Cuenta con 250 voluntarios. Distribuye alimentos entre 120 instituciones y nunca tuvieron que pedir donaciones. Los aportes llegan al Banco de Alimentos de La Plata desde distintas empresas después de una primera visita en la que sólo se describe cómo funciona la iniciativa. ¿Cómo? Según una idea que no es propia, sino todo un plagio. Por cierto que no es malo copiar lo bueno. Pero lo que sí es absolutamente original es la experiencia que viven en y por esta obra quienes lo llevan adelante.
Su coordinadora, nuestra amiga Liliana Blanco, afirma que no le importa tanto que el volumen de donaciones sea grande como que cada encuentro con los empresarios pueda propiciar un cambio de mentalidad.
Entre las instituciones a las que se ayuda hay obras de Cáritas, la conocida como Casa del Niño, además de comedores populares, centros de alfabetización, asilos de ancianos, paradores para personas sin techo, instituciones de enfermos mentales y centros de día. Desde el Banco no se hace asistencialismo. Cada institución paga 60 centavos por kilo de mercadería que recibe. No se trata sólo de ocupar el lugar al que no llegan ni el Estado ni el mercado, sino de contribuir desde la iniciativa libre y civil a la cultura de la subsidiariedad y la solidaridad.
Es imposible hablar de Liliana y del Banco Alimentario sin hablar de Chiche Sisto, su amigo, médico platense que, en noviembre de 2000, luego de ver en Italia los Bancos de Alimentos (una obra que tanto gustaba a don Giussani y a la que siempre invitaba a participar a la gente de CL), la inició en La Plata convirtiéndose en el primer Banco de Alimentos del país. La Red de los BdA es una realidad mundial con sede central en los EEUU. Después de que Chiche comenzara aquél en la ciudad de las diagonales, otras personas dieron forma al Banco de Buenos Aires y a otros en otras ciudades del interior.
La idea es bien sencilla: se trata de recuperar los excedentes de alimentos que descartan los grandes centros de expendio o las industrias alimenticias – por estar próximos a sus vencimientos o por alguna avería del envase que no compromete su calidad –, y distribuirlos entre quienes lo necesitan. La recuperación periódica de alimentos se refuerza con una gran colecta anual en las puertas de los supermercados, buscando acrecentar la conciencia acerca del drama del hambre y la desnutrición.
Los comienzos del Banco de La Plata no fueron sencillos para Liliana que regresaba a su ciudad natal después de vivir 23 años en Bahía Blanca, dejando atrás un trabajo como funcionaria judicial (es abogada) y su casa, disponiéndose a empezar de cero otra vez. Chiche le pidió ayuda con la iniciativa del Banco, que al comienzo se limitó a organizar la colecta anual, mientras se iban generando vínculos que permitieran tejer la trama cotidiana de la obra.
Eran tiempos de crisis, recesión y default, y se firmó un convenio con la empresa YPF que, para dar contención social a la población lindera de sus plantas de Berisso y Ensenada, decidió donar doce toneladas de alimentos por mes. El naciente Banco Alimentario de La Plata tuvo así su primera tarea permanente en la distribución de lo donado por la petrolera. Usaron como depósito las instalaciones de la petroquímica Ipako, que había cerrado en medio de la crisis. En esa época Chiche Sisto enfermó del corazón – moriría al poco tiempo –, y el trabajo y la responsabilidad recayeron en su hijo Luis María, que es antropólogo, Luis Disalvo y Liliana. En 2005 concluyó el convenio con YPF, Luis María partió para hacer otro trabajo en África y también Luis tomó otro rumbo laboral.
«O te hacés cargo, o cerramos», le dijo entonces Luis a Liliana sin anestesia. Y ella, honrando la amistad de Chiche y consciente de que significaba empezar de cero otra vez, tuvo el coraje de decir “yo”. No tenía nada: no había más depósito, ni aportantes, ni colaboradores. Estaba literalmente sola.
Recuerda que una charla con Antonella Degiorgi, una amiga italiana, empujó su decisión: «Entendí que se trataba de mi protagonismo: jugar mi libertad por mí, por mi conversión, por mis hijos y mis nietos».
Decisión, y manos a las obras. Otro amigo, el “Pelado” Héctor Giaganle, empleado de Vialidad Provincial, consiguió un modesto depósito de ese organismo, que hoy luce remodelado y en vías de ampliación, en Villa Argüello, justo en el límite entre Berisso y La Plata, un barrio de características particulares que alberga a estudiantes universitarios y obreros inmigrantes, principalmente peruanos.
Desde entonces el trabajo en el Banco apasiona a Liliana. Explica que recuperar los excedentes de alimentos no sólo es una idea sencilla y efectiva para combatir el hambre, sino que también rescata el sentido de la labor del operario de la industria alimenticia, que así sabe que el fruto de su trabajo no se malogra ni aun cuando es descartado por el empresario.
La modalidad de trabajo se articula entre el Estado provincial – que dona las mercaderías decomisadas en los procedimientos fiscales de ARBA –, las empresas privadas – que hacen sus aportes e involucran a su personal en la recuperación de mercadería siniestrada (tal es el caso de Wal Mart) – e instituciones de la sociedad civil que participan en el voluntariado. Así ocurre con internos del psiquiátrico Melchor Romero que, como parte de su tratamiento terapéutico, acuden al Banco para hacer el trabajo de embalaje, o los chicos con síndrome de Down del Hogar de la Iglesia Adventista que colaboran en la cosecha de verdura que donan algunas quintas de la zona.
«La clave es la participación, caminar hacia una sociedad civil más participativa, que no esté detrás del Estado en busca de un subsidio», sostiene Liliana.
El Banco es también lugar de encuentro y de verdadero ecumenismo. Así, ha nacido en torno al trabajo una preciosa amistad entre las monjas salesianas de Ensenada y pastores protestantes de origen brasileño que participan como voluntarios. También llegan voluntarios del exterior como Vincent, estudiante francés de Ciencias Políticas en la Universidad de Toulouse; o Anita, de Colombia, que está en La Plata por un intercambio de universitarios latinoamericanos y que hacen sus prácticas en el Banco.
«El hombre se hace las preguntas importantes de la vida en acción», dice Liliana. Parafraseando a Camus, su filósofo preferido, agrega: «Para luchar contra el nihilismo es necesario ver hombres que aman la vida aun en el sufrimiento». Y concluye: «El momento actual del mundo es muy complicado, es un tiempo bisagra de la historia. Lo que yo hago no es nada, pero al mismo tiempo es todo, todo lo que se me pide. El trabajo en el Banco Alimentario es para mí ocasión de verificación, y un ámbito de salvación de la abstracción con la que somos capaces de vivir la vida y la fe».
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