andes ha permitido que argentinos y chilenos volvieran a abrazarse en ese «lugar sagrado de encuentro y de fiesta» que es la compañía cristiana.
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