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De la ciencia a la esencia del hombre

Mario Gargantini*
23/06/2015
Mario Gargantini.
Mario Gargantini.

En la rueda de prensa de presentación de la encíclica Laudato si', muchos periodistas mostraron su sorpresa ante el hecho de que el Papa se "ocupara" de la ciencia, y a algunos no les gustó. Como si el Papa, como habitante del planeta, no pudiera interesarse por la situación de la "casa común" y no pudiera pedir a los científicos que le ayudaran a entrar al menos un poco en cuestiones sobre las que habrá que desarrollar una reflexión más amplia y responsable. Además, el Papa indica casi desde el principio -citando una contribución del patriarca ecuménico Bartolomé, que ha profundizado mucho en temas ambientales- dónde hace falta dirigir la atención y por tanto las «raíces éticas y espirituales de los problemas ambientales, que nos invitan a encontrar soluciones no solo en la técnica sino en un cambio del ser humano, porque de otro modo afrontaríamos solo los síntomas».

Poco después explica que para hablar de ecología integral hay que abrirse «hacia categorías que trascienden el lenguaje de las matemáticas o de la biología y nos conectan con la esencia de lo humano». Pero para trascender este lenguaje, hace falta al menos atravesarlo un poco. Y para ello, el Papa sugiere una modalidad de aproximación que resultará paradigmática para cualquiera que se interese no solo por el medio ambiente sino por la ciencia en general. Es el enfoque que ve la naturaleza como un «espléndido libro en el cual Dios nos habla», que ve el mundo como «algo más que un problema a resolver», sobre todo como «un misterio gozoso que contemplamos con jubilosa alabanza».

Plantear así la naturaleza no quita nada al rigor de los análisis ni a la agudeza de las investigaciones. De hecho, lo hace más apasionante al seguir las huellas del Creador con la convicción de que «lo divino y lo humano se encuentran en el más pequeño detalle contenido en los vestidos sin costuras de la creación de Dios, hasta en el último grano de polvo de nuestro planeta». Puede convertirse en un antídoto que frena el crecimiento, denunciado por Francisco, de «una ecología superficial o aparente que consolida un cierto adormecimiento y una alegre irresponsabilidad».

Entre el hombre y la naturaleza debe afirmarse una relación de «reciprocidad responsable», bien expresada en los dos verbos que indican los ejes centrales de toda acción humana en la naturaleza: cultivar y custodiar. Si el primero se refiere a todos los recursos de la inteligencia que el hombre puede poner en marcha para aprovecharse de la tierra recibida como don, el segundo incluye la invitación a cuidar, a proteger, a preservar. En ambos casos el punto de partida no es la iniciativa humana: «la tierra nos precede y nos ha sido dada». Aquí, el Papa Francisco responde a todos los que -y es un estribillo constante de gran parte del pensamiento verde- identifican en la tradición judeo-cristiana la raíz de la inestabilidad ecológica, interpretando, de manera incorrecta, la invitación bíblica a subyugar la tierra como la modalidad que ha dado lugar al dominio despótico de los bienes ofrecidos durante siglos, hoy consagrado por la tecnocracia.

El reconocimiento de una realidad natural donada y confiada a nosotros no puede más que espolear nuestra inteligencia en busca de la manera de conocer mejor sus leyes y sus delicados equilibrios, y en consecuencia respetarlos. Por otra parte, no hay nada en las Escrituras que pueda dar paso a «un antropocentrismo despótico que se desentienda de las demás criaturas». Si hay que criticar una visión antropocéntrica que mal concuerde con el respeto y la tutela del medio ambiente, habría que señalar con el dedo, como hace la encíclica, al «antropocentrismo desviado» que camina en paralelo con el biocentrismo ecologista: en la raíz de ambos está la cultura del relativismo, claramente denunciada por Benedicto XVI, que alimenta un «relativismo práctico» que «contamina» todas las relaciones con los demás y sobre todo con los más débiles e indefensos.

La ecología integral no podrá entonces ser otra cosa que una ecología humana: la que ya invocaba san Juan Pablo II en la Centesimus Annus y que reclamó a menudo Benedicto XVI. A ambos remite explícitamente el Papa Francisco, recordando especialmente una afirmación de su predecesor, cuando en la Caritas in Veritate escribe: «la degradación de la naturaleza está estrechamente unida a la cultura que modela la convivencia humana». De aquí deriva la indicación estratégica fundamental, desarrollada ampliamente en el capítulo sexto, con abundantes indicaciones concretas: hay que afrontar un gran desafío educativo. Hace falta un trabajo educativo, que puede implicar también «largos procesos de regeneración», pero que es necesario para poder reorientar las conciencias y para dar, sobre todo a las generaciones jóvenes, razones adecuadas para comportamientos y estilos de vida dignos de quien quiera vivir en paz en la «casa común».

* miembro de la junta directiva de la Asociación Euresis (para la promoción y desarrollo de la cultura y el trabajo científico)

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