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El encuentro con sus "hijos" en su noventa cumpleaños

Al cumplir 90 años, un grupo de amigos ugandeses fueron a visitar al misionero en Gulu, donde vivía retirado. Publicamos la crónica que escribieron de aquel día

Muchos en Uganda conocen al padre Pietro Tiboni o lo han oído hablar al menos una vez. Misionero comboniano, está aquí desde 1970 y antes estuvo en Sudán, desde 1957. El 6 de abril de 2015 cumplió 90 años y, dos días después, celebró los 65 años de su ordenación sacerdotal. Fuimos a verle a Gulu. Desde hace año y medio vive en la comunidad comboniana vinculada al hospital Lacor, adonde sus superiores le pidieron que se trasladara por motivos de salud en febrero de 2014.

Aquella jornada sigue viva en la mente de Kizito Omala, un joven estadístico de Kampala: «Éramos 22, entre adultos y niños, y recorrimos una carretera bastante accidentada durante casi ocho horas para llegar a Gulu. Pero nadie mostraba su cansancio, todos esperábamos ansiosos encontrarnos con él. Cuando llegamos, al padre Tibo, como le llaman casi todos sus amigos, se le veía bastante débil en su silla de ruedas. Pero eso no era todo. Teníamos delante a un hombre convencido de lo mucho que Jesús le quiere, y enamorado él también de Jesús. Cantamos para él, le llevamos la bendición del Papa, la carta del nuncio apostólico en Uganda y la felicitación de Carrón. Y también los dulces que tanto le gustan. Agradecimos mucho las palabras de Carrón, que describían perfectamente al padre Tiboni: "El Señor te ha concedido el tiempo de tu larga existencia para que la memoria del primer amor se hiciera en ti cada día más profunda y fecunda. Te deseo que puedas testimoniar siempre la frescura y vitalidad del encuentro con don Giussani, que te permitió hacer la experiencia de Cristo contemporáneo a tu propia vida. Que Dios alegre la juventud de tu corazón". Tibo nos miró y saludó uno a uno, y con la cara de un niño nos dijo: "Todo lo que soy es Suyo. Os amo con el corazón de Jesús". Nuestros corazones rebosaban de agradecimiento».

Al día siguiente, siete sacerdotes concelebraron la misa de su aniversario. Cinco de ellos tenían un vínculo muy especial con él, Alfonso Poppi y Guido Cellana, ambos descubrieron su vocación misionera gracias al conocerle; también estaban Martin Agwee de Palabeck, Sebastiano Odong, uno de sus primeros alumnos en el seminario de Kitgum, y Edo Moerlin, más conocido desde siempre como "el primogénito". Mientras seguíamos la celebración, se hizo evidente ante nuestros ojos que, desde primera hora de la mañana, lo que más deseaba el padre Tiboni era la misa. Lo que más dominaba en él era la tensión por encontrarse con Jesús presente en la Eucaristía.

Este amor incondicional por Cristo nos recordó su extraordinaria historia particular, tal como él mismo nos la había contado tantas veces: «Todavía recuerdo como si fuera ahora cuando estaba bajo dos cerezos (que ya no existen) en una finca familiar, en una colina sobre la iglesia de los Santos Pedro y Pablo, en Tiarno. Fue una sensación al mismo tiempo clara -nunca más lo fue tanto- e inexplicable. Surgió dentro de mí una oración en la que pedí ser misionero. Le hablé de esto al padre Vigilio, mi párroco de entonces, que me tomó en serio y decidió sostenerme en esa oración y rezar por mi vocación».

De aquella intuición nació un camino que le llevó a prepararse para partir a la "missione ad gentes", siguiendo la huella de Daniele Comboni, que le fascinaba. «Mi Roma está en África», le diría a su superior, el padre Fabro, que quería mantenerlo en Roma para que continuara sus estudios de filosofía. «Soy misionero comboniano y admiro a los combonianos, estoy dispuesto a dar mi vida». Ahora, viéndolo a través de los testimonios de sus amigos, podemos reconocerlos pasos de su historia. Por esta razón, pedimos a sus amigos que narraran sus vidas a la luz del encuentro con él.

El padre Peter Magalasi, uno de sus alumnos en el seminario de Tore, en Sudán, recuerda que el padre Tiboni era un gran ejemplo para él. «Daba clases en el seminario, pero lo que más me llamaba la atención era su caridad. Iba a la selva para recorrer dos o tres kilómetros a pie solo para recoger a un chico que padecía úlceras tropicales. Se llamaba Butili: se lo llevaba a casa, lo lavaba, lo vestía, lo medicaba y le daba de comer, y luego lo llevaba de vuelta a su pueblo. Y lo hacía a menudo. La gente le quería porque era un milagro ver a un blanco cargar sobre sus espaldas a un negro».
El padre Peter también recuerda que, en el caluroso clima de Sudán, Tiboni visitaba los pueblos vestido solo con su túnica blanca. «Muchas veces regalaba hasta su camisa y sus pantalones, y cuando se quedaba sin nada iba a ver a un "hermano rico" americano que tenía un guardarropa bien dotado».

En 1964 todos los misioneros fueron expulsados de Sudán y el padre Tiboni, después de unos años en Italia, fue destinado a Kitgum a principios de 1970. Allí conoció a un grupo de amigos que había decidido dejar Italia para irse a la misión por la experiencia que habían vivido en el movimiento de Comunión y Liberación. «Evidentemente, desde un punto de vista misionero, Enrico y sus amigos no me impresionaban mucho», confesó el padre Tiboni. «Comparados con los combonianos, me parecían enanitos. Pero veía en ellos algo que no veía en nadie más: que siempre pusieran a Jesús en el centro de todo y la comunión que vivían entre ellos me parecían de una importancia extraordinaria. Me llamaban la curiosidad profundamente».
Al año siguiente, el padre Tiboni empezó a entender el origen de esta amistad cuando don Giussani llegó de visita a Kitgum. «Cuando le conocí, mi curiosidad de incrementó hasta el infinito», cuenta. «Del encuentro con él no recuerdo ni una palabra, pero sí la impresión que me causó, la de estar en presencia de algo extraordinario. Al verle, toda mi vida se convirtió en seguirle y reconocer su carisma. Igual que ahora. Porque remite a Cristo, y Jesucristo es infinito. Él es inagotable».

Don Giussani también quedó impresionado, tanto que le confió a su grupo de jóvenes. Así lo recuerda el padre Moerlin: «Cuando don Giussani volvió a Milán, me fijó una cita. Siempre recordará cómo me recibió. "¿Estás dispuesto a obedecer al padre Tiboni toda tu vida?". A la tercera, respondí: "Sí, sobre tu palabra echaré mis redes. ¿Pero puedes decirme quién es este padre Tiboni?"». La respuesta de Giussani fue suficientemente clara: «El padre Tiboni es un misionero comboniano, lo he conocido en Kitgum con nuestros amigos. Nos hemos entendido tan profundamente que le he pedido que les guíe mientras esté en Uganda. Le pediré a monseñor Manfredini que te presente al obispo de Gulu para que te ordene sacerdote de su diócesis».

Tres meses después, el padre Moerlin aterrizaba en Entebbe, en el aeropuerto le estaba esperando el padre Tiboni. «Mi nueva vida empezó el 17 de septiembre de 1971. Estos 43 años han sido un tiempo de aprender la filiación mirando la manera en que Tibo sigue a Giussani». Y cita una frase de Laurentius el eremita: «Entonces comprendí que mi vida transcurriría en la memoria de lo que me había sucedido».

Alfonso Poppi, sacerdote de la Fraternidad San Carlos Borromeo y párroco de Kahawa Sukari en Nairobi, también dejó Italia siguiendo la indicación de don Giussani, dirigida a todo el movimiento, de si algún joven graduado podría unirse a los que ya estaban en Uganda. Se marcó en 1973 a dar clase de matemáticas y física en una escuela superior de Kitgum, la misma donde Tiboni daba clase de religión. Este hombre radiante y lleno de una bondad contagiosa le impactó mucho. «Era trasparente, sincero, irónico, alegue y con una constante actitud positiva hacia todo. Podía corregir a cualquiera con una sonrisa. Me bastaron tres meses para decidir que mi camino sería el sacerdocio. En agosto de 1980 me ordenaron sacerdote».

Michael y Anne Nganda se casaron en agosto de 1989, él profesor de matemáticas en la universidad de Makerere, ella responsable de relaciones públicas en el hospital diocesano de Kampala. «La familiaridad con el padre Tiboni fue creciendo con el tiempo. Cuando nos enteramos de que no podríamos tener hijos», recuerda Anne, «nos ayudó a entender que la vocación matrimonial es una llamada de Dios para contribuir en su designio divino». «Yo tenía la sensación de ser menos hombre», confiesa Michael. «La presión social nos mataba. En nuestra cultura, si no tienes hijos significa que eres como un muerto, ¡es inaguantable!».
Recuerdan que el padre Tiboni les decía continuamente que uno no se casa para sí mismo sino para la gloria de Cristo. Y que si se tienen hijos es para la gloria de Cristo, y que si no se tienen, también es para la gloria de Cristo. «Nos decía que Dios nos daría muchos niños en el mundo y pensaba en todos aquellos que podrían llegar a Cristo gracias a nuestro testimonio», continúa Anne. «En nuestra sociedad y en nuestra tribu no contamos nada, pero en la Iglesia católica hemos conocido el amor de Cristo, que nos ha ayudado a mirarnos a nosotros mismos con dignidad y alegría».

Adolf es médico en Kampala. Sigue la salud de Tiboni desde hace tres años. «Su personalidad tiene rasgos de la firmeza que caracteriza a una roca, como indica el significado de su nombre. Es un sacerdote misionero de los pies a la cabeza». A Adolf siempre le ha fascinado su manera de abrazar a todos. «Le estoy muy agradecido porque no me ha llevado a sí mismo sino a Cristo, a quien le hace estar tan feliz y abierto a todo». Como testimonia el padre Tiboni, «por la mañana yo nunca sé qué es el movimiento, porque el movimiento es el encuentro con Cristo. No sé cómo encontraré a Cristo en esa jornada, pero pido poder encontrarlo, y por la noche sé qué es verdaderamente el movimiento y cómo me he encontrado con Cristo. Siempre hay algo nuevo. Esta espera significa empezar siempre de nuevo».

Cuenta Rose Busingye que «cuando el padre Tiboni me habló del movimiento de CL yo no entendí lo que era. Así que me dio un artículo de un tal Giussani. Recuerdo que me impactó el hecho de que aquel sacerdote italiano afirmara que Dios se ha hecho carne, de nuestra misma carne. Entonces salí corriendo a buscar a Tibo para preguntarse si aquella carne tenía que ver con mi carme y me dijo: "Sí. Porque si el hombre fuera capaz, Dios no habría venido. En cambio, ha venido, para mí, para ti". Desde ese momento empecé a mirar a Dios como algo interesante porque ante no pensaba que Dios pudiera mezclarse conmigo, mujer pecadora. Me parecía imposible. Entonces empecé a pensar que podía haber un puesto para mí en el corazón de Dios».

Si le preguntas al padre Tiboni por la experiencia que está viviendo hoy, ahora que depende de los demás para todo y que vive una particular soledad, responde con una voz débil pero llena de certeza: «Vivo en condiciones de hacer experiencia de la presencia de Jesucristo Salvador. Saboreo su muerte y su resurrección como algo real para mí ahora. Creo que el Señor me da todo esto para Él y para la misión. Y también para todos vosotros».

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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