El manifiesto publicado por CL Argentina a propósito de los enfrentamientos sociales producidos en varias ciudades del país durante el mes de diciembre, a partir del Mensaje del Santo Padre para la Jornada Mundial de la Paz.
Algo extraño y decisivo nos está pasando como personas, como sociedad, como nación. Una crisis multiforme y subterránea estalla de pronto entre nosotros, con la virulencia propia del odio acumulado. En hora buena si cayó en desuso vivir de las rentas de valores morales plácidamente heredados y recortados, o del intento sectario de reactualizar los valores del propio gusto mediante la repetición obligada de resentimientos del pasado. Porque si nos quedáramos ahí, estaríamos condenados a vivir de ausencias, lo que equivale a desbarrancarse hacia la nada. El Episcopado argentino, único factor de confianza en las negociaciones durante los conflictos recientes, a través de su presidente Mons. Arancedo, nos urgía el 10 de diciembre a descender a la realidad. A «deponer actitudes que comprometen la seguridad y la paz social. Esto nos atañe a todos. No hay que negar los problemas sino asumirlos y encaminarlos a través de un diálogo sincero y constructivo, que es expresión de pertenencia y amistad social».
¿Ha entrado en el ocaso la experiencia de pertenencia a grandes ideales que, en principio, nutren la amistad y la colaboración con quien quiera? ¿Hay algo más grande y decisivo en este diciembre caliente de violencia social, de orfandad ciudadana, de ruptura de vínculos entre semejantes-vecinos, de atropello a la vida de personas y familias, de destrucción de bienes de trabajo, de saqueo de recursos de la gente mediante la corrupción y el tráfico criminal, en sus diversas formas y niveles? ¿No es, precisamente, cuando la maldad gana terreno de superficie, que la bondad tiene la oportunidad de renacer más intensa e imbatible, desde su raíz? Para eso necesitamos que alguien nos despierte. El 6 de diciembre, en medio de la gran confusión, Papa Francisco se dirige por teléfono al Arzobispo de Córdoba reconfortándolo y pidiendo que nos aventuremos a realizar aperturas concretas al reencuentro, para que prevalezca la paz y como motivo de esperanza en la reconstrucción de nuestra sociedad.
¿Dónde arraiga la esperanza pacificante para reconstruir? El mensaje del Papa para que celebremos el 1° de enero del 2014 la Jornada Mundial de la Paz, nos hace mirar esa bondad primera, ese deseo de encuentro verdadero que es la clave de nuestra hechura humana: «El corazón de todo hombre y de toda mujer – nos dice – alberga en su interior el deseo de una vida plena, de la que forma parte un anhelo indeleble de fraternidad, que nos invita a la comunión con los otros, en los que encontramos no enemigos o contrincantes, sino hermanos a los que acoger y querer» (N°1). El deseo de plenitud que nos hace libres, también lo podemos malgastar cuando nuestra libertad se achica y detiene: «El relato de Caín y Abel nos enseña – recuerda el Papa – que la humanidad lleva inscrita en sí una vocación a la fraternidad, pero también la dramática posibilidad de su traición. Da testimonio de ello el egoísmo cotidiano, que está en el fondo de tantas guerras e injusticias...» (N°2).
Entonces, «surge espontánea la pregunta: ¿los hombres y las mujeres de este mundo podrán corresponder alguna vez plenamente al anhelo de fraternidad que Dios Padre imprimió en ellos? ¿Conseguirán, sólo con sus fuerzas, vencer la indiferencia, el egoísmo y el odio, y aceptar las legítimas diferencias que caracterizan a los hermanos y hermanas?» (N°3). Esta pregunta del Papa, tan sinceramente humana, nos remite a la fuente inacabable de donde sale la bondad primera de nuestro ser, a ese deseo de un encuentro verdadero que está en nuestro origen, que mueve nuestra vida y que nos une a todos: «el reconocimiento de una paternidad trascendente» (N°1).
¿Se trata, acaso, de algo lejano y triste, pensado para un gélido país de maravillas? Al contrario, Dios es padre y nos primerea en ese deseo de encuentro. «Para mí – dice Francisco en una entrevista reciente en el diario La Stampa de Turín – la Navidad siempre ha sido esto: contemplar la visita de Dios a su pueblo». «Dios siempre ha buscado a su pueblo, lo ha conducido, lo ha cuidado, ha prometido estar siempre cerca de él. Navidad es el encuentro con Jesús». Dios que se ha hecho hombre para poner su morada entre nosotros y liberar nuestro ser mortalmente herido. Por eso, «lo que leemos en el Evangelio es un anuncio de alegría. Los evangelistas han descrito una alegría. No se hacen consideraciones sobre el mundo injusto, sobre cómo se le ocurre a Dios nacer en un mundo así». Nos basta el Hecho de que ahora, en persona, de carne y hueso, «Dios camina con nosotros, nos lleva de la mano como un papá hace con su hijo».
Este Hecho abre un nuevo mundo en el mundo y nos impulsa a salir al encuentro del otro ofreciendo una compañía hecha y cada vez reconstruida por esa Presencia. Desde ella aprendemos a mirar aquellos lugares – personas, iniciativas, obras – en los que la humanidad de la experiencia cristiana que deseamos vivir entra en relación con todos. Por eso nos interesa hacer este camino con cualquiera que sienta este deseo de verdad, independientemente de su credo. La reconstrucción del tejido social que favorezca el desarrollo de cada persona y de las comunidades, necesita de hombres y mujeres libres que generen ámbitos en los que se afirme cotidianamente la positividad de las relaciones, su ventaja asociativa y el horizonte del bien común como inherente al bien personal. Donde la educación es el primer trabajo humano y donde el trabajo se realiza como herramienta educativa y como ocasión de encuentro y reconciliación.
Al concluir su Mensaje, Francisco nos recuerda que la «fraternidad tiene necesidad de ser descubierta, amada, experimentada, anunciada y testimoniada. Pero sólo el amor dado por Dios nos permite acoger y vivir plenamente la fraternidad» (N°10). Al pensar en la ternura que Dios tiene con nosotros, siguiendo los sentimientos del Papa Francisco, proponemos a todos, sin límite alguno de circunstancia y con su creatividad, transmitir esa ternura acercándonos con un gesto de reconocimiento y compañía a los más indefensos, los ancianos, este 1° de enero del 2014, Jornada Mundial de la Paz.
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