Hakan Yavuz nació en Estambul, pero vive en Salt Lake City. Es profesor de Ciencias políticas en la Universidad de Utah. Estos días está en Milán para participar en el congreso del Comité científico de la Fundación Oasis, presidido por el cardenal Angelo Scola. Meses atrás, cuando fue invitado a este encuentro, Turquía no estaba en el punto de mira del mundo. Hoy el primer ministro Erdogan amenaza con enviar al ejército a aplacar las protestas que desde hace días llenan las plazas del país. A Yavuz le preocupa que la violencia se adueñe de la situación, pero en el fondo piensa que este fermento aportará algo bueno al país. Porque algo verdaderamente nuevo está sucediendo.
Profesor, ¿qué ha pasado en la plaza Taksim?
Todo comenzó como una protesta ecologista, pero ahora nos encontramos ante un amplio movimiento de protesta social. Es un movimiento espontáneo, sin líderes ni una organización detrás. Las manifestaciones no sólo tienen lugar en Estambul, sino que se han extendido al resto del país. La cuestión ecológica se ha convertido en una oportunidad para expresar un descontento general que se había acumulado en la sociedad.
¿Quién está saliendo a la calle?
Personas muy diversas, con ideologías y pertenencias distintas. El objetivo común es el primer ministro, Recep Erdogan. La gente está disgustada por el modo en que está gobernando el país, tiene la sensación de que cada vez se está haciendo más autoritario.
El primer ministro está respondiendo con mano de hierro.
Erdogan todavía tiene confianza, porque sabe que cuenta con el apoyo del 50 por ciento de la población. Sabe que la economía turca va mejor que en muchos países europeos. Está seguro de que cuenta aún con la legitimidad política necesaria para forzar a la sociedad e imponer los valores islámicos al resto de la población que no los comparte: limitar los lugares donde se puede consumir alcohol, la posibilidad de construir mezquitas en determinados sitios, hacer frente a la minoría alauita (una versión local del islam, ndr). La gente reacciona a su estilo autoritario, pero no sólo es eso.
¿Entonces, qué es?
Los jóvenes no salen a la calle por la falta de comida o de trabajo, sino porque quieren algo más que la construcción de grandes palacios, grandes avenidas y nuevas industrias. Es verdad que Turquía está creciendo económicamente, pero son muchos los que piensan que el materialismo es necesario pero no suficiente para ser hombres. Hace falta que cada uno pueda vivir como desea: se pide que el Estado garantice la forma en que cada uno decida vivir libremente, aunque sea de un modo digamos “distinto”.
Por tanto, el problema no es tanto la islamización de la sociedad.
La cuestión es la crítica de la democracia, no de la democracia en sí, sino del modo en que la entiende Erdogan: quieren una democracia liberal, no una democracia autoritaria. Critican el tipo de capitalismo que se ha impuesto en Turquía, un capitalismo por el cual importa sólo el crecimiento, que no deja espacio a que la gente pueda presentar objeciones. Para mí, estas protestas tienen que ver con la concepción de la democracia y del capitalismo.
¿Qué diferencia hay entre estas protestas y las que hemos visto en Túnez o Egipto?
Sobre todo, que en Turquía hay un sistema democrático, mientras que en Túnez y en Egipto no había democracia. En El Cairo y en Túnez las protestas eran mayoritarias. Aquí la cuestión son los derechos de las minorías, su derecho a existir. No salen a la calle para protestar contra la tasa de desempleo, se discute sobre la definición de “vida buena”. Creo que los jóvenes que participan en las manifestaciones, que pertenecen a familias de clase media, quieren algo más que un puesto de trabajo o el pan de cada día: quieren árboles, pájaros… Quieren que se proteja el medio ambiente… Son peticiones muy distintas.
Cuando pensamos en capitalismo, pensamos en las sociedades occidentales. Cuando pensamos en islamismo, pensamos en un modo de pensar que es contrario al estilo de vida occidental…
No, esto no es un conflicto entre secularismo e islamismo. En las plazas también hay grupos musulmanes, los socialistas islámicos por ejemplo. Lo que está sucediendo es algo inédito. No es una protesta contra Occidente, los jóvenes que han salido a la calle están muy influenciados por Occidente en su modo de pensar. Usan Facebook y Twitter, tanto que el primer ministro ha dicho que las redes sociales son una grave amenaza para la sociedad. Son muy creativos en el ámbito del lenguaje y del humor, y vuelven loco al poder, que no consigue tenerlos bajo control. Y esto es algo verdaderamente nuevo en Turquía. Estos jóvenes son post-islamistas y post-secularistas. Las viejas categorías ya no consiguen explicar la política y la sociedad turca. Necesitamos nuevos instrumentos interpretativos para entender lo que está sucediendo. Es mucho más complejo. Me parece que todo esto es saludable: es una ocasión para la sociedad. Espero que Erdogan aprenda la lección, pero no creo que suceda pronto. Las demostraciones las tendremos con el tiempo.
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