Paul Bhatti, pakistaní, cristiano, médico y político, continúa la batalla de su hermano Shahbaz, que fue asesinado hace justo cuatro años, el 2 de marzo de 2011, por defender la libertad religiosa, el respeto de todas las minorías culturales y religiosas, como base para una convivencia social respetuosa y pacífica. Tras la muerte de su hermano, fue nombrado “asesor especial” del primer ministro de Pakistán para las minorías religiosas.
«Julián Carrón tiene razón», comenta, «hubo una gran reacción tras los hechos de París y el asesinato de los redactores de Charlie Hebdo, pero todo acabó enseguida. Es un grave error. La causa de esa masacre no se ha resuelto, puede volver a explotar y con más fuerza». La causa de los males Bhatti la identifica sin duda en «el uso de la religión para crear violencia», una ideología que se inculca «con un lavado de cerebro desde niños, y que en realidad no tiene nada que ver con la religión. En los países de Oriente Medio y de África, en los lugares donde predominan la pobreza y la ignorancia, esta ideología hunde sus raíces con más fuerza».
El artículo de Carrón, en cambio, se centra en Europa. «Y con acierto. Hay que observar bien el fenómeno de la inmigración y la (no) integración. Los autores de las masacres son inmigrantes de segunda generación, no son necesariamente pobres y su educación se ha producido en escuelas occidentales, no en las madrasas. Entonces, ¿cómo se explica su opción fundamentalista? Evidentemente, ni el bienestar ni el camino de la instrucción occidental lo han sentido estos jóvenes como una propuesta válida y convincente para su vida. No se han sentido realmente comprendidos ni acogidos. Por eso han seguido viviendo apegados a su identidad dentro de un gueto residencial y cultural rodeado por un mundo y una cultura extranjera y en último término percibida como enemiga. Los europeos deben interrogarse seriamente sobre estos fenómenos, que reflejan la existencia de una enfermedad dentro de sus sociedades. Deben tener la honestidad y el coraje de reconocerla, para luego ver cómo curarla». «Periodistas y medios», añade, «deben estar más atentos y ser más responsables, porque su influencia es muy grande. ¿Cómo no darse cuenta, por ejemplo, de que las caricaturas de Mahoma publicadas por Charlie Hebdo ofenden gravemente a cualquier musulmán, hasta al más pacífico y moderado?».
«Yo creo que el camino justo», concluye Batti, «pasa por generar esperanzas reales de convivencia, de diálogo y de colaboración entre personas de identidades y religiones distintas», a nivel capilar, de base, pero también a escala internacional. «Centros donde participen personalidades de referencias, estimadas por las distintas culturas y credos, que se encuentren no solo para emitir condenas de los actos violentos, sino para colaborar en la búsqueda de soluciones. Digo “de referencia” y “estimadas” porque así pueden constituir una novedad más creíble y persuasiva para todos, y en particular para los jóvenes, e indicar itinerarios educativos y de sociabilidad basados en el respeto al otro, en los derechos humanos, la ética, la libertad religiosa. En una palabra, en el valor de la persona».
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