7 de abril de 2010. Tarde destemplada y lluviosa, casi “londinense”, en el otoño austral de Buenos Aires. Aun entre el trabajo y las muchas actividades de todos, a mitad de la semana, la gente decide asistir a la presentación de Ortodoxia de G. K. Chesterton, organizada por el Centro Cultural Charles Péguy, “para valorar los autores que Don Giussani nos indicaba para crecer en la fe”. Quien presenta es el Dr. Jorge Ferro, investigador de literatura medieval y, sobre todo, profesor de literatura apasionado por las grandes figuras inglesas como Chesterton, Newman, C.S. Lewis y Tolkien: “Gracias por haber venido en este día tan desapacible… a Chesterton le gustaban estos días, en cambio a Frances, su esposa, le gustaban los días de sol. Cuando había sol, Chesterton le decía: ‘este es uno de tus días’ ”.
Ferro comienza retocando con unas pinceladas el retrato habitual Chesterton, devolviéndole el rostro humano de un hombre que ha sufrido: “a veces quedan ocultos los dolores de Chesterton que fueron muy grandes… de lo contrario, su obra Ortodoxia podría parecer un ‘libro de recetas’ de alguien que tendría todo absolutamente bajo control, que no tendría motivos para sufrir ni estar triste, cosa que no fue así, en absoluto. Hay una suerte de simetría entre la capacidad de gozo y la capacidad de sufrir: a mayor capacidad de gozo, mayor capacidad de sufrimiento. Chesterton, caballerescamente, interpelaba su sufrimiento y lo transformaba. En él se cumple, como en pocos, uno de los lemas de Newman (y podemos decir que no hubiera habido Chesterton sin Newman), quien decía: ‘que mis tinieblas sean la luz de los demás’”.
Una breve mención a la célebre novela chestertoniana El hombre que fue Jueves (cuyo centenario se ha cumplido en el 2008), reeditada junto con Ortodoxia… Se trata, en su diversidad, de obras simétricas: “El hombre que fue Jueves es una especie de pregunta y Ortodoxia es una especie de respuesta”. En El hombre que fue jueves (cuyo subtítulo es “Una pesadilla”), Chesterton intenta “exorcizar” ciertos fantasmas de su juventud, una especie de catarsis que se completa en Ortodoxia. No un tratado sistemático de teología, ni de filosofía, ni de teoría del conocimiento, ni de psicología, sino un ensayo en respuesta a críticas de sus adversarios, en el que explica las razones que lo llevaron a pensar como pensaba, cuál fue su itinerario: “Este libro intenta responder a ese desafío” (Ortodoxia, ed. San Pablo, 2008, p. 11). Tentado por los pesimismos de moda durante su adolescencia, encuentra finalmente una liberación en “su” ortodoxia (“mi recta doctrina”), pero “no la llamaré mi filosofía, pues yo no la hice. Dios y la humanidad la han hecho, y ella me hizo a mí” (p.13 ).
Como si se llegara desde afuera a un puerto que se ve por primera vez… observar “desde afuera” permite ver las cosas siempre nuevas, como la primera vez, algo que nosotros hemos perdido porque nos acercamos a la realidad de un modo utilitario, para “usar por interés” las cosas, mientras que se puede gozar de lo real en cuanto tal. Chesterton ve que “las cosas en cuanto tal” son admirables y que la razón no puede “fabricar” el sentido de la existencia de estas cosas, ni mucho menos puede ser uno el que pone las cosas en la realidad, sino que las encuentra ya hechas. Entonces, el mundo se nos aparece como mágico, como una realidad mágica: “yo siempre había creído que el mundo incluía lo mágico; desde ese momento pensé que quizás incluía algún mago. Y esto señaló una profunda emoción siempre presente y subconsciente; que este nuestro mundo tiene algún propósito y si hay un propósito es que hay una persona. Siempre había sentido la vida primero como un cuento, y si hay una historia hay un historiador” (p. 72).
Ferro aclara que cualquier chestertoniano siempre hace mención al tema de la alegría, “la alegría chestertoniana que no es una vaga sonrisa”. Al fin de cuentas, lo que dirá la tradición de la Iglesia, de alguna manera, siempre estuvo presente en la tradición de la humanidad: “La doctrina y la disciplina católicas pueden ser paredes, pero son las paredes de un campo de juego. El cristianismo es la única estructura que ha preservado el placer del paganismo. Podemos imaginar a algunos niños jugando sobre un prado en la cumbre de una alta isla en el mar. En tanto haya una pared que rodee los bordes del acantilado, pueden enfrascarse en cualquier juego travieso y convertir el lugar en la más ruidosa de las salas de niños. Pero las paredes fueron derribadas, dejando al descubierto el peligro que representa el precipicio. Ellos no cayeron en éste, pero, cuando sus amigos volvieron, estaban todos acurrucados y aterrorizados en el centro de la isla, y ya no cantaban (p.171-172). Esos límites que están en la realidad, y que la ortodoxia no pone sino que descubre, son los que nos otorgan la seguridad y nos permiten mantener efectivamente, las viejas y eternas alegrías. Tal como subrayó al principio, el Prof. Jorge Ferro recuerda que “Chesterton conoció fuertemente el dolor y las peores pesadillas, pero trató de destilar esos dolores en luz para los demás”. Así cierra su presentación, con la conciencia clara de que se trata de un autor no tan sencillo, pero lanza un desafío “Chesterton puede no gustarle a todo el mundo. Pero el que simpatice con Chesterton va a tener un compañero de toda la vida. La obra suya se puede leer, releer, uno allí encuentra consuelo, encuentra alegría y encuentra cosas que no vio en lecturas anteriores por su densidad y riqueza. Entonces, vale la pena hacer el esfuerzo de acercarse”.
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