Mi intención es hablaros del camino recorrido y de la belleza que he conocido en estos últimos años, desde que nos propusieron profundizar en el sentido religioso. Mis amigos africanos dicen: «Una respuesta sin pregunta es un sinsentido». Si falta la pregunta, el deseo de infinito, el descubrimiento de la propia humanidad, entonces también Cristo se queda reducido a una respuesta para una pregunta que no existe. Nosotros decíamos: «La respuesta es Cristo», pero para comprenderlo hace falta que exista la pregunta. Cristo es alimento, como dicen las Escrituras, pero si no tienes hambre no puedes desear el alimento. Cristo es el agua que sacia la sed, pero si no tienes una sed infinita no puedes comprender que Cristo es el agua que sacia. De modo que si no tienes una gran pregunta, no puedes descubrir de ninguna manera la grandeza de Cristo en tu propia vida. Por tanto, nuestro trabajo se ha apoyado en dos puntos muy sencillos: 1) el descubrimiento de lo que llevamos dentro de nosotros como un deseo infinito; 2) el descubrimiento de que Jesucristo es la respuesta a este deseo.
Me gustaría hacer una observación antes de seguir adelante. Está muy extendida una opinión según la cual los africanos son distintos de los europeos, de los americanos o de los demás, y de hecho, entre gente de distintas culturas que vive diferentes situaciones, hay una enorme diferencia que hace imposible entenderse. Está claro, por ejemplo, que hay diferencias entre uno que va a comer a un hotel pagando cincuenta mil liras, duerme tranquilamente, etc, y otro que por la mañana no sabe si esa noche encontrará cama o ni siquiera si seguirá vivo. Las diferencias culturales son enormes.
Pero yo he aprendido que cuando se plantea la pregunta fundamental, cuando se ayuda a la gente a preguntarse «¿pero quién soy yo?», cuando se ayuda a descubrir ese deseo de verdad y felicidad que llevamos dentro, entonces la gente es como si despertara de un sueño y se descubriera perfectamente unida, igual, no hay diferencias entre un africano y un chino.
Ante las preguntas fundamentales, los hombres se sitúan con la misma profundidad y percepción de la vida, de modo que hasta el más ignorante puede hablar con el más instruido sobre esta cuestión: no existe absolutamente ninguna diferencia entre los hombres cuando se miran desde este punto de vista, como hombres creados por Dios, cuyo destino es Jesucristo. En cambio, cuando no se da esta perspectiva está claro que las diferencias y las divisiones son infinitas.
Es interesante ver cómo la Escuela de comunidad genera un gran sentido de la realidad, un gran realismo. De hecho, el sentido religioso es lo que nos permite descubrir a nuestro alrededor el espesor de la realidad y lo que empieza a poner en marcha nuestra vida. Escribe Rose (una chica que vive la experiencia de CL en Uganda, ndr): «A veces me siento muy extraña porque la realidad me invade y no sé cómo esconderme de ella. Hasta cuando estoy acostada resuena en mis oídos y me obliga a levantarme para afrontarla con coraje. El deseo crece cada vez más y muchas veces tengo miedo, me pregunto dónde me llevará. Pero el encuentro me hace descubrir algo más grande: el deseo y la pregunta cuya única respuesta y cumplimiento está en Jesucristo. Esta respuesta no tendría sentido si no existiera esta pregunta, que es el deseo». A veces pensamos que el deseo, llamémoslo sentido religioso, no tiene ninguna relevancia en la vida. En cambio, su primera relevancia es precisamente esta: ver cómo nuestros amigos africanos, mediante el sentido religioso, adquieren este espesor de la realidad y la capacidad de afrontarla.
Recuerdo cuando en agosto de 1986 fui a Kitgum para asistir a un curso que coincidía con los días de la fiesta de la Asunción de la Virgen. Estalló la guerrilla y cerraron las carreteras, así que me quedé allí cuatro meses. No podíamos trabajar porque los ataques eran muy frecuentes, todos los días; los hospitales estaban llenos de heridos y la gente estaba desesperada porque no tenía qué comer. Nuestros voluntarios tampoco podían llevar a cabo, en aquellas condiciones, los proyectos que les habían llevado hasta allí. Así que les dije: «Es importante estudiar a fondo el sentido religioso». Alguien señaló: «¿Pero qué valor tiene estudiar el sentido religioso cuando te encuentras en una situación en que las balas te van rozando, donde los problemas más inmediatos son de mera subsistencia?». Yo insistía: «Aprovechemos el tiempo libre que tenemos y estudiemos el sentido religioso». Así empecé la "escuela de sentido religioso", tres o cuatro veces al día, en inglés, acholiz, e italiano con los voluntarios. Hicimos un trabajo intenso dentro de aquella circunstancia, y descubrimos, como veréis en los testimonios que os voy a leer, que tanto a nosotros como a los africanos profundizar en el sentido religioso nos permitía afrontar la realidad. No fue nuestro valor, ni el de los africanos, el que nos dio una vida tan plena como la que vivimos en aquella situación tan difícil, sino justamente el trabajo que hicimos juntos para descubrir la grandeza del sentimiento religioso dentro de la concreción de la vida.
No me sorprende que haya mucha gente que no entienda esto. Tampoco me sorprende que tantos periodistas no entiendan nada de lo que es el Meeting de Rímini, porque todavía no han hecho ningún trabajo sobre su humanidad y, al no haber descubierto todavía qué significa ser hombres, al no haber despertado aún, se preocupan por los socialistas, los democristianos, etc, que no tienen nada que ver, pues la política no es lo primero.
Para explicar mejor las cosas que he dicho, quiero leer algunos testimonios. Hay mucha gente generosa que piensa que la felicidad consiste en sacrificarse por los demás, ir al encuentro de los pobres, ser héroes. Rose habla de cómo decidió dar la vida por los pobres. Se hizo enfermera (en el curso de enfermería de un hospital de Kampala donde hay muchos casos de Sida, accidentes de tráfico, lepra, etc) e inmediatamente se dio cuenta de que la felicidad no puede derivar del hecho de servir a los pobres, que hacía falta algo más grande. Os leo su carta:
«Buscando la felicidad y el cumplimiento de mí misma, deseé y elegí servir a los pobres y a los oprimidos, y decidí hacerme enfermera. ¿Pero qué sentido tiene esto? ¿Por qué en cambio soy infeliz? Todo gesto tiene valor si lleva dentro la felicidad. Si no lleva a esa felicidad para la que hemos sido creados, sino que lleva rabia y frustración, eso quiere decir que lo que uno vive no es verdadero, hace falta algo más grande. ¿Pero qué sentido tiene, por qué soy infeliz? He elegido a Cristo para ser feliz, pero lo que veo todos los días es muerte y destrucción. ¿Por qué tengo que afrontar todo esto? Estoy sola, sin experiencia y débil. Solo Dios puede responder a esto. Una noche, al terminar el reparto de la planta, estaba triste y me detuve delante de la imagen de María. Le pedí a Jesucristo que me sostuviera y me diera al menos dos compañeras. Mientras me dirigía a la sala vi a dos enfermeras mirándome. Al acercarme me sonrieron y me acompañaron. Al día siguiente volvieron a buscarme y se convirtieron en un signo evidente de algo más grande: un don».
Esto es lo que se llama la comunión de Cristo. No se puede vivir feliz, experimentar la felicidad verdadera, eterna, infinita, sin una amistad que nos sostenga (no una amistad cualquiera), sin compañeros con los que poder vivir el misterio de Cristo presente. Sigue hablando de la verdadera amistad: «Tengo amigos y muchos familiares, pero cuando paso dificultades pienso en Giovanna e Yvonne. Normalmente no les cuento mis problemas, pero cuando estoy con ellas me siento sostenida. Cuando estoy deprimida puedo estar con muchas amigas, charlar, reír y bailar, pero me sigo sintiendo sola y perdida. Con los amigos del movimiento soy como un niño en el seno de su madre. Cómo deseo coincidir con ellas en el hospital. Vivimos la misma vida y compartimos los problemas. Saber que hay alguien a quien le interesa mi vida me da la fuerza necesaria para afrontar los problemas y las tentaciones. Un día yo no estaba bien, sobre todo por la soledad que sentía. Qué sorpresa cuando Yvonne acudió rápidamente en respuesta a mi llamada, gastando tiempo y gasolina para escuchar pacientemente mis sinsentidos. Me daba vergüenza pero al mismo tiempo estaba llena de alegría porque sentía que pertenecía a alguien. Esta historia ha borrado de un plumazo mis planes de autonomía. Ahora soy como un cilindro de gas que se llena cada vez que estoy con Giovanna e Yvonne, y empieza a funcionar mejor. Gracias a ellas vuelvo a encontrarme con el carisma que yo sigo, al que pertenezco y en el que mi libertad crece».
Por tanto, la necesidad de un sostén, de pertenecer para poder afrontar hasta la decisión, que podemos calificar de heroica, de trabajar con los leprosos, los enfermos de Sida, personas en situaciones muy difíciles. Sigo leyendo las palabras de Rose que, aunque son iguales que las de los demás, tienen quizás una claridad mayor: «Mientras iba a ver a Eugenia (una de las primeras compañeras que conoció, ndr), al pasar por el ambulatorio vi algo debajo de la mesa, como un cuerpo sin vida. Me agaché mientras oía a una enfermera que me decía: "Déjalo, es un hombre que camina a gatas, mira sus muñones y sus pies". Era ya de noche, el leproso había salido a las siete de la mañana, había tardado tres horas en recorrer el kilómetro que le separaba del hospital, sufría disentería y había pedido que le curaran. Le habían rechazado en el módulo de admisión por no estar al corriente de pagos. Estaba débil, deprimido, y me decía: "Podría morirme ahora, ¿qué sentido tiene la vida para mí?". Yo no tenía dinero para ayudarle pero arranqué un formulario de las manos de una enfermera, puse al leproso en una silla de ruedas y me dirigí con decisión hacia el médico de guardia, que me preguntó: "¿Qué le pasa al viejo? ¿Es familiar tuyo?". Luego me preguntó si era monja: "No, soy cristiana de la Iglesia católica". Y me dijo: "Pero esta mañana había aquí enfermeras que eran monjas". Respondí: "Si tuviera dinero le ayudaría porque es un hombre y es nuestro". "¿Qué quieres decir con que es nuestro?". "Quiero decir que aunque sea un leproso, comparte igualmente nuestro mismo destino y su humanidad tiene la misma dignidad que la nuestra". El médico me miró asombrado y dijo: "Ningún religioso me había provocado nunca así". Agarró una ficha, fue a visitar al enfermo y escribió que debía ser atendido gratuitamente. Era muy tarde y yo no sabía dónde colocar al leproso. Mis amigas enfermeras me dijeron entre risas: "Ponlo en tu cama". Respondí: "Lo haría si no fuera contrario al reglamento, porque él también es humano e imagen de Dios". El médico me llamó y me preguntó si pertenecía a alguna institución religiosa. Respondí que era católica del movimiento de CL. Me pidió explicaciones por lo que les había dicho a las enfermeras, y dije: "Mis amigas enfermeras no entienden que el movimiento nos enseña a llevar a Cristo a todos los aspectos de la vida, a la vida de todos los días, con una conciencia nueva. Nosotros llevamos a Cristo no solo dentro de las iglesias sino en la vida entera. El trabajo del hombre es tan grande que hasta Cristo dio su vida para salvarlo".
Deseaba tener cerca la compañía porque no sabía qué hacer con el anciano leproso. Fui a por comida para el enfermo y me respondieron que si quería darle de comer tendría que renunciar a mi propia cena. Tenía mucha hambre y no quería quedarme sin comer, pero no había otra salida. Le di mi plato al leproso. Las enfermeras me preguntaron: "¿Y ahora vas a seguir usando tu plato?". "Claro", respondí. Llevé al enfermo a un rincón de la habitación, le di mi manta y un jersey y se durmió. Entonces me vino a la mente el texto que había trabajado con Eugenia, "Vivir el Misterio con alegría". Cuando llegué, me encontré con un té que ella me había preparado. Lo bebí y me dormí inmediatamente, a pesar del hambre. De hecho, había encontrado en el leproso algo más grande que el alimento para mi estómago hambriento. Por la mañana me encontré con el médico, que iba a visitar al leproso, y me dijo: "Reza por mí"».
Leo ahora el testimonio de Charles: «Al terminar mis estudios, empecé a trabajar en el Ministerio de Economía. Pero haber encontrado trabajo de manera inesperada no me bastaba. Para ser feliz necesitaba proponer el movimiento. Durante la carrera había experimentado la importancia de tener una compañía y sentía la imposibilidad de vivir sin ella en el ámbito laboral. Pero parecía misión imposible porque a los empleados solo les preocupaba encontrar la manera de ganar dinero y ese era su único deseo. De hecho, el salario solo llega para cubrir los gastos de unos días y deja al descubierto el resto del mes. El método más común es el de no llevar a cabo ninguna acción sin recibir dinero de los clientes. La propuesta del movimiento aquí era imposible, pues era imposible renunciar a pedir dinero a la gente que venía, sería perder la posibilidad de subsistir. La situación era muy provocadora para mí y empecé a atender al público con esmero y gratuidad. Mientras mis compañeros me observaban con recelo, pensando que no duraría mucho, la gente, al verse atendida de manera gratuita, se mostraba contenta y gratuitamente quería ayudarme. Me di cuenta de que, para proponer el movimiento a mis compañeros, en primer lugar tenía que vivir yo de verdad el movimiento, y de ahí podría surgir la posibilidad de proponer lo que ya era verdadero para mí. Decidí preparar un manifiesto dando a conocer el movimiento. Lo repartí y lo colgué en todos los tablones del Ministerio. Así fue como algunos empezaron a mostrar interés, y empezó la Escuela de comunidad, para poder caminar y crecer juntos. Esto me ha llevado a poder tener en el ámbito laboral una compañía que me permite cambiar y vivir con un sentido».
El deseo es que allí donde sea posible surja una compañía que nos sostenga y nos cambie. ¿Cuál es el método? El método tiene dos vías: la primera es pedir y la segunda es tener el valor de proponer porque si uno no tiene coraje y sí tiene miedo, no podrá encontrarse con nadie, mientras que si tienes algo importante en tu vida lo propones. El primer factor es descubrir qué es lo importante en mi vida. Si me doy cuenta de que la presencia de Cristo, la comunión en Cristo, es importante en mi vida, no puedo dejar de comunicarlo a otros. La oración es esta capacidad de proponer una vida allí donde uno vive, y es condición esencial de la alegría.
Me gustaría decir que esta propuesta de encuentro con Cristo es hermosa y eficaz en todas las situaciones que haya que afrontar. No hay diferencia entre una situación de guerra, de hambre o de enfermedad. No basta en absoluto llevar pan a los hambrientos, no resuelve nada. Ayudar a los hambrientos considerándoles en primer lugar pobres con necesidad de ayuda es una ofensa, un acto inhumano. Vamos a ver a los pobres porque son hombres, con el deseo de una comunicación de vida y una comunión. A partir de aquí uno hace todo lo posible para ayudar, pero no se puede estar al lado de la gente si no es partiendo de esta humanidad plena, dentro de la cual uno empieza a estar más pendiente del otro.
(texto no revisado por el autor)
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