«Llegué esta mañana a la catedral con Catalina –una amiga chilena– y como es ciega pensé que la ayudaría agarrándola del brazo. Pero ella me dijo: “No es así; yo camino bien, lo que necesito es agarrarme yo de tu brazo y no tú del mío”. Ésta es la experiencia cristiana: Cristo no nos quiere sustituir. Hay alguien a quien seguir y este seguimiento es una decisión de todos los días». Así comienza el padre Julián de la Morena, responsable de la Fraternidad de Comunión y Liberación en América Latina, esa mañana de las vacaciones de trabajadores y familias en Bariloche, una ciudad turística de la Patagonia argentina, al pie de la Cordillera de los Andes. Bariloche fue también escenario de la primera evangelización realizada en el 1600 con los indios Mapuches y Tehuelches por los misioneros jesuitas, algunos de ellos mártires, que le dan su nombre a grandes lagos de la región.
El pueblo de estas vacaciones está conformado por 450 adultos, jóvenes y niños provenientes de distintos puntos de la Argentina, de Brasil y Chile, una familia de Venezuela y dos amigos de EEUU. Esa soleada mañana de verano, como todos los días, concurrimos a la catedral de Bariloche, hecha de oscuras piedras volcánicas, de estilo gótico, construida a orillas del lago Nahuel Huapi, en medio de una ciudad plagada de turistas de todo el mundo. Participamos de la misa y del “momento de palabra”, en el que Julián nos propone de nuevo a Cristo para vivir intensamente la jornada. «Las vacaciones son un punto de partida y necesitan una decisión nuestra. El encuentro con Cristo es un punto de partida, no de llegada; es encontrar un brazo del que te puedes agarrar para caminar». No es alguien que te empuja sino que te acompaña a vivir una aventura excepcional.
Durante la asamblea, las intervenciones confirmaron que la experiencia de esos días marcó un nuevo inicio en la vida de muchos que, por temperamento o historia, son tan diferentes entre sí como las piedras que conforman los muros de la catedral y que están a la vista de todos. «Y en esa conjunción de opuestos y parecidos aparece el camino de cada uno», dijo Luis, un abogado que conoció Comunión y Liberación a principios de 2010, luego de recibir un volante para una colecta por las víctimas del terremoto de Haití a la salida de una misa de su barrio, en el centro de la ciudad de Buenos Aires. Al dar su testimonio recordó que para él es decisivo haber encontrado personas cambiadas, que con su vida enseñan «que se puede ser distinto en un mundo donde todo parece estar perdido, porque Cristo dejó de ser para mí una proclama política para ser el amor concreto, el que le da sentido a la vida».
Muros y ventanas de la Catedral fueron testigos de otros dos momentos que exaltaron la profunda belleza de estas vacaciones. La misa de cierre presidida por el obispo del lugar, monseñor Fernando Maletti, evidencia la maternidad de la Iglesia y el nacimiento de una amistad en una consonancia eclesial inmediata. El concierto de órgano ejecutado por Sebastián, músico argentino que encontró CL en Buenos Aires durante su adolescencia y, tras sus estudios universitarios, desde hace cinco años vive en la casa de los Memores Domini de Rochester (EEUU). En esa ciudad es responsable de la música y del canto de la parroquia central de la ciudad, cuyo párroco es el padre Jerry. Al presentar el concierto dijo que para él la música todavía sigue siendo un misterio. «Desde el punto de vista físico son frecuencias de vibraciones pero lo que provoca la música supera todo lo que podemos explicar sobre ella», dijo, antes de hacer evidente que todo trabajo, por más difícil o feo que pueda ser, tiene la misión de generar belleza, porque trabajar es procurar hacer un mundo mejor y esto no es posible sin la belleza.
El padre Jerry nos da su testimonio de que «es posible nacer de nuevo siendo ya un hombre viejo». Con sonrisa desafiante y mirada atenta como la de un niño participa de los juegos que se realizan sin concesiones y se encuentra con todos. Cuenta trazos decisivos de su nueva historia: tenía 51 años de edad y 26 como sacerdote cuando conoció a un médico italiano en la Clínica Mayo, de la que su parroquia en Rochester es vecina. Viendo y escuchando a este italiano, Jerry se propuso conocer al Cristo que conocía su nuevo amigo. Ahora afirma que su vida está llena de detalles en los que percibe el abrazo de Cristo que lo abre a un nuevo modo de relacionarse con la gente y le impide convertirse en “un profesional de la religión”.
A lo largo de cinco días se proponen juegos y excursiones, gestos sencillos que sólo buscaban ser ocasión para vivir la experiencia del décimo leproso del relato de los evangelios, el único de los diez que fueron sanados que necesitó a Jesús mismo, que volvió sobre sus pasos a buscarlo a Él, lo único necesario. A él no le bastó la curación extraordinaria, sino que entendió que el mayor milagro era que existiera Alguien que lo quería y decidió buscar a ese Alguien todos los días. «La Iglesia nació para que podamos hacer la experiencia del décimo de los leprosos», nos dijo el padre Julián. Y explicó: «El ideal es mendigar tener amigos como el décimo leproso; hombres que en cualquier circunstancia hacen memoria de Él».
De los mails y encuentros intercambiados al volver de Bariloche se constata que las dificultades provocadas por la ubicación de los hoteles y la necesidad de trasladarse a lugares distintos para las comidas no opacaron el atractivo de la propuesta, sino que generaron nuevas ocasiones de encuentros. Ya de vuelta a las ciudades de cada uno no se ven esas altas e imponentes montañas que nos rodeaban como un gran abrazo del Misterio. La certeza para retomar el trabajo cotidiano está puesta en otra “roca” que no es destruida por ningún terremoto y en el “brazo” del rostro amigo que salva de toda ceguera. Y ofrece una amistad que se pone bajo el amparo de la Virgen María, un “jardín donde acaba todo amor”, como canta Thomas Eliot en Miércoles de Ceniza, cuya traducción junto a Los coros de la roca, realizada por dos amigos de la universidad de La Plata, Santiago y Lucas, fue presentada teatralmente en estas vacaciones en las que cada detalle avivaba la memoria de Cristo.
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