Sereno y alegre, hablando un español donde se advierte una multitud de lenguas, Mons. Twal nos recibió en uno de los salones del magnífico edificio de la Nunciatura porteña. El motivo de su visita es acompañar a su comunidad en Latinoamérica, ya que son más los palestinos católicos en el exterior que en sus tierras. Un recorrido que comenzó en Argentina, y que continuará durante todo este mes por Chile, Colombia y Honduras.
Monseñor Fouad Twal nació el 23 de octubre de 1940 en Madaba, Jordania. Fue ordenado sacerdote en 1966, se doctoró en Derecho Canónico e ingresó en el servicio exterior de la Santa Sede en 1977, para lo cual se preparó en las nunciaturas de El Cairo, Berlín y Lima. El 30 de mayo de 1992 Juan Pablo II lo nombró obispo de la prelatura territorial de Túnez y en 1994 lo promovió a arzobispo. En 2008 el Papa Benedicto XVI lo designó Patriarca Latino de Jerusalén.
“La situación no está bien, hay que decirlo”. El realismo aparece en las palabras de Mons. Twal como un factor indispensable para comprender la vida de una comunidad que habita los lugares santos acosada por la violencia y el desempleo.
Los cientos de controles impuestos a los palestinos repercuten directamente en su modo de vida, restringiendo las posibilidades de desarrollo. “Necesitamos una vida normal”, afirma el Patriarca, sin tener en cuenta ese elemento no es posible revertir el creciente desempleo y la situación de aislamiento a la cual se ven condenadas comunidades enteras. “Piensen que hay cristianos que, estando en ciudades distantes unos 10 Km., no conocen el Santo Sepulcro”. Es claro y no anda con rodeos al relatar lo que sucede: “Allí hay un pueblo. Es algo innegable, los palestinos son un pueblo y deben ser reconocidos”.
Tampoco escapa la ironía a sus palabras. Haciendo referencia a la paz definitiva por la cual la Iglesia siempre ha trabajado y que resulta condición indispensable para hacer realidad el desarrollo de la vida de las familias y de toda la comunidad, en ocasión de una conversación con un funcionario de los interminables procesos de paz, terminó Mons. Twal proponiendo: “¿y si salteamos el proceso y vamos directamente a hacer la paz?”.
Sin embargo, no estamos frente a alguien vencido por la resignación o el resentimiento, al contrario, se advierte en su expresión una serena esperanza capaz de valorar hasta los mínimos hechos donde se produzca el florecimiento de una humanidad diferente: el trabajo de Cáritas, la creación de una nueva universidad, la construcción de una parroquia, etc.
Se ve en este hombre la templanza de alguien acostumbrado al diálogo como la mejor vía de resolución de los conflictos, forjada al calor de la responsabilidad al frente de una Iglesia que, según él mismo se encarga de caracterizar, “atraviesa el Calvario”.
El Patriarca no perdió la ocasión y nos comprometió a nosotros, tan distantes de esas tierras, en la vida de su comunidad: “Claro que pueden hacer algo. Hay que hablar, con calma y sin odios, explicando la situación que allí se vive, pidiéndole a los que tengan influencia que la ejerzan. Y rezar”. Cuando terminamos tan cordial entrevista, su petición de rezar juntos un Padrenuestro nos hizo entender rápidamente que no era la propuesta del funcionario eclesiástico, sino el modo casi natural por el cual llegar a reconocer el factor esencial que hizo posible semejante encuentro y poner todos nuestros deseos, trabajos, esperanza y frustraciones, en manos de Aquel que hace nuevas todas las cosas.
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