Trabajo en la asociación ACDI (www.acdi.org.ar), donde colaboramos con varias escuelas debido al Programa de Padrinos Solidarios. A mediados de 2011 vino hasta mi oficina -generalmente soy yo la que recorre las escuelas- Susana, trabajadora social de una escuela de una zona marginal de la ciudad de Santa Fe, un barrio pobre y complicado. Es una persona que fui apreciando mucho, creo que por su forma de mirar la realidad, siempre con Esperanza firme. Me vino a contar con angustia que los directivos nuevos de la escuela se iban. Se trataba de personas inteligentes y preparadas que desde hacía un tiempo nos permitían ampliar el horizonte de lo que veníamos haciendo (por ejemplo, pasar a plantearnos cuestiones de fondo de la educación: cómo lograr que los chicos terminen la escuela, cómo ayudarles a ser responsables, cómo mejorar la calidad educativa de la escuela), pero tuvieron problemas graves, se sintieron demasiado solos y cansados, y tuvieron que irse.
Susana decía: “esto me interpela” y, de forma respetuosa pero insistente, hizo llegar al obispo su petición de mayor presencia en este contexto difícil (medio año después, no sé si por eso o no, ya hay una representante legal nueva y -¡finalmente!- un cura párroco en el barrio). Pero, además, me removió mucho que viniera a contarme lo que le inquietaba y empecé a moverme también yo. Primero hablé con Carlos, un profesor amigo de CL, le conté que esta situación me parecía muy injusta y que me enojaba que personas preparadas y con proyectos terminaran tan mal. Le confié todo (ahora lo veo así) no porque fuera mi amigo personal sino por la confianza de que Dios responde a través de personas. Y Carlos me dijo que lo que necesita esta gente que trabaja en contextos tan difíciles es una compañía como la que ofrece la Escuela de comunidad, que teníamos que agradecer que al menos nosotros conocemos un lugar así. Bueno, tenía razón, pero no me conformaba...
Esa noche nos encontramos con unos amigos y yo empecé a comentar todo esto que tenía dando vueltas. Y un amigo, Carlos (otro), empezó a hacerme preguntas sobre lo que yo quiero y sobre el sentido de mi trabajo. Y al final me dijo que quizá era yo la que podía generar algo en ese contexto. Yo enseguida respondí que no sé hacerlo, que no podría... pero me dejó pensando...
Pasaron los meses y fui charlando con los directores de ACDI y otros colaboradores, y finalmente organizamos un encuentro. Fuimos 12 personas de distintas instituciones, trabajadores sociales, docentes, directores (parece poco pero no es normal que se den reuniones más allá del ámbito de lo preestablecido en las instituciones). Le pedí al profesor Carlos que nos acompañara y él comenzó con una presentación que invitaba a ir hasta el fondo de la crisis actual de la educación a través de una serie de preguntas: ¿cómo despertar al yo?, ¿cómo iniciar un verdadero camino educativo cuando la realidad es tan complicada (pobreza, violencia, droga)? Lo que pasó fue una auténtica novedad, salieron a la luz experiencias e intereses muy valiosos. Se habló de la necesidad de sostener una mirada positiva sobre los alumnos y de la importancia de tener lugares de encuentro donde poder acompañarse. Yo pensaba que nadie iba a querer una reunión más, un horario más que cumplir, y la sorpresa fue que al terminar todos pedían más.
Así que ahora, por indicación de mis directivos, estamos fijando fechas para encuentros más frecuentes que tengan una parte de reflexión y otra para compartir experiencias positivas. Mañana, por ejemplo, una directora va a comentar su plan de lectura titulado “Es posible contagiar un entusiasmo” y vamos a leer los puntos donde se asienta el método de trabajo de ACDI.
Sigo pensando que no soy capaz de cambiar las injusticias y deficiencias del sistema educativo, en fin, cambiar la realidad, que es lo que me gustaría. Pero este recorrido hecho me permite mirar mi trabajo de otra manera, como un lugar de oportunidades. Y animarme a esperar más. Y mañana, cuando empiece el encuentro, quiero acordarme de unas palabras que dijo Benedicto XVI cuando asumió su elección como Papa y que leí casualmente hace un par de días: “me han elegido a mí, un simple y humilde trabajador de la viña del Señor. Me consuela el hecho de que el Señor sabe trabajar y actuar incluso con instrumentos insuficientes, y sobre todo me encomiendo a vuestras oraciones. En la alegría del Señor resucitado, confiando en su ayuda continua, sigamos adelante. El Señor nos ayudará y María, su santísima Madre, estará a nuestro lado. ¡Gracias!”.
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