«En Europa está atardeciendo, estamos cansados, viejos, tanto como sociedad civil como Iglesias. Debemos replantearnos a nosotros mismos radicalmente...». A la vigilia del encuentro de “Oasis”, que comienza este lunes en Milán, el cardenal Angelo Scola dialoga con “La Stampa” sobre el Medio Oriente, la libertad religiosa, la laicidad del Estado y el llamado a la pobreza de la Iglesia que lanzó Papa Francisco.
¿Las protestas en Turquía son un capítulo de la “primavera árabe”?
Es más bien una protesta civil desencadenada por una pluralidad de factores, como la intención de la reislamización acompañada por una actitud autoritaria en aumento. Es otra de las señales que Europa debe tomar muy en serio.
Occidente quería «exportar la democracia» y ahora se muestra impotente ante la masacre en Siria...
Es necesario, sobre todo, escuchar: los obispos del Medio Oriente están en contra de las intervenciones armadas y consideran que nosotros los occidentales no tenemos toda la información correcta sobre los llamados “rebeldes”, entre los que también hay muchos afiliados a grupos fundamentalistas. Claro, en toda la zona es evidente la gran oposición entre musulmanes sunitas y chiítas.
¿Por qué los cristianos de estos países añoran a menudo los viejos regímenes?
Porque esos regímenes autoritarios siempre habían garantizado una cierta libertad y una cierta protección. Pero esto no puede justificar las dictaduras ni sus atrocidades. Nosotros los occidentales debemos resistir a la tentación de discutir en nuestros salones ante una taza de té, para expresar juicios sobre situaciones que en gran medida desconocemos. «Exportar la democracia» es una decisión poco realista. Es necesario más tiempo, mucha paciencia y una concepción diferente de las relaciones entre estos pueblos y Europa.
¿Por qué Europa se queda mirando y los cristianos occidentales han perdido la voz?
Estanos cansados, viejos, tanto como sociedad civil como Iglesias. Y es comprensible: desde hace siglos llevamos sobre los hombros cuestiones muy complejas. No nos gusta admitirlo, pero en Europa parece haber llegado el atardecer. Se necesita una nueva síntesis. La Providencia nos está dando una sacudida con el nuevo Papa que propone volver a empezar a partir de la experiencia elemental, común a todos los hombres. Las Iglesias europeas deben tener la valentía de volver empezar desde ahí.
¿Qué piensa de la relación entre la sociedad laica y las religiones?
Como cristianos, no pretendemos privilegios. Pero esto no quiere decir que los poderes institucionales puedan neutralizar las religiones y las culturas, creando una especie de “tierra de nadie”. Lo que sirve es una aconfesionalidad positiva para con todos estos sujetos. Todos tienen una fisionomía pública y deben contar con un espacio para expresarla, dialogando con las demás visiones en vista de un reconocimiento común.
Hay algunos que dicen que los cristianos tienen una cierta idea sobre la familia y que los demás deben ser dejados en paz...
¡Claro! Pero, si con esto pretenden quitarnos a los cristianos la posibilidad de decir lo que pensamos sobre estos temas, se trata de una profunda equivocación. Si yo estoy convencido de que la familia basada en el matrimonio entre un hombre y una mujer, abierta a la vida, es un bien para la sociedad y extiendo esta visión propia, estoy quitando algo a la sociedad misma. Este es capital, pero no lo han entendido. Y los intentos por neutralizar ciertos principios irrenunciables para los cristianos demuestran que no se comprende el dinamismo de la sociedad plural, en la que, para legislar adecuadamente, es necesario un diálogo en calma, pero denso.
Se sigue hablando del reconocimiento de las uniones entre homosexuales...
Una cosa es garantizar los derechos individuales a todos, pero otra es atacar directa o indirectamente a la familia.
¿No le parece que los católicos que participan en la política apuestan solo por algunos valores no renunciables y que olvidan otros?
Los principios tienen una jerarquía: por encima de todo está la visión del hombre, después la vida social que deriva de ella. Pero ya Santo Tomás afirmaba que el destino de los bienes es universal, por ello todos, incluso los bienes privados, son dados solo en uso. Si soy justo, cuando decido comprar algo, no puedo no plantearme el problema del hambre en el mundo. El hombre europeo debe replantear la materia compleja de la finanza en relación con la producción. Hemos afrontado la relación entre la ética y la política, y un poco menos la relación entre la economía y la política. Sufrimos el mercado como si fuera una necesidad natural y no un hecho cultural.
¿Cómo le parecen estos tres meses de Francisco?
Estoy impresionado por la fuerza de su testimonio, por su estilo de vida y por su capacidad de relacionarse con la gente. Creo que es una enorme gracia. Pero también me parece que está muy consciente de la necesidad de tomar decisiones y también de que sabrá tomarlas.
¿Qué le parece la llamada de Francisco a la pobreza en la Iglesia?
La situación de no pobreza de nuestras Iglesias se debe a la complejidad de nuestra historia: basta recordar el peso de las burocracias en nuestras estructuras. Pobreza significa adecuar la proporción de los medios con el fin. Debemos generar una vida eclesial, esencial, sobria y proporcionada con el único objetivo de ofrecer el testimonio del Evangelio, sin redundancias inútiles.
¿Qué piensa de la decisión del Papa de crear un “consejo” de ocho cardenales?
En el gesto profético de la renuncia de Benedicto XVI estaba implícito también un grito: no se puede dejar una tarea tan pesada en los hombros de una sola persona. Durante el pre-cónclave dijimos que, sin atacar el primado, habría sido providencial si el nuevo Papa encontraba nuevas formas para guiar a la Iglesia. Este grupo de trabajo es positivo y creo que, en esta dirección, podrá haber muchas otras cosas.
A diez años de la fundación de Oasis, ¿cómo percibe la relación entre el cristianismo y el islam?
Oasis nació porque nos dimos cuenta de que había y hay una enorme ignorancia recíproca. La ignorancia hace que aumente el miedo e impide interpretar los procesos en acto de la historia, que no podemos detener, pero que podemos tratar de orientar. El resultado más hermoso ha sido reunir a un centenar de personas (cristianas y musulmanas) que han aprendido a conocerse, a apreciarse y a razonar juntos. Sin simplificar los problemas o anular las diversidades, hemos entendido que debemos vernos los unos a los otros creando un patrimonio común.
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