El antiguo hospital de Ca'Granda – una de las obras de caridad más importantes de la Iglesia de Milán – que en 1958 se convirtió en la Università degli Studi – famosa por ser la sede del 68 y del terrorismo en los años de plomo – ha sido estos días el lugar ideal para afrontar el tema elegido este año por el Comité científico de Oasis en su décimo aniversario: «En la cresta: cristianos y musulmanes entre secularismo e ideología».
En el punto de mira, el largo proceso de secularización que comenzó con el humanismo y el Renacimiento italiano y luego europeo, que ha visto una marginación creciente de la dimensión religiosa en la vida social, política y económica. Al internacionalizarse, mediante la tecnocracia globalizada basada en la ciencia y las finanzas, la secularización entró en contacto y chocó con las culturas medio-orientales, norteafricanas y de Extremo Oriente, sometiéndolas y transformándolas, pero también se ha visto obligada a rendir cuentas con una resistencia de tipo pacífico o guerrero (fundamentalismo), tanto en Europa como en otras parte del mundo.
El humanismo “maltratado”
Todos los ponentes de la primera jornada del Comité se mostraron de acuerdo respecto a este análisis histórico. Pero sobre todo fueron unánimes a la hora de valorar un elemento que es raro encontrar expresado de un modo tan claro: estamos al final de una época en la que ha muerto, no Dios, sino el secularismo.
El cardenal Angelo Scola, presidente de Oasis y arzobispo de Milán, subrayó – con el Papa Francisco y Benedicto XVI – que la crisis económica que atraviesa Occidente y buena parte del planeta «es una crisis del hombre: lo que está en crisis es el hombre». Incluso los impulsos marxistas de otro tiempo, con el compromiso por los “derechos sociales”, se han licuado hasta volver a desembocar en esas “libertades burguesas” que tanto criticaba Karl Marx, donde «el individuo está replegado sobre sí mismo».
Rémi Brague, que fue profesor de Historia en la Sorbona y ahora lo es en Munich, hizo un análisis detallado del modo en que el humanismo, que nació como emancipación del hombre respecto a Dios, poco a poco se ha ido transformando en “anti-humanismo”, en un “humanismo maltratado” que ya no consigue justificar los derechos humanos, el no a la tortura, el respeto a los pueblos.
El hombre que debía dominar la naturaleza hoy es visto como «la especie más letal», con la que quiere acabar un cierto ecologismo exasperado. El hombre que se alzaba sobre todo lo creado hoy es reducido a «una especie que no se diferencia en casi nada de las demás» porque comparte al 95% el ADN del mono; el hombre que se afirmaba «sin mirar a lo alto» más allá de sí mismo, ahora ya no tiene motivos para seguir viviendo porque no es capaz de responder a la pregunta sobre el sentido de la vida: «Ahora tenemos muchos bienes en abundancia, pero no sabemos decir si es bueno que estos bienes tengan un beneficio».
El tradicionalismo y las primaveras árabes
Francesco Botturi, profesor de Filosofía moral en la Universidad Católica de Milán, afirmó que «el ateísmo es, en contra de su propia intención, un potente factor de nihilismo». El mundo contemporáneo, según Botturi, presenta «un vertiginoso vacío de universalidad (de sentido, de valor, de formas de vida), es decir, de existencia compartida».
Al mismo tiempo, se nota aquí y allá un renacimiento del elemento religioso, demasiado a menudo en formas parciales, en valores subjetivos propios del secularismo, o bien como religiosidad separada de la pertenencia eclesial, o como reafirmación de un tradicionalismo o un fundamentalismo. Para Botturi, es importante recuperar un cristianismo «después de la secularización», que no reduzca la contribución de cristianos y musulmanes a «receptores pasivos o adversarios» de la modernidad.
El renacimiento religioso es evidente en los países de las primaveras árabes, donde han nacido nuevas formas de expresividad religiosa. Olivier Roy, de la Universidad europea de Florencia, señaló algunas: los movimientos sufitas, las fatwa on-line; las comunidades musulmanes que piden autonomía al Estado. Pero también subrayó que las “primaveras” han estado marcadas por partidos políticos islámicos que se han mostrado incapaces de garantizar la convivencia y por Estados que han visto en el control y en la burocracia el único modo de utilizar la religión en la sociedad.
El cardenal y el chiíta
El fin de una época, la del secularismo, abre una grave tarea para cristianos y musulmanes. El cardenal Scola trató de esbozarla citando las palabras de Benedicto XVI en una entrevista que concedió durante su viaje a Fátima en 2010: «En estos siglos de dialéctica entre Ilustración, secularismo y fe, nunca han faltado quienes han querido tender puentes y crear un diálogo, aunque, lamentablemente, la tendencia dominante ha sido la de la contraposición y la exclusión uno del otro. (…) En la situación multicultural en la que todos estamos, se ve que una cultura europea que fuera únicamente racionalista no tendría la dimensión religiosa trascendente, no estaría en condiciones de entablar un diálogo con las grandes culturas de la humanidad, que tienen todas ellas esta dimensión religiosa trascendente. (…) El cometido y la misión de Europa (…) es encontrar este diálogo, integrar la fe y la racionalidad moderna en una única visión antropológica, que completa el ser humano y que hace así también comunicables las culturas humanas».
Sayyid Jawad al-Khoei abordó los esfuerzos del islam chiíta en Iraq para promover el pluralismo y la libertad religiosa para todos en su país, marcado desde hace años por la guerra y las matanzas sectarias. Jawad al-Khoei dirige una fundación con sede en Nayaf, la ciudad santa del chiísmo en Iraq, y discípulo de Alì al Sistani, el ayatolá que en estos años ha defendido siempre la presencia de los cristianos en Iraq. Jawad al-Khoei condenó con firmeza la violencia justificada con motivos religiosos que él atribuye al wahabismo y al "takfirismo". Pero también pidió al mundo occidental que no meta todo en el mismo saco y no atribuya la violencia a todo el islam.
Fruto de su compromiso es el nacimiento del Consejo para el Diálogo entre las Religiones, en el que participan los principales representantes de las comunidades presentes en Iraq. Su base común son los derechos humanos universales y la absoluta igualdad en su ciudadanía. En su ponencia, citó al ulema de Nayaf, lo que causó un gran estupor: «el gobernante justo no musulmán es mejor que el gobernante musulmán injusto». Luego explicó que esa “justicia” es algo presente en el hombre «desde la creación». Y que no es fruto de la fe islámica o cristiana, sino que es una especie de «ley natural» para todos los hombres.
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