Querido Julián, ayer volvimos de las vacaciones de los "zaqueos". Tengo 55 años y tres hijos. Vacaciones, ejercicios, triduos, raggio, escuelas de comunidad, todo lo he vivido a montones. Si alguien me hubiera dicho hace un par de años que estaría en un lugar como Pejo, con esta gente, le habría dicho que estaba loco. Estas vacaciones, como algunos acontecimientos de este último periodo, tienen para mí el sabor de un Milagro. Sí, con M mayúscula. Me fascinó la experiencia del movimiento en el liceo, donde conocí a un sacerdote muy entusiasta. Fueron años importantes, llenos de desencuentros, algunos duros, y de grandes pasiones. No me faltó nada, ninguna circunstancia, ningún hecho, ninguna ocasión.
Seguí aquella experiencia en la universidad, luego... la nada. Me marché. Durante treinta años he estado alejado, lejos y cada vez más enfadado con el movimiento y con su gente, con sus decisiones y sus posicionamientos. Me convertí en marido y padre de tres hijos maravillosos. He hecho carrera, donde no me han faltado los éxitos. Hasta que recibí un signo de quien menos lo esperaba, un antiguo amigo, de los que menos estaba ligado en aquellos años de "militancia". El pretexto fue un trabajo en nuestra parroquia. Primero un mail, luego me invitó a tomar un cerveza y ahí empezamos a charlar. Pero yo sentía su mirada como llena de pretensión, como si quisiera decir: ¿ves cómo al final yo tenía razón? Porque la historia está llena de costras, te invade la rabia por lo que crees ya saber, te eriges en dios y señor de las cosas, en dueño, pero así nunca te sientes en casa, eres un corazón siempre inquieto que busca la paz y no la encuentra. Todo debe consistir en ti mismo, en tu inteligencia, en tu visión de las cosas, pero nunca te basta lo que tienes ni lo que eres. Incluso puede llegar a suceder que la vida se vuelva en tu contra. Entonces decides dejar tu trabajo directivo y crear algo nuevo, pero no sale como habías pensado, a pesar de tu estupendo plan de negocio...
Para acabar de empeorarlo todo, la enfermedad de mi mujer empieza a empeorar. Muchas cosas se derrumban a nuestro alrededor. Levantarse por la mañana se vuelve muy duro, y ni siquiera las pastillitas “milagrosas” de los antidepresivos parecen tener efecto. Te hallas bajo el peso de las cosas que pasan. Empiezas a pensar que lo mejor de la vida ya ha pasado y que ya no queda mucho. Ahora ya no basta mi esfuerzo, mi actuación, ni nada de lo que pueda hacer. Yo solo no consigo salvarme, no consigo sacar fuerzas para sostenerme ni yo mismo, ni a mi mujer, ni mucho menos a los que han decidido trabajar conmigo.
Durante la asamblea final de las vacaciones tuve una pequeña intervención donde, dirigiéndome a mi esposa, le dije que yo solo no podía ayudarla con su mal, nunca sería capaz de sostenerla. Y legados a este punto, la vida se simplifica: o cristo se escribe con minúscula, es decir, es mi dios, que pliego a mi voluntad y a mi inteligencia, y entonces nos estamos tomando el pelo; o bien Dios es el Dios de la historia y entonces todo cambia. No hemos vuelto porque seamos capaces. Hemos vuelto porque Alguien nos ha querido nuevamente en casa.
Ahora basta con tener «ojos para mirar», como me decía el padre Bernardo: «Cuando te levantes por la mañana y no te acuerdes de Dios sino solo de tus problemas, tal vez debas respirar, porque no tienes que buscarlo. Es Él quien te ha encontrado y está ahí contigo, Él no te deja nunca». Juntos podemos aprender de nuevo lo que ya creíamos saber.
Angelo, Cesano Boscone (Milán)
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